Seth MacFarlane tuvo un debut glorioso con Ted(2012), que resultó un éxito de recaudación y se convirtió en la comedia restringida más taquillera de toda la historia. Con estudios que aspiran a bajar el nivel de calificación de sus producciones para hacerlas aptas para todo público o capaces de alcanzar el mayor nivel de audiencia que pague entrada, el novato director demostró que hay interesados en ver películas de este estilo en la pantalla grande. Impulsados por esto es que se le dio una inmediata luz verde para llevar adelante A Million Ways to Die in the West, una comedia western muy limitada a la que se le deben hacer muchas objeciones.
Luego de unos créditos que se imprimen sobre los bellos e icónicos paisajes del Oeste norteamericano, el western prácticamente se agota. El género por excelencia del séptimo arte es utilizado para dar una locación espacio temporal de un chiste que se repite de forma permanente y es el que da título al film. Allí hay un millón de maneras de morir, algo que sabemos gracias a Albert Stark, un hombre fuera de época que despotrica permanentemente sobre los peligros del lugar en que vive, con un nivel de consciencia claramente moderno. El creador de Family Guy y American Dad! es un hombre dedicado básicamente al doblaje, pero su ego –Stewie, Brian, Peter Griffin, Stan, Roger, Ted, le pone voz a sus personajes destacados- lo lleva a encarnar al protagonista de su segunda película, algo que ayuda a dañar el efecto cinematográfico generalizado, porque no se ve al granjero cobarde, sino a MacFarlane.
Hay que reconocer que el guionista y director tiene capacidad para el humor, tratándose de una fuente prácticamente inagotable de agudezas en pantalla chica y grande. Esta no es la excepción, dado que hay un gag atrás del otro. El problema de la película va más allá de contar un chiste -eso lo puede hacer cualquiera-, la clave de la comedia es qué se cuenta y, más importante aún, cómo se lo cuenta. Si bien hay secuencias inspiradas –mucha autorreferencialidad y homenajes que ayudan a pagar las cuentas-, no todo goza del mejor timing y se anuncia bastante -mucho de lo mejor de la película venía en los trailers-. Si bien eso es malo, puede disimularse cuando hay una catarata de bromas por minuto. El tema es en dónde MacFarlane busca el humor.
El rótulo del film es un chiste por sí mismo, hay una innumerable cantidad de formas de morder el polvo en el Oeste de 1882. El director explora muchas de estas maneras y el chiste se vuelve cansino, sobre todo cuando la idea que él tiene de generar más gracia es el humor escatológico. Semen, diarrea, pis, no hay fluido corporal que no muestre, no hay chiste de pedos que no use. El hombre tiene el visto bueno para hacer una comedia para adultos y opta por el humor simple y facilista. Tan influenciado por su labor de años en televisión, A Million Ways to Die in the West parece un especial de dos horas de alguno de sus programas, con algún que otro logro pero sin la elaboración que se dedica al guión de un film. Este parece nacer del apuro, de tener un boceto listo para un nuevo capítulo por semana.
El conformismo y la autolimitación son dos elementos que condenan a cualquier producción y esta no es la excepción. Amanda Seyfried, Giovanni Ribisi, Liam Neeson, Charlize Theron, la comediante Sarah Silverman, el showman de Neil Patrick Harris, el director tiene un elenco envidiable entre manos, un equipo que podría sacar adelante un proyecto de cualquier género y, sin embargo, se ven estancados en una propuesta mediocre que no hace un gran esfuerzo para aprovecharlos. Hay muchos buenos chistes que, por momentos, la vuelven una comedia divertida e ingeniosa, pero en líneas generales no sobresale de la medianía en la que está inserta. The Hangover – Part 2 repetía exactamente la fórmula de la original, pero tenía altas dosis de humor del bueno que generaban verdaderas carcajadas, algo que también ocurría en Ted. No es este el caso, que apunta más a mera la sonrisa.
La parodia no es sencilla, no todos pueden ser Mel Brooks o los Monty Python. En vez de aprovechar el género que trata de burlar, MacFarlane lo usa como espacio para desarrollar una historia reconocible de muchos clichés, con algún que otro chiste políticamente incorrecto y demás guiños al espectador. No se puede decir que se la pase mal en el cine, pero sí que se lamenta el desperdicio de potencial que una propuesta así parecía tener. El director parece menos concentrado en realmente hacer reír que en impresionar, y no en el sentido de sorprender, sino lamentablemente en el de asquear.