Yo no sé quien pudo haber iniciado la movida, pero asumo que debe haber sido Robert DeNiro. El tipo era un actor de carácter y, en un determinado momento - y con una frondosa carrera dramática detrás - decidió probar la comedia. La gente aplaudió a rabiar al ver a un actor tan serio y amargo burlándose de sí mismo, y el tipo comenzó a enviciarse con la jugada. Empezó a aceptar papeles en comedias cada vez mas horrendas, con tal de que le dejaran hacer unas muecas en la pantalla y que le dijeran que era un comediante nato. La otra fuente posible puede ser Saturday Night Live - el decano de los programas cómicos norteamericanos -, en donde gente seria es invitada a hacer payasadas. Por allí pasó The Rock y se descubrió a sí mismo como intérprete con talento... y hace unas semanas pasó Charlize Theron, haciendo de una nerd desprolija y algo lésbica que regenteaba un refugio para animales abandonados. Imagino que, como una terapia de shock, debe ser liberador para alguien interpretar a un personaje ubicado en el polo diametralmente opuesto de lo que es su respetable personalidad pública.
Es mas que posible que ese vicio - probarse en la comedia - haya sido el disparador para que un monto de gente seria se lanzara de manera suicida a tomar algunas de las peores decisiones de su carrera. DeNiro sigue pagando las consecuencias con las interminables secuelas de Los Fockers en que se ve involucrado, y en su momento Gene Hackman se metió en más de un brete con semejante criterio. Hace poco vimos Movie 43 - en donde una horda de talentosos ardía a lo bonzo, protagonizando algunos de los sketches mas zarpados de la historia del cine -, y por su parte están Adam Sandler y Seth MacFarlane, los cuales actúan como corruptores seriales de estrellas de Hollywood. Todavía no me puedo olvidar del bochornoso papel de Nicole Kidman en Una Esposa de Mentira, o cómo Guy Pierce era basureado hasta el paroxismo en Cuentos que no son Cuentos. Ahora es el turno de MacFarlane, el cual se ha dado maña para enrolar a intérpretes tan talentosos como Charlize Theron, Liam Neeson o Amanda Seyfried en una historia que involucra fluidos corporales de todo tipo, chascarrillos racistas, y chistes malos y ofensivos de todo tipo y color. O sus agentes son idiotas, o el monto del dinero ofrecido fue obsceno, o MacFarlane posee grabaciones secretas - y escandalosas - de alguna actividad privada ilegal en la cual estuvieran involucrados. Si no, me resulta inexplicable el cómo toda esta gente, en su sano juicio, terminó involucrándose en semejante bosta.
En sí, A Million Ways to Die in the West no es un filme carente de gracia. Hay momentos en que uno se ríe - y fuerte - pero esas secuencias están espaciadas con cuentagotas a lo largo de una trama demasiado larga e insípida. Momentos como cuando los fotógrafos de la época explotan en llamas (por exceso de fósforo en sus improvisados flashes), o algunos chistes de burdel protagonizados por Sarah Silverman - que trabaja de día como prostituta, pero se reserva de mantener relaciones sexuales con su novio ultracristiano hasta la noche de bodas - generan carcajadas, pero las cosas pasan al estado de Coma 4 cuando MacFarlane abre la boca. Es el ego de Seth MacFarlane el que arruina las cosas, creyéndose el ombligo del mundo y el dueño de toda la gracia. Yo creo que, cuando MacFarlane escribe algo para otros actores es un autor inspirado pero, cuando él mismo se ubica en el centro de la escena, termina por ser insufrible y anodino. - algo similar ocurría con sus especiales de Star Wars (protagonizados por sus criaturas de la serie Padre de Familia), los cuales eran desternillantes hasta que aparecía Han Solo / MacFarlane y pretendía chupar toda la atención del público -. Aquí pasa lo mismo; hay gags de fondo realmente graciosos, pero el tipo aparece, se planta en medio de la pantalla y se despacha con dos toneladas de palabrería, discursos sabihondos como si él lo supiera todo. Es como una versión hipercafeinada de Woody Allen, con mas ego y menos gracia.
Pero el filme no funciona sólo por lo plomizo de MacFarlane como actor; el libreto intenta encontrar la gracia perdida lanzando toneladas de chistes groseros, los cuales son mas ofensivos que cómicos. Ver a la Silverman contando las minucias de su trabajo, o cómo Neil Patrick Harris tiene un súbito ataque de diarrea durante un duelo - amén de varios chistes sobre ovejas -, sólo aumenta la sensación de bochorno general. Al menos el papel de Liam Neeson es casi lineal y puede escapar indemne de la quema - aunque cualquier otro actor ignoto podría haber ocupado sus botas -, pero la Theron hace de partner de MacFarlane y debe darle pie a sus monólogos largos y horribles. Hay momentos en que la sudafricana se ve visiblemente incómoda, y con cara de preguntarse como cacso vino a parar en esta pelicula.
La historia es simple y remanida: un cobarde debe enfrentarse en un duelo, y termina siendo ayudado por una forastera de la cual se enamora. El problema es que la mujer es la esposa del matón mas letal de todo el estado, y con el cual deberá enfrentarse en un nuevo duelo, mucho mas desigual y brutal. Todo esto está matizado por un clima típico de las comedias de Adam Sandler, en donde las estrellas son obligadas a vomitar algunas de las peores líneas de su carrera. MacFarlane intenta arreglar esto haciéndose el torpe - y el objeto de unos cuantos gags de munción gruesa -, pero el esfuerzo no ayuda. El tipo empieza a hablar y te entumece los oidos, y ni siquiera es muy bueno como director ya que un par de cameos - incluyendo uno que involucra a Doc Brown y lo que hubiera sido una linda referencia a Volver al Futuro - son arruinados por su mano inexperta.
Como siempre digo, yo no tengo problemas con el humor ofensivo si al menos es gracioso. Los hermanos Farrelly son los maestros del rubro, aunque a ellos a veces también se les escapa la coneja - como en Movie 43 -. Acá las cosas carecen de comicidad y no vale el esfuerzo comerse 90 minutos de MacFarlaneadas para ver los únicos 5 o 6 gags que realmente hacen blanco. A Million Ways to Die in the West es desperdicio de tiempo y talento, un bochorno que intenta equipararse al gran clásico del género - Blazzing Saddles de Mel Brooks -, y al cual no le llega ni a los talones.
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