La tanada de Woody
Mientras veía A Roma con amor sufría más de lo que disfrutaba. Me molestaban bastante sus excesos, sus ampulosidades y, para colmo, las buenas ideas (como la del "cantando bajo la ducha", ya verán) se repetían una y otra vez. Y, se sabe, al contar un mismo chiste varias veces deja de ser gracioso.
Me quedé, entonces, con un sabor agridulce, con la sensación de una película demasiado irregular, precaria, como hecha a las apuradas. Sin embargo, con el paso de los días, la sensación comenzó a mejorar. Ahora, cuando me pongo a escribir estas líneas, la veo de otra forma. Woody hizo una commedia all' italiana, con un tema que lo obsesiona como eje principal (la infidelidad), con escenas de ópera y, claro, con los lugares más turísticos y pintorescos de Roma como fondo (operación que ya había concretado antes con Londres, Barcelona o París).
A Roma con amor está lleno de desbordes, de gritos, de enredos, de personajes estereotipados (la prostituta que hace Penélope Cruz, el tipo común que se convierte en famoso de la noche a la mañana que encarna el insoportable Roberto Benigni o la chica de provincia que llega a la ciudad para su luna de miel, se pierde en sus calles y se encandila con un actor famoso) y, si el tono puede no ser mi preferido, Woody incursiona en el cine de sus amados referentes italianos, con Mario Monicelli y Federico Fellini a la cabeza.
Medianoche en París era un homenaje a la Ciudad Luz, casi un documental de promoción de sus lugares más famosos, pero no tenía demasiada vinculaciones con el cine francés. A Roma con amor también sirve para atraer turistas (algo que Allen ofrece a cambio de financiación local), pero aquí sí construye una comedia coral con un espíritu bien italiano. Los críticos peninsulares no la trataron demasiado bien, así que su mirada puede no haber sido demasiado "lograda" o "auténtica", pero la forma y el contenido tienen esta vez bastante que ver con el lugar elegido para la filmación.
En medio de ese mosaico, aparece la veta "intelectual" y "neoyorquina" del director. El propio Allen interpreta a un director de ópera ya jubilado que llega con su esposa (la gran Judy Davis) a Roma para conocer a sus futuros suegros (italianos), ya que su hija (Alison Pill) está a punto de casarse con una abogado "comunista" (Flavio Parenti). En este sentido, los diálogos políticos a cargo del personaje del mismo Woody son bastante elementales.
La otra linea argumental tiene a Jesse Eisenberg (en plan Woody Allen joven), como un arquitecto estadounidense que vive en el Trastevere con su novia (una muy desaprovechada Greta Gerwig) y se termina enamorando, obsesionando y frustrando con una joven, neurótica y manipuladora actriz (Ellen Page). Encima, tiene a un Alec Baldwin fantasmal (una versión adulta de sí mismo) siguiéndolo, advirtiéndolo y reprochándole cada una de sus decisiones.
En el "European tour" de los últimos años (con un único regreso intermedio a Nueva York, experiencia que repetirá en pocas semanas más para su nueva película), Woody hizo escala en Italia con resultados que no satisfacen por completo, pero que tampoco caen en el ridículo que muchos comentarios previso auguraban. Filmó con Benigni y muchas otras figuras del cine peninsular (desde Ornella Muti hasta Antonio Albanese, pasando por Riccardo Scamarcio), homenajeó a sus ídolos de juventud, incursionó en lugares icónicos de Roma, apeló a temas de Domenico Modugno, a composiciones de Verdi y de Puccini... y se fue rumbo a nuevos destinos. Como hace siempre. Se dio unos cuantos gustos y está bien. A su edad y con semejante carrera sobre sus espaldas, no hay que pedirle mucho más. Su lugar en la historia grande del cine ya está asegurado y no cambiará (ni para bien ni para mal) con A Roma con amor.