Woody Allen sigue de paseo
En “Medianoche en París”, iba al encuentro de sus fantasmas preferidos. Y ahora, en Roma, sale a buscar sus propios fantasmas, ese arsenal de temas y criaturas que inspiraron una de las obras más disfrutables que dio el cine. Woody se mira adentro y deambula por una Roma eterna y cautivante que descorre sus mejores ventanales para echarle un vistazo a cuatro historias livianas y amables. Una de ellas, protagonizada por un Woody Allen que nos avisa que no quiere jubilarse y que va seguir paseando por el mundo, ligero de equipaje.
El paso del tiempo se le nota. No sólo al actor, sino también al escritor. No están sus réplicas brillantes; algunos buenos momentos sólo se sostiene a puro oficio; y la historia recrea viejos asuntos sin agregarle nada nuevo: la muerte, el análisis, los artistas, la fama, las dudas del amor. No hay tiempo ni ganas de seguir gastara ironías, El resultado es un filme liviano, llevadero, de notas suaves y románticas, el amable diario de viajes de un ex cínico que se ha vuelto condescendiente. Y al fondo, de esa Roma eterna y enamoradiza que acaso nos enseñe que no todo lo viejo pierde encanto.