El realizador griego Costa-Gavras es un auténtico grande de la cinematografía mundial y garantía asegurada de un producto fílmico que respalde su intención en la consecución de un arte comprometido. A sus ochenta y ocho años de edad, se erige como un ejemplo más de esa estirpe de realizadores inoxidables que se mantienen activos y otorgando calidad a la cartelera cinematográfica actual. Perteneciente a la generación de un Clint Eastwood, de un Roman Polanski, de un Jean-Luc Godard. Allí está el inclaudicable maestro, dispuesto a ejercer el compromiso intelectual hacia los temas que aborda. Su cine destila una profundidad que invita a compartir la mirada del realizador, convite poco frecuente al pensamiento y el juicio ético.
La relevancia de Costa-Gavras como realizador se remonta a fines de los ’60, donde con “Z” (1969), inauguró ese subgénero tan abordado como el thriller político anti-convencional, sentando bases y estableciendo ritmos y estructuras que han permitido a diversos cineastas aproximarlo a lo largo de los años de modo referencial. “Desaparecido” (1983) resultó otra gran obra de su coscha sobre la dictadura militar en Chile, mientras que “Amén” (2004) fue su trabajo acerca de la intervención de la Iglesia Católica en la barbarie del genocidio nazi. Jamás escapando a la polémica, su cuerpo de trabajo está atravesado por el factor político y la incorrección.
“A Puertas Cerradas” llega a nuestras pantallas dos años después de su rodaje, revisando un episodio en la historia reciente de Grecia, y analizando, de modo pormenorizado, las implicancias económicas y sociales que una debacle política provocara. Crisis exterior, endeudamiento interior. Para todo espectador perteneciente a estas latitudes tercermundistas, no resultará ajeno la sensata radiografía trazada por el cineasta. Costa-Gavras desnuda síntomas de un sistema perverso, mostrando los rostros de aquellos titiriteros del poder, quienes guardan en su potestad de decisión el destino de aquellos que ejercieron el voto de confianza, posibilitándoles ocupar un cargo público al que no rendirán el mínimo honor. Pero la ecuación es infinitamente más compleja, laberíntica y maquiavélica.
No se confunda al etiquetar el presente film bajo la consabida fórmula del thriller político: “A Puertas Cerradas” es una fábula social, tan negra y cínica, en tanto y en cuanto examina las precisas maquinarias de las altas esferas de mando. Confronta ideologías, creencias, idiosincrasias y fríos números estadísticos. Realiza un itinerante recorrido por las principales capitales europeas, pero su fin no radica en convertirse en una postal turística. Salvo pequeños traslados en transporte público y escalas en aeropuertos, todo lo relatado ocurre dentro de suntuosos palacios de poder. Apreciamos la arquitectura de cada uno de ellos, podemos pensar que tales lujosos salones han sido anfitriones de recurrentes encuentros cumbres en donde la perversidad del poder haya dictado la suerte del más débil eslabón social. Ya conocemos las respuestas a las siempre repetidas preguntas de ocasión. El arte de mentir y disimular.
Hay algo de teatral en la reconstrucción que realiza Costa-Gavras de la serie de reuniones políticas que buscan torcer el rumbo y evitar la catástrofe. Allí está la ironía a flor de piel del autor y también su encomiable experiencia tras de cámaras. Sabe congeniar la naturaleza de estos grupos de poder, enfrentados en sus egos, miserias e intereses. Por momentos, parece una auténtica Torre de Babel, en donde cada uno habla su idioma, y este detalle dice mucho acerca de la identidad y voz del relato, sobre todo cuando la voz en off (la conciencia del protagonista) nos cuenta a nosotros (espectadores) pormenores que anticipan lo que va a ocurrir. Y lo hace en lengua inglesa. ¿Les parece casualidad? Corrido el punto de focalización y advertidos de la universalidad de lo falaz, ya somos parte del relato y convertidos en convidados de honor al banquete, poseyendo un grado de información sobre los acontecimientos que será vital.
En cada encuentro entre los representantes de estas potencias en puja habrá abundante comida autóctona y bebidas ingeridas en abundancia, acaso haciendo más agradable tan tensa negociación. Se trata de reuniones multitudinarias, cuya planificación escénica tiene un profundo sentido coreográfico. El autor no deja detalle librado al azar, y cada elemento dispuesto en el plano nos hace partícipes de tales recreaciones con profundo sentido del ritmo cinemático y la progresión gramatical del lenguaje. Costa-Gavras concatena planos y contraplanos, escenas que se apoyan en una cámara movediza y secuencias que destilan frescura y originalidad. La cámara del experimentado autor inspecciona pasillos ultra transitados, se desliza por interminables escaleras, se detiene en adornados mobiliarios o contempla, a través del cristal de las ventanas, la fisionomía y belleza atemporal de algunas urbes emblema del Viejo Continente.
A medida que el film avanza, la idiosincrasia de cada nación saldrá a la luz: cada una ostenta orgullosa sus raíces y principios. Mordaz, Costa-Gavras enfrenta posturas y reaviva miserias, también referencia a la Grecia antigua como cuna del saber y la cultura. No escatimará citas a Mark Twain o The Beatles, en enésima burla del coeficiente intelectual que poseen aquellos encargados de tomar decisiones claves sobre el bienestar popular. Podría el autor, en este preciso momento, calzarse las ropas de un ácrata de pies a cabeza. “A Puertas Cerradas” puede resultar amarga y sin concesiones, también demasiado críptica para quien no encuentre estímulo intelectual en adentrarse en estos codiciosos y viciados mecanismos de la vida política. Sin embargo, si apreciamos esta parafernalia de la impostación y la conveniencia como, un gran acto de absurdo, validaremos nuestro sentido del humor.
Allí está la sabia habilidad de un narrador de pura cepa para sumergirnos en el epicentro de esta batalla librada por los hombres de traje gris. Una perspectiva en donde el fin justifica los medios: la abierta crítica al sistema social y sus manejos políticos se coloca en las antípodas de la milenaria tradición. Son las ruinas aristotélicas de Atenas. Y es la clase dirigencial el blanco perfecto, aquí no vemos al pueblo. O en todo caso, cuando lo vemos, a través de una pantalla de TV, parece lo suficientemente lejana y diluida, como para incomodar el gesto adusto de la clase dirigente, siempre dispuesta a soltar una frase de tibio compromiso a flor de labios. O, si se atreve a enfrentarlos, ensaya una tibia aunque amenazante marcha de silencio.
Con un hondo sentido moral, Costa-Gavras cuestiona al capitalismo salvaje y sus ejecutores, a la globalización y sus consecuencias; temáticas a las que el cineasta refiere con permanentes apreciaciones mediante usos del lenguaje visual que acentúan el carácter de denuncia y la crítica comprometida que empuña. Y lo hace con total soltura y vuelo estético: característica música griega resulta un inmejorable acompañamiento de la acción, una cámara jamás estática examina rostros en primer plano y aborda, con absoluto detallismo, el lenguaje gestual (palmadas efusivas, aplausos estruendosos, apretones de manos que sellan pactos con el diablo, dedos índices inquisidores, miradas desconfiadas, sonrisas cómplices) de aliados por la causa o enemigos íntimos que recelan la prominencia de tal o cual nación dentro del mapa bursátil europeo.
La provocativa visión de Costa-Gavras acerca del mundo y sus circunstancias se mantiene inalterable al paso del tiempo, sabiendo cotejar las consecuencias catastróficas de un acontecimiento político reciente. Su aguda mirada evidencia un artista por siempre abanderado de las causas sociales y políticas del hombre de su tiempo. Premiada en numerosos festivales europeos, “A Puertas Cerradas” eleva su inquietud autoral y profana el manual de campaña político para todo candidato funcional a la farsa, en tiempos donde las urnas vuelven a abrirse y las campañas mediáticas a proliferar…con el mismo descaro de siempre.