Aunque sentó precedentes en más de un sentido, al cine italiano también le cuesta preservar su identidad en un circuito de producción, distribución, exhibición consolidado por la lógica comercial. En otras palabras, los realizadores de esa nacionalidad parecen tironeados entre el pasado que forjaron autores como Vittorio De Sica, Roberto Rossellini, Federico Fellini, Ettore Scola, Marco Bellocchio, Nanni Moretti y un presente donde prima la meta del éxito de taquilla, mejor todavía si es a escala global.
A juzgar por A la guerra por amor, que mañana se estrena en Argentina, el entertainer siciliano Pierfrancesco Diliberto, apodado Pif, encara esta disyuntiva un poco como Roberto Benigni cuando hizo La vida es bella. Es decir, tratando de satisfacer aquéllo que el público masivo –sobre todo de Occidente– espera encontrar en un film italiano (discursos grandilocuentes; tendencia al grotesco; rostros expresivos, si fuera posible bellos) con algunos estereotipos inevitables pero además con algo distinto y –al menos potencialmente– superador.
La intención superadora también apunta a desarticular la asociación generalizada entre cine italiano y divertimento bufo, aquélla que reduce las producciones de Cinecittà a un apéndice de la programación berlusconiana de la RAI. Por eso, como Benigni, Diliberto escribió, dirigió, protagonizó una historia de amor con fines serios: en su caso, denunciar la alianza entre el gobierno de Franklin Roosevelt y los jefes de la mafia siciliana en la Italia recién liberada del régimen fascista de Benito Mussolini y desvinculada del Eje (dicho sea de paso, en varias entrevistas acordadas a la prensa de su país, Pif contó que concebió esta película y la predecesora La mafia sólo mata en verano para expresar su rabia contra la maldición que su tierra natal sufrió a raíz del “experimento político” de EE.UU con la Cosa Nostra).
El showman se tomó tan en serio el propósito de denuncia histórica que cerró su comedia romántica/dramática con fotos y capturas de documentación relativas al informe que el oficial de inteligencia estadounidense William Scotten redactó en 1943, tras su paso por Palermo. Otro indicio de seriedad es la dedicatoria al mencionado Scola, que inaugura el film: si bien una periodista de Non Solo Cinema la relacionó con la presentación que Pif y Don Ettore hicieron del documental Ridendo e scherzando en la Fiesta del Cine de Roma de 2015, vale imaginar un tributo mayor, no sólo al célebre regista sino al cine italiano de la vieja escuela.
Acaso por su formación televisiva (además de conducir sus propios programas, participó como invitado de Le iene, versión italiana de nuestro CQC), Diliberto juega con algunos elementos de la cultura mediática globalizada. Por ejemplo los bancos públicos donde supo sentarse –y esperar– Forrest Gump, esta foto de Robert Capa y las selfies (con la ocurrencia avant la lettre que adelanta el afiche de la película).
El realizador conjuga estos guiños con otros derivados del dialecto y la idiosincrasia sicilianos (es muy gracioso el gag en torno al chasquido de lengua que significa No). Ante esta combinación en principio superadora, algunos espectadores sentimos que A la guerra por amor está más cerca del cine italiano for export que de aquél con identidad propia.
Al mismo tiempo, dentro de ese segmento de público, quienes detestamos La vida es bella preferimos de lejos la comedia romántica/dramática de Pif. A diferencia de Benigni, el entertainer palermitano es naturalmente simpático, evita los golpes bajos, ofrece varias perlitas brillantes (además del gag mencionado, vale citar el discurso triunfal de Don Calò) y echa luz sobre un episodio histórico poco o nada conocido. Quizás por estas virtudes, en marzo pasado ganó un premio David Di Donatello.