Corazón fantasma
El cine de Philippe Garrel está poblado de sombras: el amor y la creación, viejas pasiones y sueños rotos. Su última película prolonga este universo con la pareja, la infidelidad y los celos como corazón palpitante. El tiempo contemporáneo e indefinido, sublimado por un blanco y negro intenso, lleva a los planos hacia una abstracción poética. La voz en off de su hijo Louis, recuerda a la narración de Jules y Jim de Truffaut. Los diálogos atemporales en una París muy Nouvelle Vague respiran el aire de los Cuentos Morales de Eric Rohmer. Una historia simple con una composición de infinita riqueza. Una película sobre la verdad de los sentimientos: ligera y elegante, tierna y lúcida.
Clotilde Courau es la presencia femenina más soberana que haya atravesado un plano de Garrel en mucho tiempo: sus movimientos brutos, la opacidad de su rostro y la intensidad de su actuación conforman un cielo cambiante que eclipsa la historia. En la primera escena, un tipo hosco amenaza con desalojarla si no paga una deuda. La cuestión del alquiler no vuelve a aparecer en toda la película pero permanece como una sombra. Su marido cineasta tampoco tiene dinero. Cuando observan el material sobre la Resistencia Francesa que estuvieron filmando, se toman de la mano: son una pareja de otra época. Mientras trabajan, una joven emerge de la cinemateca con latas de celuloide y cautiva a nuestro héroe sombrío. Los rostros, cuerpos y gestos de los protagonistas son instrumentos con los que el cineasta crea dúos armónicos o disonantes. Lejos de limitarse a su sentido inmediato, las secuencias, las imágenes y los diálogos, irradian su camino a través de la película.
Un collar se pierde entre los pliegues de las sábanas, una estufa a gas recuerda las privaciones del comienzo: la rareza de los objetos transforma, como en sueños, los sedimentos narrativos. Un corazón fantasma camina en las calles despobladas: el paseo deviene aventura. A la sombra de las mujeres es una película singularmente feliz que utiliza la ironía y el humor como antídotos contra la melancolía. La pareja infiel, unida en la oscuridad de la habitación, se estrecha con una extraña mezcla de felicidad, opresión y costumbre. Instantes de verdad, audacia y belleza que culminan con un abrazo en el que los actores, los cuerpos y las palabras, se fusionan entre risas, rabia contenida y una magnífica frase final: “Perdón mi amor, te mordí”.