La mafia como una fuerza aliada en democracia
Con dedicatoria a Ettore Scola, A la guerra por amor inicia su viaje en el tiempo, durante la segunda guerra, con Italia a punto de ser liberada por las fuerzas aliadas. El film de Pif (Pierfrancesco Diliberto) se inscribe, así, en un mundo de cine en el que su país supo brillar, dando lugar a la vanguardia neorrealista. Las alusiones no faltarán, aun cuando el hacer del realizador italiano esté más relacionado con ciertos tintes de superproducción: reconstrucciones digitales detalladas, una fotografía que funciona como "selfie", y un guión que construye a sus personajes desde gags premeditados, de poca espontaneidad.
El argumento cruza dos direcciones, que permiten vincular América e Italia, y permitir un equilibrio simétrico. De un lado, las tratativas con el mafioso Lucy Luciano (entonces en prisión en Estados Unidos) para facilitar el ingreso de las tropas aliadas a suelo italiano; del otro, la larga marcha de Arturo hacia Italia, de donde es oriundo, con el fin de encontrar al padre de su novia y pedir su mano.
Las dos vertientes conviven y estructuran un relato que posee algunos buenos momentos ‑como el que protagonizan las estatuas de Mussolini y la Virgen, mientras son cargadas camino al refugio antibombas‑, así como personajes que se esfuerzan por resultar simpáticos al público. En este sentido, se nota el respeto hacia un guión que no deja huecos por donde se filtre lo que la realidad dice, algo que el gran cine italiano supo hacer.
Destaca, eso sí, la voluntad crítica del film por evidenciar el acuerdo mafioso y político que la guerra, o su victoria, trajo aparejado. Al hacerlo, el guión no se oculta tras segundas lecturas o una retórica engañosa, sino que lo expone desde el hecho, con o sin sonrisas, de acuerdo con el momento dramático. Al respecto, la Democracia Cristiana aparece como el resultado de un acuerdo ignominioso, entre cargos políticos para delincuentes y el establecimiento de la mafia como solución "americana": un discurso encendido dará inicio a este acuerdo entre partes, con el capo‑mafia vuelto autoridad, explicitando sus maneras personales desde las cuales saber entender la "democracia".
De igual modo, la efigie de la Casa Blanca, con sus ventanas de luces que se apagan durante la espera del soldado que quiere ver a Roosevelt, da cuenta de un silencio cómplice, dedicado a sustentar un proceder criminal ante el cual, sin embargo, algunos norteamericanos no fueron indiferentes. A su manera, el film de Pif denuncia un hecho histórico que es poco difundido, y desde la urgencia que supone el momento actual, en donde el daño se ha instalado como una cáscara que parece fija.