Un neoyorquino en su salsa
La diferencia entre un gag efectivo y uno elaborado reside básicamente en el efecto sorpresa que genera en el espectador cuando todas las condiciones para que pase lo inesperado están servidas en bandeja. Pero justamente ese riesgo de predisponer al público a la risa, sin apelar al golpe de efecto, conlleva la sensación de que no siempre se llegará a buen puerto.
Woody Allen lo sabe desde hace décadas y es por eso que opta siempre por la auto referencialidad para no dejar ningún cabo suelto ni tampoco mostrarse indiferente frente a esa cantidad de gente que lo sigue cada vez que estrena alguna nueva película, y más en esta etapa europea, por llamarla de alguna manera. Frente a la mediocridad reinante en el campo de la comedia en general, cooptada por lo que se denomina nueva comedia norteamericana, que ya demuestra signos de desgaste y falta de ideas, la nueva propuesta del director neoyorquino A Roma con amor es un bálsamo y un retorno de Woody Allen a su sarcasmo y humor inteligente, para no dejar títere con cabeza en una película decididamente anárquica, cáustica, mordaz, a la vez que graciosa e ingeniosa.
Un elenco afiatado, en el que destaca Alec Baldwin, quien ya demostró su veta cómica en la serie televisiva 30 rock; Roberto Beningni, mucho más contenido que lo habitual en sus otras películas y la sensual Penélope Cruz -híbrido entre Sofía Loren y las tetonas de Fellini- aportan el registro justo para que la trama, en donde confluyen cuatro historias simultáneas, se nutra de una comedia de enredos amalgamada con cinefilia rabiosa que pone especial atención en las comedias a la italiana, quizás a modo de homenaje al cine de aquella época y a la ciudad que da nombre al título del film.
El absurdo como basamento para desarrollar el discurso crítico de, por un lado, la frivolidad de las celebridades y por otro la decadencia del propio público que alimenta esa falsedad mayúscula -que se encierra en sí misma cuando se apaga una cámara- es una clara afrenta a la cultura Youtube, que consagra gente común al estrellato en tres segundos y así los destruye a la misma velocidad. Pero completamente consciente de los tiempos que corren; de las relaciones vía mensaje de texto y de los rumbos trazados por GPS tan de moda en el imaginario cinematográfico, Woody Allen sube la apuesta para contar sus historias desopilantes sin el recurso de celulares (de hecho un personaje pierde el suyo en plena Roma en una alcantarilla) y despliega una galería de personajes bien construidos que buscan un rumbo y propósito para sus vidas, sin ayudas de GPS espirituales o geográficos. De ahí el ligero pero contundente revés a todos aquellos turistas que deambulan en contingentes sin saber demasiado qué hacer; de ahí la severa sorna al psicoanálisis (el GPS espiritual con más prensa de las últimas décadas) y como no podría ser de otra forma para un enamorado, neurótico y empedernido -como el autor de Zelig- la arrolladora carga sobre el amor idílico y sus lugares comunes.
Entonces qué decir de los intelectuales: tampoco en esta ocasión salen indemnes porque el mismísimo Woody encarna a un snob amante de la ópera y productor musical en etapa de retiro, quien junto a su esposa psicoanalista llegan a Roma para que su hija les presente a su novio, abogado de pobres y ausentes que esgrime un discurso antiburgués pasado de moda. El otro pilar de la intelectualidad dinamitado por esta película lo encarna el personaje interpretado por Elle Page (algo así como una Juno pero más histérica) que cita de manera constante e irritante frases de escritores ante un incauto Jesse Eisenberg (actor alleniano si los hay) que se dedica a la arquitectura.
Sin anticipar demasiado las historias es necesario y justo decir que no hay un balance entre los relatos protagonizados en su mayoría por actores italianos y aquellos concentrados en los estadounidenses, aunque ninguno de los cuatro carece de atractivo y humor a la hora del enredo con un meticuloso texto como soporte en el que aflora la aguda y filosa verborragia del responsable de Bananas.
A Roma con amor era la película que muchos estábamos esperando tras la reblandecida -pero no por ello menos interesante- Medianoche en París, que confirma un lugar en el podio de los gloriosos escritores de comedia a un director que siempre habla de lo mismo pero se las ingenia para reinventarse y jugarse todo por el cine que le gusta hacer.