Falla la puntería
La nueva película del autor de Ted tiene algunas escenas graciosas, pero no termina de convencer como una verdadera comedia.
No son pocas las escenas graciosas que contiene la nueva película del creador de la aplaudida Ted, Seth MacFarlane. Sin embargo, esas abundantes dosis de humor no bastan para compensar una historia débil e inorgánica, esbozada apenas como un hilo conductor entre un chiste y otro. No mucho más puede decirse en beneficio de Un millón de maneras de morir en el Oeste.
Como director y guionista, MacFarlane se toma todas las libertades posibles en relación con el tema que trata: el lejano Oeste, libertades que ya se había tomado Mel Brooks 40 años atrás en Locuras en el Oeste. Pero Brooks, como declaró alguna vez, quería hacer reír a Dios mismo. En cambio, MacFarlane se conforma con la carcajada adolescente y con quedar bien con Tarantino (la cita a Django desencadenado tras los créditos finales es casi una súplica de alguien necesitado de afecto intelectual) .
También el mismo MacFarlane interpreta al personaje principal: Albert Stark, un criador de ovejas, que es abandonado por su novia (Charlize Theron) por cobarde, pero que en el curso de sus desventuras viriles y sentimentales descubrirá, gracias a otra mujer (Charlize Theron), que tiene un corazón valiente.
Obviamente, lo que importa, desde el punto de vista cómico, no es la sinopsis argumental, sino todas las historias menores que se intercalan en esa historia mayor. Algunas son bastante insípidas, como la que vive el mejor amigo de Stark, Edward (Giovanni Ribisi) en su casto noviazgo con una prostituta del pueblo (Sarah Silverman). Otras elevan la puntería, como las apariciones del fantástico Neil Patrick Harris, en el rol del nuevo novio rico de la ex de Stark.
En contraste con este último actor, que funciona perfectamente bien tanto en la comedia verbal como en la física, MacFarlane tiene enorme dificultades para hacer algo gracioso con su cuerpo. Casi al principio de la película, hay una escena en la que cabalga borracho que parece actuada por un colegial aficionado y subida a YouTube por su amigo cruel.
Si hubiera que trasladar a un gráfico la cadencia humorística de Un millón de maneras de morir en el Oeste, veríamos una serie de mesetas interrumpidas por varios picos no muy altos, un paisaje abstracto bastante parecido al desierto de Arizona donde transcurre esta comedia.