Hay quien dice que Woody Allen ya no es un cineasta sino un publicista del turismo. Es probable que tenga razón, pero más allá de las cuestiones de presupuesto que hacen que el hombre haya salido al mundo, hay algunas otras razones. La primera, que siempre intentó analizar el pensamiento del americano medio y supuestamente culto: llevarlo fuera de los Estados Unidos suele enfrentarlo con lo peor de sí (lo que se veía en los mejores pasajes de Vicky Cristina Barcelona o en Medianoche en París). El problema suele ser que él mismo pertenece a esa clase de personas y a veces cae en los mismos pecados que condena. Sin embargo, y si bien esta última etapa de su carrera, la que comenzó después de su separación de Mia Farrow, es quizás la más floja, no se puede negar que hace perfecto uso de la libertad que el talento y el nombre le permiten. Este A Roma con Amor no es el primer film sobre Italia del director: hizo una extraordinaria parodia de los films de Antonioni en aquella Todo lo que usted quería saber sobre el sexo..., de 1973, y su mirada no ha cambiado demasiado, lo que no es ni bueno ni malo a priori. Aquí cuenta cuatro historias que giran alrededor de la relación que los EE.UU. mantienen con Italia, y cae en no pocos estereotipos. Pero cuando acierta, lo hace con perfecto timing cómico y con una precisa dirección de actores (incluso Benigni está soportable, aunque las palmas se las lleva Alec Baldwin, alguien de quien nadie esperaba genio cómico hace una década). Ligera, cómica cuando debe, y despareja, es el equivalente a un pequeño viaje a tierras que se creen conocer.