El silencio de lo trascendente
Las historias bélicas que no pretenden mostrar un patriotismo exacerbado ni justificar acciones militares como el mal menor o la panacea de la salvación de la humanidad al enfrentar a un enemigo despiadado y genocida, por lo general van por el camino de la autocrítica. Tal es el caso de A war -candidata al Oscar 2016 como mejor película extranjera y perdedora contra El hijo de Saúl (2015)-, cuyo entramado de ritmo muy tranquilo intenta exponer la fragilidad de la vida de inocentes cuando una persona, tan débil y frágil como ellos, es la que puede decidir con cierta arbitrariedad sobre su destino.
La historia transcurre en dos etapas: la primera en el frente de batalla en el que un líder de equipo -el comandante Pedersen (Asbaek)- intenta mantener el orden y el ánimo entre sus compañeros luego de la pérdida de uno de sus miembros en la patrulla. Esto ocurre casi desde el arranque y en pleno territorio de dominio de talibanes pero a la vez con muchos civiles inocentes en medio, cuyas vidas dependen de a quién ayuden o sean leales. En paralelo se puede ver la vida de su joven esposa y tres hijos pequeños -el comandante no llega a los 40- que se hace algo difícil sin su padre en el seno de una familia tradicional. Y a la suma de esas dificultades llega, más tarde, un episodio que pondrá en peligro el cargo, libertad y honor del militar, que deberá dirimirse en un juicio que colma la segunda parte del film.
El problema se da con el tipo de narrativa elegida para contar la historia, con un movimiento de cámara en mano constante hasta para mostrar al protagonista durmiendo que es totalmente injustificado, secuencias que no logran que el espectador conecte demasiado con los personajes ni con lo que les está pasando, y la insufrible elección de mostrar todas las acciones posibles en una escena como la de sentarse, tomar un vaso de agua o quitarse un abrigo, algo que muchos directores saben usar para crear un clima determinado pero en este caso no hace más que redundar y dar cuenta de una impericia manifiesta para tal fin.
Más allá de esos desaciertos, las actuaciones son sobrias, se agradece la naturalidad con que interactúan los niños de ambas culturas sin que sean objeto de líneas vergonzosas que jamás dirían en su realidad. En el juicio, la dureza de los fiscales y jueces se hace también natural, pero sin el dramatismo y la épica de esas batallas en tribunales al estilo Cuestión de honor (1992), Hombres de honor (2000) o muchas de esas películas en las que el “honor” era puesto en juego en un tribunal más allá de decorar un título. No hay casi emociones en ese duelo de testimonios, no hay discursos que nos pongan en un dilema o nos cierren la garganta, en A war es todo tan frío que sólo nos queda meternos en la conciencia de ese comandante interpretado sin mucho esfuerzo por Pilou Asbaek (Lucy), quizás la única cara reconocible en el elenco, y sufrir (o ser parte de sus remordimientos) con él por si la justicia decide condenarlo y alejarlo una vez más de su familia.
Tampoco se excede -o destaca- esta realización en crudeza visual. Los golpes de efecto, a veces de dudoso gusto en los que se ven -en otras realizaciones- niños mutilados o muertos por esas inconcebibles acciones de guerra, aquí están como emprolijadas, suavizadas para que nadie aparte sus ojos de la pantalla. Hablamos del país del que salió Lars von Trier y su dogma descarnado, algo cuya única herencia aquí parece ser el dudoso buen pulso del cámara, quien se rehúsa a utilizar trípodes o estabilizadores. Hay mucha tibieza al afrontar un género que no debe ser suave ni gentil, mucha corrección en lo que necesariamente debe ser crudo y descarnado.
Entonces no nos queda más que otra película que se queda a mitad de camino, que plantea un tema interesante pero que necesita de bases de referencia sólidas que le den un peso real y palpable a las acciones de sus personajes y que así puedan lograr empatía por las situaciones límites que están viviendo. Lindholm -que no es Eastwood, ni Bigelow ni Spielberg, ni nadie que haya hecho un drama bélico decente- también se hizo cargo del guión de esta historia, lo cual lo hace doblemente culpable, porque sus diálogos ni siquiera pueden llenar los huecos que tiene el film. Uno de guerra que no tiene un fuego cruzado que duela o un drama que arranca más lamentos que reflexiones.