Esta pequeña película filmada vía zoom entre Natalie Morales y Mark Duplass se centra en la intensa y complicada relación a distancia que se desarrolla entre una profesora de castellano y uno de sus alumnos.
La combinación de palabras «película» y «zoom» puede causar pesadillas a más de uno. Y es cierto que, con su demora en llegar a las pantallas locales, un film como A UN CLICK DE DISTANCIA puede haber quedado demasiado fechado en su estética de comunicación a distancia. Pero lo cierto es que la opera prima de la actriz/directora Natalie Morales (que casi al mismo tiempo daría a conocer su muy buena y más «tradicional» película PLAN B) logra atravesar el agotamiento que genera la idea de ver historias basadas en videoconferencias. Por un lado, porque la excusa argumental que pone en marcha ese tipo de contacto a distancia no tiene nada que ver con la pandemia. Y, por otro, porque la relación que tiene para contar –la de un hombre que toma lecciones de castellano de una profesora latina– es lo suficientemente rica y humana como para atravesar las limitaciones de la puesta en escena.
Si, es cierto, la película debe haber aparecido como un proyecto para aprovechar creativamente la primera etapa de cuarentenas y distanciamientos, pero en la ficción que cuenta LANGUAGE LESSONS (el más lógico y sensato título original) no hay pandemia alguna que impida la comunicación directa entre Adam (Mark Duplass) y «Cariño» (Morales) sino que lo que existe es, simplemente, distancia física. Adam es un hombre que recibe de parte de su pareja, Will, un regalo sorpresa de cumpleaños. El «regalo» en cuestión son clases de castellano a distancia, que serán dados por la apodada «Cariño» vía Zoom ya que la mujer está lejos, muy lejos de Oakland, donde vive la feliz pareja.
Todo comienza de una manera entre simpática e inocente, con los primeros intentos de conversación entre ambos mientras Adam nada en la piscina de la lujosa casa en la que vive con Will, un exitoso coreógrafo y bailarín. Adam (o, bueno, Duplass) habla bastante bien castellano y, más allá de algunos errores de conjugación o similares, no necesita demasiadas lecciones sino más bien una práctica constante, el ejercicio de la conversación. Y la simpática y amable Cariño parece la persona ideal para eso, con una sonrisa generosa, mucha curiosidad y lo que parece ser una excelente capacidad para escuchar al otro.
Pero todo cambia drásticamente ya en la segunda clase programada cuando Cariño llama y se topa con un Adam en estado semi-catatónico. Allí se entera que Will murió la noche anterior en un accidente de tránsito y que Adam no está en situación de tomar clases de nada. La chica lo consuela y, más que a darle clases, se ofrece como contención amistosa para el angustiadísimo Adam. De a poco y a lo largo de las semanas siguientes se van dejando mensajes de video hasta que Adam, ya un tanto mejor de ánimo, puede recomenzar las clases. Pero cuando todo parece normalizarse, es Cariño la que aparenta estar en problemas. Y ahí la relación se da vuelta en más de un sentido, ya que los intentos de Adam de ayudarla son rechazados por la chica, que prefiere no contar qué es lo que le está sucediendo.
A lo largo de los aparentes meses que ocupa esta serie de conversaciones y mensajes –Will dejó pagadas 100 clases semanales– lo que irá cambiando es la química de la relación, que se apoya mucho en lo que un personaje asume del otro y viceversa. Para Adam, las clases empiezan casi como el entretenimiento de un millonario aburrido que no hace nada todo el día (su resumen sus actividades diarias es menos gracioso de lo que él cree que es), pero a Cariño –que cobra sus buenos dineros por darlas– no parece preocuparle. Y cuando las desgracias, tragedias o accidentes aparecen en las vidas de ambos, mucha de la tensión mutua pasará también por las diferencias culturales, sociales, económicas y de género que existen entre ambos.
Por más esfuerzos que Adam haga para ayudarla con lo que supone que son sus problemas, Cariño siempre lo verá como un millonario que usa sus privilegios para lavar sus culpas con una chica tercermundista que vive una situación complicada. Y en algún momento ella le revelará algún secreto respecto a su tarea que hace pensar que su imagen de «chica exótica y simpática» es también una construcción for export. Esa mecánica un tanto transaccional de la relación estará siempre de fondo, complicando lo que parece ser –como dicen en CASABLANCA— «el comienzo de una bella amistad» y funcionando, además, como motor dramático de la película.
LANGUAGE LESSONS puede ser un ejercicio menor y amable armado entre dos realizadores del indie que se las rebuscaron muy bien para crear una película en pandemia con mínimos recursos y bajísimo presupuesto, pero dentro de las experiencias realizadas en formatos similares es una de las más creativas y entretenidas. Ayuda y mucho que ambos sean dos actores carismáticos que uno puede ver en primer plano a lo largo de 90 minutos sin casi variaciones de punto de vista o ángulo. Más allá de algunos cambios de vestuarios, peinados o locaciones en la que uno u otro están, lo central de la película pasa por los enredados vaivenes de la conversación/relación.
Alguna revelación sobre el final de la película puede resultar un tanto forzada en términos dramáticos, de esas «sorpresas» que tienen más aspecto de recurso de guión que de algo plausible en el contexto de la historia, pero es un problema menor en relación a los logros del film. Quizás lo más inteligente que tiene LANGUAGE LESSONS para plantear desde su historia tenga que ver con la imposibilidad de resolver del todo el conflicto cultural y económico que existe entre ambos, en dejar abierto ese costado transaccional que sigue existiendo en la relación aún cuando lo suponen superado. Es cierto que la amistad puede atravesar los prejuicios y las cosas que uno asume del otro, pero en el mundo real todo puede volverse más complicado.