A los tiros (y a los pedos)
El creador de Family Guy y Ted redobla su apuesta por el humor absurdo y provocador, pero esta vez jugando con los clichés, estereotipos y códigos del western. El resultado, sin ser del todo decepcionante, tampoco deja demasiado margen para el entusiasmo. Hay, sí, un puñado (¿5? ¿10? ¿15 con toda la furia?) de gags y diálogos inspirados, pero que no alcanzan a disimular la sensación de comedia bastante esquemática, artificial y forzada.
Los anacronismos, la fuerte carga escatológica y los chistes sexuales funcionan razonablemente bien durante los primeros minutos, pero luego MacFarlane parece quedarse sin ideas y, con el tanque ya vacío, apela una y otra vez a los mismos recursos para llenar las casi dos horas de película.
Hay desde el trabajo fotográfico (el imponente desierto de Arizona) y musical algunos homenajes bastante logrados al más tradicional de los géneros del cine norteamericano, pero en el terreno de la parodia MacFarlane no llega a ser ni la mitad de un, digamos, Mel Brooks.
A nivel actoral, lo de Farlane es aún peor: su Albert Stark, típico antihéroe, hombre racional y sensible en una época (1882) donde todo se resuelve a los golpes o a los tiros, resulta muy poco atractivo. Abandonado por su novia (Amanda Seyfried), que pronto encontrará refugio en el adinerado y bigotudo Foy (Neil Patrick Harris), Albert -patético pastor de ovejas- se topará luego con Anna (Charlize Theron), la esposa del sanguinario villano Clinch Leatherwood (el siempre convincente Liam Neeson). Todo queda servido, por lo tanto, para una serie de enredos románticos y violentos (con duelos incluidos).
MacFarlane se da unos cuantos gustos: desde un simpático homenaje a Volver al futuro con el mismísimo Christopher Lloyd y otros cameos de figuras como Ewan McGregor, Jamie Foxx o Ryan Reynolds, entre otros. El resto pasa por situaciones demasiado obvias, torpes, previsibles, con un mar de eructos, pedos y diarreas. El más terrenal espíritu adolescente (tardío) llevado al ambiente del Viejo Oeste.