Víctimas y victimarios intercambiables
En su segundo largometraje, Tobias Lindholm hace circular bien a la vista heridas de guerra y “daños colaterales” y encuentra su mayor virtud en no dejarse tentar por una mirada admonitoria sobre los personajes o recubrir la historia de un antibelicismo de manual.
Las heridas de la guerra, las evidentes y las invisibles. Sus víctimas y victimarios, tantas veces intercambiables. Los “daños colaterales” y otros eufemismos. Esos son algunos de los temas, complejos y duros, que el realizador Tobias Lindholm hace circular bien a la vista en su segundo largometraje en solitario, luego de A Hijacking y su debut junto al también danés Michael Noer, R. No es casual que el film haya estado nominado al Oscar: su temática resulta ideal para el compromiso biempensante de muchos votantes. A pesar de ello, en A War: La otra guerra no abundan los subrayados ideológicos o la denuncia campanuda. Por el contrario, la película intenta y logra en parte poner al espectador en un lugar incómodo luego de que los primeros cuarenta o cuarenta y cinco minutos establecen la idea de que su protagonista, el comandante Claus Pedersen, es un excelente soldado y, esencialmente, un buen tipo.Realizando tareas de patrullaje militar en Afganistán y ante la muerte de uno de los soldados, Pedersen abandona el escritorio y el aparato de radio para acompañar a su batallón in situ, sobre el peligroso terreno. Aunque ello implique pasar por alto el protocolo castrense. Mientras tanto, en la lejana Dinamarca, su esposa lleva adelante la misión de sostener el precario equilibrio familiar junto a sus tres pequeños hijos. Tarea tanto o más ardua que la de desactivar minas al costado de los pedregosos caminos afganos, por cierto. El guión de Lindholm alterna escenas en uno y otro escenario, unidas algunas veces por los breves y tecnológicamente precarios contactos telefónicos. En esa alternancia, las muy diferentes condiciones de vida para una familia tipo en ambos mundos son puestas de relieve, de manera indirecta pero consistente.Una vez que el film instala a los personajes y el conflicto de la separación (y el miedo a que ese alejamiento sea definitivo, ante la posibilidad cierta de la muerte), A War registra la situación que cambiará definidamente la vida de los personajes y las texturas de la película en sí misma. Una decisión bajo fuego enemigo obligará a Pedersen a volver de inmediato a su país, acusado de la matanza de una decena de civiles indefensos. De allí en más, la película abandona los campos de batalla para centrarse en otras contiendas. Una de ellas, más civilizada: la judicial. La otra, más íntima y peliaguda: la pesada carga de la culpa y el temor a la pérdida de la familia, del mundo tal y como se lo conoce.A War se acomoda en un registro que cruza el relato de tensiones judiciales y el drama psicológico (toda una institución en el cine nórdico). Irónicamente, el film va perdiendo interés y potencia a medida que el proceso avanza, hasta que algún peón realiza un movimiento inesperado y reencauza el relato hacia un final agridulce, para nada condescendiente. Quizá la mayor virtud de esta película modestamente inquietante sea el no dejarse tentar por una mirada admonitoria sobre los personajes o recubrir la historia de un anti belicismo de manual. Las guerras existen y parecen inevitables, y sus víctimas –más allá de los diversos grados de responsabilidad de aquellos que ejercen la violencia– se cuentan en todas las filas, parece decir el último, silencioso plano.