Comediante perdido en el oeste
“Del tipo que te trajo Ted”, reza uno de los afiches promocionales de A Million Ways to Die in the West, evidenciando así la búsqueda de generar en los potenciales espectadores una asociación directa entre éste y aquel film del oso parlanchín y fumón estrenado aquí en septiembre de 2012. A ellos, entonces, debe advertírseles que la referencia es tan cierta en los papeles como engañosa en los hechos. Al fin y al cabo, lo que allí era una amalgama armónica entre distintas vertientes de la comedia, principalmente buddy movie y coming of age, y predisposición constante a la sorpresa y al zarpe funcional antes que gratuito, ahora es un cocoliche que apelotona situaciones hiladas únicamente por los designios de “el tipo”. “El tipo” es Seth MacFarlane, el mismo que, además de Ted, ideó la gran serie Padre de familia, antecedente que hace aún más sonoro el fracaso de su flamante propuesta.
A Million... es una acumulación deshilachada de escenas debilísimamente enhebradas en el marco narrativo y geográfico de un western clásico. Esto es, el sudoeste norteamericano a fines del siglo XIX con la expansión blanca de contexto. Por allí anda un cuidador de ovejas (MacFarlane) cuyo grado de torpeza e ineptitud le depararía un balazo a los 20 o 30 segundos de cualquier exponente más o menos regular situado en el Far West. Que aquí se mueva como pancho por su casa es el primer síntoma de que a MacFarlane no le interesan el homenaje ni muchos menos el aporte de una nueva mirada al género norteamericano por antonomasia. El problema es que tampoco le interesan la sátira o el ensayo de una relectura, lo que convierte a la locación y temporalidad en los primeros “porque sí” de varios a lo largo de todo el film. El tercero es la premisa elegida, que no es otra que el enamoramiento entre él y una recién llegada (la sobrehumanamente bella Charlize Theron) que terminará siendo la esposa de un temido bandolero interpretado por Liam Neeson, a la postre el único que se divierte encarnando un villano de manual.
Mucho antes que una película, A Million... parece un ejercicio onanista de MacFarlane. Esto dicho no sólo porque se reserve los roles de director, coguionista, productor y protagonista absoluto, sino porque todo está edificado con el fin único del lucimiento de su figura y la saciedad de sus caprichos, más allá de la pertinencia narrativa (allí están el ¿homenaje? a Volver al futuro, la escena del pedo y un largo etcétera). Sí, él tiene talento y algunos de sus chistes son eficaces, entendiéndose esto por una verbalización justa en el momento indicado. Pero, a diferencia de Ted, aquí no se atisba una mínima intención de circunscribir su show a un marco lógico, asentando sobre las bases de la coherencia y en el que anarquía y arbitrariedad no son sinónimos, algo que MacFarlane parece haber olvidado en apenas dos años.