En la pregunta que da título al debut cinematográfico de Martin Viaggio hay una idea llamativa que no se va a concretar y un signo de interrogación que, sin quererlo, deriva a otra cuestión. Su sinopsis bien se encarga de destacar que puede haber una interpretación sentimental respecto de aquello que el paramédico estará obligado a preguntar, y sin embargo, durante un breve lapso, el accidente se espera. Esas largas caminatas nocturnas, las miradas furtivas desde la vereda hacia su pareja, los cigarrillos que no cesan de prenderse y fumarse, uno cree que el personaje de Roberto Birindelli puede ser víctima de un infortunio, lo que abriría una película diferente en la que el título no sería solo una metáfora. Pero eso significaría que se tendría que hacer frente a algo, y para eso ni el personaje ni el realizador parecen preparados.
El sueño recurrente del cigarro eterno o el sentirse atormentado por una pregunta para la que conoce la respuesta, son los rasgos de este hombre de 40 años que se sabe solo. No por una cuestión de falta, su familia, amigos y su hijo así lo demuestran, sino una melancolía perpetua cuyas razones nunca quedarán del todo claras. Su problema es interior, la huída a la hora de confrontar a su pareja o el intento de conexión sexual con su ex mujer a través de la cámara web, lo pintan como un sujeto que rehúye al conflicto. Y de igual forma se conducirá la historia, preocupada por preguntar a quién llamar antes de saber incluso si hay algo por lo que vale la pena levantar el teléfono.
La película solo servirá como un marco, una gran ciudad para que el hombre deambule listo para disparar su interrogante en los momentos menos oportunos. Y así es que se la notará desprolija durante sus ’84 minutos, descuidada tanto delante como detrás de cámaras. Malas actuaciones, diálogos inverosímiles, escenas forzadas y un final confuso están al servicio de una sola pregunta, cuando en verdad debieron hacerse otra: ¿qué queríamos hacer?.