Nada de western y nada de cine
No llamarse a engaño, que la música primera y sus reminiscencias a Elmer Bernstein (Los siete magníficos) nada parecido presagia. En verdad, nadie vinculado con el cine -o el western, su sinónimo- va a estar desprevenido ante A Million Ways to Die in the West. Tampoco buscará nada de western -o de cine- quien vaya a ver un film de Seth MacFarlane, algo parecido a un niño mimado dentro de la difusa "nueva comedia americana".
Lo que sí puede destacarse es que MacFarlane es coherente consigo mismo, con el mundo de chistes animados de las series Family Guy y American Dad!, y con el sesgo escatológico que destila Ted (2012), su largometraje anterior. Es decir, su cine tiene una manera de entender el humor que es literal: no es suficiente con aludir a la flatulencia, sino que se la escucha y, corolario, se la ve. El chiste (su cine) es eso, nada más.
Que A Million Ways sea un "western" es accidental, podría ser cualquier otra cosa. Que sea "paródica" no es dato que la disculpe. Una parodia puede ser gran exponente del género aludido: El joven Frankenstein (1974, Mel Brooks), Crimen por muerte (1976, Robert Moore), Rápida y mortal (1995, Sam Raimi); en esta última, el western (el cine) está desde el primer hasta el último plano. En la de MacFarlane, no hay nada.
Lo que en todo caso hay es televisión. Si el parecido con los diálogos "afilados" de Family Guy se nota es porque lo que se ve se escucha es televisión. Acá con Charlize Theron y el propio MacFarlane en réplicas que, evidentemente, hasta guardan algo de espontaneidad. Pero sólo eso, aportan tanto como las imprevistas sucesiones de muertes accidentales, molestas no por inconexas, sino por dispersoras, aún cuando una de ellas (en la feria, con el toro) tenga una dosis surreal imprevista.
Además, o sobre todo, el recorrido que propone el film no es más que el previsible: Albert (MacFarlane) se debate consigo mismo para superar su cobardía, vencer al malvado, recuperar su mujer. Hace cada una de las tres cosas; no confundir: que la mujer cambie de rostro no altera lo sustancial: esposa y familia. Si el camino propuesto es éste, no se entiende dónde habría transgresión o cosa parecida en cine o comediante semejante. Por eso, A Million Ways se encuentra decididamente cercana al espíritu edificante de series como Bonanza y La familia Ingalls, no es más que uno de sus retoños.
Pareciera que lo "subversivo" radicaría en ver hasta dónde tensar la cuerda del "mal gusto". El mal gusto no es para cualquiera, hay artesanos que saben muy bien qué hacer con él (John Waters), mientras que otros (MacFarlane) lo integran con moño de torta como adorno.
Un punto a favor, de todos modos, para el actor Neil Patrick Harris, cuya composición odiosa, con mostacho ladino, es mucho más que la diarrea que le victimiza.