Declaración de amor a la ciudad eterna
El laureado director norteamericano presenta un film coral en esta Roma que va descubriendo toma a toma, en la que se escenifican cuatro historias en clave de comedia, que llevan la huella de la voz de las narraciones de Boccaccio.
En su itinerario europeo, y tras haber filmado previamente en Londres y en París, (se habla de un próximo proyecto en Dinamarca y algún día, quizás, en nuestro país), Woody Allen se ha hecho presente, una vez más, con su tan esperado estreno anual. Y ahora lo hace con este film que, originalmente, se iba a llamar ¡Bop, Decameron!, y que en su versión definitiva manifiesta ese tono y modo que el film presenta: Una declaración de amor a esta ciudad que lleva el epíteto de "Eterna" y que ha sido escenario de tantos encuentros y equívocos a lo largo de la historia del cine.
Particularmente en la memoria del realizador, como igualmente acontece en los recuerdos de Martin Scorsese como se puede seguir en su film Il mio viaggio in Italia del 99, el cine peninsular desde los años del Neorrealismo, con los nombres de Rossellini, de Zavattini, De Sica y Fellini, adquiere un lugar relevante en su filmografía. Y esto se puede seguir no sólo en este film, sino en tantos otros ya sea por mención directa o bien por ciertas alusiones que se bosquejan en el interior de numerosas tramas. Así, en su film de 1980, Recuerdos (Stardust Memories), film del 80 que la sala Madre Cabrini repone el próximo martes a las 20.45, los personajes que interpretan Allen, en el rol de un cineasta, y una joven Jessica Harper mantienen un extenso diálogo sobre el más que sublime film de De Sica, Ladrón de bicicletas del 48.
Desde el título del film, toda una dedicatoria, una voz nos lleva a un espacio que no por ser identificable, es menos sorpresivo. ¡Cúantos encuentros tuvieron lugar en Piazza Spagna!. Este es el punto de partida, tras la huella musical de la voz de Domenico Modugno que nos transporta en su "Nel Blu Dipinto di blu". Debo decir con alegría que parte del público de cierta edad, acompañaba cantando el tema principal.
Un film coral es lo que ahora Woody Allen nos ofrece en esta Roma que va descubriendo ante nuestros ojos, en la que se escenifican cuatro historias en clave de comedia, y que, según él, llevan la huella de la voz de la cuentística de Boccaccio. Cuatro historias que trazan un puente entre personajes del uno y del otro lado del Atlántico que se animan desde la pluma de una divertida, ocurrente y melancólica cinefilia; como la que vive el personaje que compone Alec Baldwin, este renombrado arquitecto que alguna vez fue, quien afirma "no me divierto siendo turista, prefiero perderme entre las callecitas; que vaga buscando los días de su juventud por las calles del Trastevere, movido por ese síndrome de Ozymandias, refiriéndose a los versos que el poeta Percy Shelley en relación con la fragilidad de las glorias del pasado.
En A Roma con amor es, desde mi punto de vista, la huella de aquellas co?producciones de los 50 entre Estados Unidos e Italia para rodar en exteriores y en Cinecittá lo que podemos reconocer en el transcurrir de estas historias que se irán cruzando en nuestra memoria con tantas otras de aquellos años; ya que aquí, están, la Fontana di Trevi, Piazza Navona, el Coliseo, Terme di Caracalle y tantas otros lugares. Y la más que reconocible canción, buscada deliberadamente, "Arrivederci Roma" que tantos sueños de regreso motivaron luego de escapadas y tres monedas en la fuente.
Y siempre la Opera. Allen compone a un director de orquesta, ya jubilado que ahora, tal vez, este viaje junto a su mujer, psiquiatra ella, rol que compone Judy Davis, le planteará una más que sorpresiva y dislocada puesta en escena de I Pagliacci, como jamás imaginó. Y es que el padre del prometido de su hija, que no es actor de cine, sino el gran tenor Fabio Armiliato, dueño de una funeraria, es poseedor de una prodigiosa voz, pero sólo en momentos muy especiales. Y al hacer honor a su vínculo con sus films anteriores y a un ajuste de cuentas con terapias y divanes, en un momento le dirá a su mujer: "Vos que tenés contacto directo con Freud, decile que me devuelva mi dinero".
Cuatro historias que no se entrecruzan, como es habitual en el cine de hoy. Y de una ciudad de provincia llega ahora una pareja de recién casados, a esa Roma que representa para ellos el lugar soñado, donde la familia de él, atenta a los fieles preceptos de la moral conservadora y del más ortodoxo catolicismo, ya le tiene agendado sus días. Pero comienzan los imprevistos y los mismos se abren en dos direcciones, en los que el gran Federico Fellini ya había aventurado en su film del 52, El Sheik ("Lo sceicco bianco"), ya que desde el hotel, ella, atenta a su única objetivo se lanzará por las calles de la ciudad; y él, por un error, recibirá, una visita, que nos ubica, desde el recuerdo a aquel personaje, vestido de rojo que componía Sofía Loren, en uno de los episodios "La rifa", dirigido este por De Sica, del film Boccaccio '70 del 62.
Entre Monicelli. Risi y Fellini, la sonrisa de sus films, circulan estas historias que nos llevan a la propia imagen del gran clown que interpreta Roberto Benigni, como este padre de familia, empleado, que, de un día para otro, pasa a ser el hombre del momento. Y ahí están los paparazzi corriendo detrás de él (recordemos que este vocablo remite al apellido de uno de los periodistas que interpretaba La dolce vita, Paparazzo), desde las primeras horas de la mañana hasta el último minuto de la noche, transformando en profunda reflexión filosófica cualquier tipo de respuesta. Visión que nos lleva, por igual, a evocar la mirada crítica que Fellini planteaba sobre los mass media en Ginger y Fred. Y Benigni, el actor de su último film, La voce della luna, marca, por igual, para Allen, ese lugar de encuentro, desde el hoy, con toda la tradición del género desde los días de la Commedia Dell' Arte.
En estas historias, algunos nombres y rostros se irán cruzando, como el de Ornella Muti en el de rol de la actriz Pia Fusari y el de Giuliano Gemma, en tanto conserje de hotel, por citar sólo algunos entre tantos otros. Mientras tanto, allá en el Trastevere, ese joven arquitecto, asistido por su alter ego, por el fantasma de su maestro, como le acontecía a aquel Allen de Sueños de seductor (Play it again, Sam) de Herbert Ross respecto de su admirado Bogart, se sentirá seducido, en el filo de una riesgosa nueva relación, por esa amiga de su prometida que recién acaba de llegar. Y desde su profesión, y por extensión a todo lo que se proyecta en nombre de la creación artística, Allen nos lleva a recordar el film de King Vidor, Uno contra todos ("The Fountainhead") de 1949.
La crítica italiana, en su mayoría, no recibió de manera favorable este film. Consideró que la Roma de Allen era de tarjeta postal. Creemos, por el contrario, que Allen, entre Verdi y Puccini, las canciones populares, los espacios por los cuales tantos personajes animaron tantas historias, se ha permitido reanimar no sólo el fantasma que compone Alec Baldwin, sino el de tantos clásicos de la comedia italiana.