Proponiendo un puñado de historias que giran alrededor de los habitantes y los espacios clásicos de la capital itálica, Woody Allen diseña una de sus comedias más logradas de los últimos años con A Roma con Amor. Pequeñas y cautivantes crónicas caricaturescas y paródicas con las que el ingenioso cineasta newyorkino homenajea a Roma con un espíritu similar con el que ha tributado a Londres, Barcelona o París, pero en este caso apelando con más
énfasis al humor y el gag.
Sin que jamás se entrelacen, el director de Match Point va narrando las peripecias de una serie de personajes estadounidenses y romanos que a través de sus vínculos se ven dominados por emociones que no son capaces de controlar. El amor, el sexo, la notoriedad, la altanería, el cinismo y la vanidad los hacen caer en comportamientos tan insólitos y vergonzosos como desopilantes. En un registro de aparente liviandad y gracia, Allen hace algún apunte
incisivo sobre la injusticia social, pero aprovecha para hacer una semblanza sobre la vida y los caracteres típicos en esa gran urbe. Hurgando, por ejemplo, en los vaivenes inauditos de la fama, que llevan allí a personas poco calificadas a alcanzar popularidad extrema. Tópico que fue la esencia de aquel Celebrity suyo, y que en este caso apunta al estilo avasallante de los medios italianos, encabezados por los inefables paparazzis, para terminar con una escena metafórica y antológica de Roberto Benigni.
No vale la pena detallar las cuatro tramas que recorren la película, solo garantizar que cada una de ellas proporcionan, aún extravagantes y absurdas, distintas formas de deleite. Momentos convenientemente realzados por un elenco que aporta sin pausas su talento, como la inesperada tana Penélope Cruz, un lúcido Alec Baldwin, los estupendos Jesse Eisenberg y Ellen Page y un fenomenal, más allá del mencionado Benigni, grupo de intérpretes italianos.