Baile de máscaras No es la primera vez que la palabra “boludo” es empleada en el cine nacional: en 1993 se estrenó Las boludas, sobre la novela de Dalmiro Sáenz. Ahora la palabra casi ha dejado de ser un agravio, y es probable que colabore en el suceso casi asegurado del nuevo producto del incansable Adrián Suar. Aquí el productor y actor reitera su saludable y exitosa colaboración con el director Juan Taratuto y con Valeria Bertuccelli, con la que el trío –cuarteto, si sumamos al lúcido guionista Pablo Solarz– entregó una de las mejores comedias del cine nacional contemporáneo: Un novio para mi mujer. El equipo no buscó exactamente repetir una fórmula: esta peculiar comedia presenta sus riesgos y ese es uno de sus atractivos, más allá de que eso provoque algunos baches narrativos. Porque permite algunos replanteos acerca de las forzadas máscaras de una pareja, pero más que nada sobre la “tontería” o la “agudeza” de una persona, y los delicados límites en los que ambos conceptos se pueden ver entreverados y hasta desmitificados. La trama concebida por Solarz contiene alternativas humorísticas y paródicas pero también momentos muy interesantes que pasan por otros planos. Luego de la excelente La reconstrucción y la emotiva Papeles en el viento, Taratuto vuelve a un concepto de comedia más puro pero con detalles propios. Lo mejor de Me casé… son las actuaciones, en las que Bertuccelli muestra una paleta emotiva y expresiva realmente fenomenal, y Suar, en un personaje con cierta complejidad, ofrece los matices suficientes como para lograr una de sus mejores performances. Un elenco completado por nombres reconocidos (Gerardo Romano y Norman Briski, entre otros) se muestra impecable.
Si hay algo que en primera instancia se puede destacar alrededor de la figura del cineasta Pablo Trapero es su regularidad; ningún film suyo podría ser considerado flojo o de bajo nivel artístico o expresivo. Recorriendo su variada y relativamente nutrida filmografía, se encuentran títulos excelentes como Leonera (su gran obra), Elefante Blanco, El bonaerense y Carancho; y otros igualmente magníficos como su ópera prima Mundo grúa (un tanto sobrestimada), Nacido y criado y Familia rodante, estos dos últimos no tan valorados por la crítica, pero sumamente atrayentes y singulares. Su estatura narrativa y cinematográfica no decrece, y la prueba palpable es su nueva película, El clan. De movida sorprende el alcance delictivo que tuvo esta familia aparentemente ejemplar y acomodada de la zona norte del conurbano. La doble vida de Los Puccio era realmente digna de ser llevada al cine en el plano policial, sin embargo Trapero no se conforma con una simple semblanza biográfica en formato de thriller: ahonda en los pormenores y patologías de esta dinastía siniestra, que internamente no coincidía de manera unánime en sus ambiciones y actos criminales. Y se persuadió que en esa historia había otras para contar, incluyendo apuntes y metáforas acerca de una época en la que el respeto por los derechos cívicos y por la vida misma estaba claramente depreciado. Tanto la trama como la reconstrucción de época resultan fascinantes, para un film que se preocupa fundamentalmente por sostener sin pausas su pulso narrativo, con algunos quiebres dentro una estructura mayormente lineal. El sórdido, subyacente y trágico derrotero de ese grupo familiar dedicado al delito, está descripto de manera lúcida y desacomplejada. Presentando por un lado a unos inobjetables y respetables vecinos de San Isidro y por otro a esa misma prole en una faceta deplorable e indigna, muchas veces en una misma escena. Para alcanzar estos méritos era esencial que el elenco estuviera consustanciado con el clima dramático de la apuesta, y eso sucede en todo su metraje. Especialmente su hegemónico protagonista, cuya típica sonrisa francelliana no se dibuja en su rostro en ningún momento del film, lo que no significa que predominen en este fenomenal actor gestos adustos o graves. Al contrario, Guillermo Francella deja traslucir muchas miradas amables y bonachonas que acentúan a puro contraste el carácter tenebroso de su personaje. El resto del reparto de ajusta admirablemente a las necesidades de cada rol, como por ejemplo Peter Lanzani, Lili Popovich y Gastón Cocchiarale, entre otros. En todos sus rubros El clan se muestra impecable, incluyendo una banda sonora que incluye, con una impronta perturbadora, canciones clásicas de la época.
El fenómeno de Abzurdah Abordando una patología sin muchos antecedentes en el cine, Abzurdah es un film nacional que en principio sorprende por su convicción y verosimilitud en el tratamiento de esta temática, más precisamente el padecimiento de la bulimia y la anorexia. La siguiente sorpresa es su repercusión, ya que su rendimiento en la taquilla a sólo una semana de su estreno es verdaderamente notable e inesperado. Más aún teniendo en cuenta que las películas nacionales que hacen hincapié en asuntos relacionados con enfermedades o perturbaciones psicológicas o psicofísicas no alcanzan de ningún modo semejante aceptación en el público, como en los casos relativamente recientes de Un año sin amor (acerca del sida, el masoquismo y el sadismo), El pozo (sobre el autismo y otros desórdenes psicomotrices) u Otro corazón (sobre las afecciones cardíacas). Habría que remontarse a El hijo de la novia (mal de Alzheimer) para encontrar un éxito afín. En el caso de Abzurdah estamos ante un film muy certero en su crónica de este desorden que se produce en chicas adolescentes o muy jóvenes, y que tuvo un pico de crecimiento y desarrollo agudo hace unos quince o veinte años atrás. Por eso la película de Daniela Goggi está ambientada a fines de los ’90: un gran acierto estético y dramático del film, que aprovecha en todo sentido las características de la época, como la tecnología. El film está basado en una historia real, el libro testimonial de Cielo Latini, y aporta apuntes médicos siempre justificados. Es acertado el trabajo sobre el guión que ofrecen Alejandro Montiel, Alberto Rojas Apel y la propia directora, que con pocos antecedentes conmueve con su capacidad narrativa y emocional. El relato evita sus aspectos más obvios y resulta en todo momento potente y dinámico. Abzurdah se realimenta en el demandante rol compuesto de manera excepcional por la bella y talentosa Eugenia Suárez, que encuentra eficientes disparadores en Esteban Lamothe –en otro registro dentro de sus últimos trabajos– como el novio esquivo y desaprensivo, y Gloria Carrá y Rafael Spregelburd como sus padres.
Sensaciones contrapuestas despierta la nueva realización de Pablo Bardauil y Franco Verdoia, que ya habían trabajado juntos en la interesante ópera prima Chile 672. Un film coral y colmado de alternativas que partía de un ingenioso punto de partida, primer y fuerte contraste con respecto a este segundo film, La vida después. Semblanza este de una pareja de larga data y en crisis que atraviesa por un estado de separación aparentemente civilizado y cordial, características que esconden realidades más controversiales y también un tanto misteriosas. Con atrayentes recursos cinematográficos, expresivos e interpretativos, ese singular proceso de desvinculación matrimonial va internándose por sinuosos caminos que indudablemente logran sorprender pero asimismo desconcertar. Tanto en teatro como en el film anterior mencionado, Bardauil y Verdoia han hecho gala de su gusto por darle vueltas de tuerca a sus tramas, y aquí lo hacen a partir de la parte final de la historia. Otorgándole una inyección inesperada al film pero de todos modos no del todo convincente. Apoyándose dramáticamente en un buen trío de protagonistas, Carlos Belloso, María Onetto y Rafael Ferro, a La vida después le faltó más desarrollo y elementos narrativos como para justificar sus sorpresas, que de todos modos se agradecen y auguran un tercer opus más logrado.
En carne propia Cruda representación de una etapa nefasta de la Argentina En tren de llevar adelante una revisión de los hechos y las consecuencias de la despiadada represión desplegada en nuestro país a partir del año 1974, Pasaje de vida logra una cruda, contundente y movilizante representación de una etapa nefasta de nuestra historia. Pero lo más notable de este film de Diego Corsini es su encendida verosimilitud. Cada escenario, cada detalle, cada gesto o actitud de los personajes principales guardan una correspondencia, una analogía cabal con la época a la cual están recreando. Corsini venía de Solos en la ciudad, una ópera prima aceptable, en un género muy diferente. Aquí, la búsqueda expresiva es mucho más comprometida y el cineasta se muestra a la altura del desafío. Fundamentalmente, en términos de indagación emocional, ya que el director focaliza, tanto en el pasado como en el presente, en que lo que está contando tenga un eco en las fibras profundas del espectador, más que nada en aquellos que han padecido la dictadura en carne propia. Los ideales revolucionarios, el activismo político, la lucha armada, la situación social, el exilio en esos duros años están presentes en cada fotograma, aun los que transcurren en la actualidad. Porque Pasaje de vida alterna su trama entre la Argentina y España y a la vez, entre el pasado y el presente, alcanzando –pese a esta constante dualidad argumental– una narración fluida, accesible y atrayente. A diferencia de otros films que han reflejado esta etapa, este caso aborda momentos previos al golpe de la junta militar del ’76, más precisamente el accionar de la Triple A, no nombrada pero perturbadoramente presente. En esto, el film guarda vínculos con El secreto de sus ojos, pero también asoman ecos de Infancia clandestina. El elenco completa los altos valores de esta película nacional, arrancando con un Miguel Ángel Solá excepcional y magníficas tareas de Marco Antonio Caponi, Carla Quevedo, Charo López y un Chino Darín en ascenso.
Cine. Fascinante recorrida audiovisual por nuestro folclore Dueño de una notable y vasta trayectoria cinematográfica, tanto en el terreno de la ficción –con obras maestras como La caza, Cría cuervos, La prima Angélica o Ana y los lobos– como en el de la semblanza musical, a través de piezas extraordinarias como Carmen, Bodas de sangre o Flamenco, Carlos Saura prosigue en esta última vertiente pero en este caso para abordar un género ajeno, el que corresponde al crisol de sonidos que se despliegan en el interior de nuestro país. De ahí su título, Zonda, Folclore Argentino, una fascinante recorrida audiovisual por nuestra música telúrica, pero en este caso –muy fuera de la impronta de Argentinísima o productos afines– con expresiones artísticas fuera de registro. Saura, rodeado de colaboradores inestimables como Félix “Chango” Monti en la fotografía y Lito Vitale en la coordinación artística, propone una experiencia única, en la cual cada pasaje musical se transforma en un momento virtuoso y de alta expresividad. Además de la expansiva participación de nombres como los de Coki y Pajarín Saavedra, Peteco Carabajal, Juan Falú, Luis Salinas, Soledad, Pedro Aznar, Horacio Lavandera, Jaime Torres y Liliana Herrero, entre otros, asoman también propuestas minimalistas en los homenajes a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanqui, que sin ningún tipo de recargas poseen un altísimo contenido emocional. Se puede cuestionar que falten algunos intérpretes y grupos o se extrañe la ausencia de cierta canción, pero lo que está en pantalla se ve impecable, conmovedor, magistral. La exploración personal de un genial artista español sobre nuestra cultura. Es más que suficiente.
Enredados Con un humor a veces bizarro y desenfadado y otras más simple y directo, Voley es una divertida comedia de enredos amorosa-erótica-juvenil que ofrece una rara verosimilitud en medio de su franco contenido absurdo. Martín Piroyansky, en su múltiple tarea de escribir (con la colaboración inicial de dos guionistas), dirigir y protagonizar su película, logra esa autenticidad en medio de tanto disparate, y también equilibrar su variopinta galería de personajes y situaciones, otorgándole una característica definida a cada elemento. Su primer opus “real” muestra un trabajo encomiable por otorgar unidad a un film con diversos disparadores. Dentro de su tono descontracturado y desfachatado, Voley se interna en algunos tópicos intrincados y reflexivos alrededor de los conceptos sustanciales de la amistad, el sexo y el amor, ubicando en el desenlace algunas sensaciones que exceden el puro entretenimiento. Pero el film se guarda pasajes realmente desopilantes que garantizan la diversión, y más allá de algunos excesos al borde del mal gusto y momentos sobrecargados (los reiterados besos), el balance es positivo. El elenco, joven pero experimentado en cine, logra naturalidad y matices, muy lejos de la inexpresividad de cierto tipo de cine independiente protagonizado por actores de la misma edad. La espléndida Violeta Urtizberea se destaca con un rol en el que debe lidiar con ella misma, entre manías y sentimientos encontrados. La deliciosa y versátil Inés Efrón es otro punto alto, mientras que el propio Piroyansky ofrece otra de sus disfrutables performances.
Una familia muy disfuncional Con una receptiva pareja protagónica encabezando un elenco sólido y una trama dotada de singularidad, atracción y algunos momentos de honda sensibilidad, Pistas para volver a casa alcanza a conformar una buena comedia dramática y una más que aceptable ópera prima en soledad como cineasta y guionista de Jazmín Stuart. La actriz devenida en realizadora en los últimos años ya había tenido un acercamiento importante a este debut integral a través de Desmadre, en el que se había desempeñado como codirectora junto a Juan Pablo Martínez. Abarcando su múltiple responsabilidad, Stuart acierta en general en sus desafíos, fundamentalmente en los diálogos y en la dirección de actores. La historia que elabora tiene visos de originalidad y además logra empatía, a través de esos hermanos con nombres muy particulares extraídos de una familia disfuncional. El extraño accidente del padre que los crió –a causa del abandono de la madre– permitirá que ambos se reencuentren con sus raíces, colmadas de cabos sueltos, y con ellos mismos entre sí. Un bolso con dinero oculto funciona como disparador, e irá desmadejando misterios y aportando descubrimientos. El estilo de la película por momentos se acerca a la comedia grotesca, aunque el aspecto sentimental siempre está a punto de aflorar y en varios momentos se manifiesta. Érica Rivas consigue una intensa caracterización, plena de matices tanto dramáticos como humorísticos, y lo propio se puede decir de un expresivo Juan Minujín. Los consistentes aportes de Hugo Arana y Beatriz Spelzini redondean el aspecto interpretativo de un film correcto y entretenido que pudo haber dado aún para más, pero que cumple con sus objetivos.
Obreros al volante En una propuesta con pocos antecedentes, Viaje al centro de la producción es un documental que indaga acerca de varios aspectos relacionados de la industria del automotor en la Argentina, actividad considerada uno de los pilares del crecimiento de esta gestión de gobierno. El film de Damián Finvarb y Ariel Borenstein, en principio, analiza con muestras, eventos, discursos y testimonios del sector, las relaciones entre empresas, autopartistas, sindicatos y trabajadores, entre otros factores. Una primera parte algo intrincada y acotada, no muy atrayente para aquellos que no tienen interés en las problemáticas del negocio automotor. Pero luego el film se encamina decididamente en otra dirección cuando se aboca a registrar la toma de la fábrica Gestamp, a manos de un grupo de obreros especializados. Una situación muy conflictiva que se extendió más allá de los plazos imaginados, y en la que tuvo que intervenir el gobierno nacional para destrabar el enfrentamiento. Finvarb y Borenstein habían codirigido En obra, documental sobre Carlos Fuentealba, el docente asesinado en Neuquén, y aquí ambos se internan en una industria que en los últimos años comenzó a retroceder luego de una primera etapa floreciente. El segundo segmento mencionado es el más interesante y revelador, dentro un film muy específico que tanto puede atraer como dejar indiferente.
La última pelea Notable semblanza de Bonavena El impar boxeador argentino Oscar Natalio Bonavena, conocido popularmente como Ringo, tiene al fin aquí un film testimonial que recorre aspectos esenciales y poco conocidos de su –precisamente– cinematográfica vida. Soy Ringo es el título ideal de una notable semblanza llevada a cabo por José Luis Nacci, guionista y docente de cine que emprende una ópera prima en la que, además, se encarga de la voz en off que narra las alternativas del documental. Los momentos inolvidables de la trayectoria del pugilista, que incluyen los combates contra Muhammad Ali o Joe Frazier, sus coqueteos con el mundillo artístico o sus condiciones de capocómico en ciernes se contraponen con los aspectos más oscuros y poco transitados de su dura decadencia. Allí, el espectador se encuentra con un problema físico aparentemente irreversible y sus extraviados vínculos con personajes sombríos en Reno, Nevada, que marcaron y acentuaron de manera precipitada su ocaso deportivo y fundamentalmente humano. Y lo llevaron a una precoz e inesperada muerte que aún resulta dolorosa. Con el aporte sustancial de un espléndido material documental y el testimonio de afectos y profesionales como José Menno, Ezequiel Fernández Moores, el Bambino Veira, Cherquis Bialo, sus hijos Adriana y Natalio, entre muchos otros, Soy Ringo es una pieza apasionante y emotiva para todos aquellos que admiraron a Bonavena y para los que apenas supieron de su formidable existencia.