En la búsqueda de un neorrealismo misionero
Cercana a lo que podría bautizarse como neorrealismo misionero, la ópera prima de Fernando Pacheco se acerca a ciertas problemáticas sociales, fundamentalmente la pobreza y el desempleo, a partir de una búsqueda de empatía total con sus personajes. La historia es la de Ramón (ese veterano del cine argentino de los últimos quince años llamado Daniel Valenzuela, nacido en Posadas), quien luego de perder su precario trabajo en un aserradero se encuentra en problemas para mantener en pie a su familia. Lejos de la postal turística, el realizador ubica el relato en una de las localidades más empobrecidas de la provincia; el film fue rodado en locaciones reales de la Misiones profunda. Y si bien la historia podría transcurrir hoy, mañana o hace un tiempo, una frase impresa antes de la primera escena ubica la acción innecesariamente en 1999, tal vez para aplacar posibles malestares de uno de los socios coproductores del film, el gobierno de la provincia de Misiones.
Pero A la deriva no es tanto un film político en un sentido literal –como no lo eran la mayoría de los clásicos neorrealistas–, sino un relato que pretende iluminar y denunciar cierto estado de situación social, utilizando las armas de una narración directa y transparente. Los logros están dados por una precisa dirección de actores y un trabajo de cámara que hace buen uso de los paisajes (bellos algunos, desolados otros) donde transcurre la acción. Hay pinceladas que Pacheco da casi como al pasar y que se transforman en lo mejor de la película: la exposición del machismo imperante, que toma la forma de la violencia solapada o directa en más de una escena, por ejemplo; o la manera en la cual describe algunos aspectos de esa sociedad tan alejada del frenético ritmo urbano, como la escena del baile comunitario o la descripción del fiado “sin fiarse del todo” en el almacén del pueblo.
Lo más frustrante de la película es la simplificación de los aspectos socioeconómicos que llevan al protagonista a acercarse a la ilegalidad, cierto carácter didáctico que el film no sólo no intenta diluir en la trama, sino que va potenciando a medida que se acerca a su (previsible) desenlace. Es allí donde A la deriva carga las tintas y deja de fluir para transformarse en un simple vehículo audiovisual de la idea central de la película. Como suele ocurrir en muchos de estos casos, mensaje mata cine.