Sin amor por el western
Debo aclarar desde el principio que nunca fui precisamente un fanático de las creaciones de Seth MacFarlane. No llego al mismo rechazo que mi colega Mex Faliero, pero Padre de familia nunca me pareció una gran serie animada. Apenas si rescato algunos aspectos o ideas aisladas. Pero lo cierto es que Ted, su debut en el cine, había sido una agradable sorpresa, gracias en buena medida a que dejaba el cinismo bastante a un costado, dándole la importancia requerida a los personajes. No dejaba de haber sarcasmo, ironía, incluso crueldad, pero lo que primaba era el cariño por los protagonistas y sus dificultades para crecer.
Por eso, A million ways to die in the west no deja de ser una decepción. Pequeña, pero decepción al fin, porque se podía esperar que el realizador siguiera progresando en su vertiente más humana. Pero no, el film termina siendo un claro retroceso, un paso atrás que nos hace preguntar si Ted no terminó siendo un accidente. Es que si prestamos atención, podemos ver cómo Albert, el granjero protagonista que pierde a su novia debido a su cobardía y que conocerá el verdadero amor en una misteriosa mujer, cuyo marido es el pistolero más temido en todo el territorio, se la pasa despotricando con toda la dureza que caracteriza la vida en el Oeste. Y lo que en principio podríamos caracterizar como una mera sucesión de observaciones (apenas) sagaces que buscan desmitificar determinados relatos históricos, en realidad termina siendo una declaración de principios en extremo negativa: a MacFarlane no le gusta el western como género y hasta incluso no le interesa como herramienta discursiva. Sólo lo utiliza como trampolín para sus chistes. Que él mismo le ponga su rostro a Albert, asumiendo el protagonismo no sólo detrás sino también delante de cámara, refuerza esta aproximación.
A primera vista, podría pensarse al film como una parodia al estilo de las películas concebidas por el trío ZAZ (David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker), como Top Secret! o La pistola desnuda, donde más que una burla hay una reescritura en clave humorística de un género determinado. Sin embargo, termina siendo una sátira, pura chanza desde el desprecio, que recuerda lo que hizo MacFarlane con su versión para Padre de familia de La guerra de las galaxias, donde prácticamente no se innovaba respecto al argumento, copiándose algunas escenas al carbónico, con lo que se demostraba que no había un real interés por pensar estructuras narrativas, visiones sobre el cine o configuraciones de estereotipos. Pero aunque sea en esa sátira había cierto ingenio posmoderno, diálogos filosos, hasta consciencia de algunas herramientas lingüísticas. Nada de eso hay en A million ways to die in the west: sólo pedos y más pedos, bromas sexuales superficiales y repetidas hasta el hartazgo, y una idea más o menos ingeniosa referida a las incontables muertes que suceden a cada rato en el pueblo, que es explotada y estirada hasta que pierde su sentido como chiste. En consecuencia, la película termina cayendo en el mismo nivel de calidad que adefesios como Una loca película de Esparta o Una loca película épica, reproduciendo una visión sobre el cine -y el mundo- que no escapa al machismo, la misoginia y el sexismo.
MacFarlane pierde muchas oportunidades con A million ways to die in the west: no le saca el jugo esperable a un elenco con varios nombres interesantes, como Charlize Theron, Liam Neeson, Giovanni Ribisi, Sarah Silverman y Neil Patrick Harris; filma las secuencias de acción de forma totalmente rutinaria; y en vez de ir al grano se enreda en demasiadas escenas de transición que entorpecen totalmente el relato, sin permitir que fluya adecuadamente. Pero lo peor es que deja escapar la chance de zambullirse en un género apasionante como es el western, que ha ayudado a cimentar una identidad cultural no sólo en Estados Unidos, sino también en numerosas partes del globo. Y eso le pasa por su ausencia de amor: se podrá ser cínico, irónico, sarcástico, incluso muy pero muy cruel, pero algo de cariño -aunque sea un poquito- por lo que se cuenta, por el universo que se aborda, se debe tener. MacFarlane no lo tiene, y su risa distanciada y superficial termina siendo la risa del ignorante.