Lo que parecería ser la ultima producción europea del geniecillo de Nueva York, llama a la decepción desde varios ángulos.
En principio, no deja de ser una película turística mostrando las bondades y bellezas de la ciudad eterna. Para ello construye historias de parejas, cuatro para ser más precisos, todas del repertorio alleniano, construidas meticulosamente a lo largo de su exitosa carrera. Nada nuevo bajo el sol.
El más infortunado de los episodios es el protagonizado por Roberto Benigni, un ciudadano común y corriente al que el periodismo, más precisamente el de la televisión, convierten de la noche a la mañana en celebridad sin justificación alguna. Lo que en realidad debería ser una critica casi impiadosa sobre el cuarto poder, gira queriendo cerrar como una sátira sobre la sociedad italiana, pero recurrió con el protagonismo de Benigni, quien se actúa a si mismo, repitiendo siempre los mismos gestos payasescos, terminando por construir a un idiota más universal que puramente romano.
Otras dos historias se centran en la infidelidad. Una, la de jóvenes italianos recién casados que se mudan a Roma por un trabajo que consigue el marido. Fuera de todas las anécdotas que narra, esta trata de mostrar cuan fagocitantes son las ciudades para los habitantes de los pequeños pueblos que llegan a la gran capital pero, no sólo en la forma sino que también en el contenido, huele a rancio más que a un homenaje al cine italiano.
La otra, un joven arquitecto se enamora de la mejor amiga de su esposa, una actriz, que como buena histérica seduce, confunde y se retira, teniendo en el marido a una voz de la conciencia, un arquitecto famoso que vuelve a Roma a recordar épocas pasadas, personaje jugado por Alec Baldwin, que resulta lo mejor del filme aunque no se sabe si por la maestría actoral o por el personaje en sí mismo.
Por ultimo, tratando de emular el discurso que instalo en parte en “Medianoche en Paris ” (2011), juega con el retiro de la vida activa a un ex manager de música (Woody Allen), quien viaja con su esposa a Roma para conocer a la familia del novio de su hija. Allí se le manifiesta su consuegro como un gran cantante de opera por nadie descubierto, situación que lo haría volverlo a revivir por su profesión.
Historias de amores, desencuentros, amistad, deseos, proyectos, fama, talentos, todos con el humor ya conocido por los seguidores de Woody Allen Es como si fuésemos a escuchar a un humorista por décima vez en un mismo espectáculo. Como decía el gran Juan Verdaguer: “Si no podes cambiar de repertorio, al menos cambia de auditorio”