La terrible muerte de un soldado de 21 años, durante el patrullaje de un pelotón danés (otro aliado de USA en la guerra), provoca desconfianza en la tropa apostada en el territorio de Afganistán. “La poblacion está de nuestro lado. Por eso es tan importante que vean nuestra presencia en la zona" dice el comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk) tratando de levantar (su) la moral.
En casa, lejos de allí, María (Tuva Novotny), la joven esposa de Claus, cuida de sus tres hijos a la espera de los llamados que, además de servir para informarse como va lo cotidiano, sirven de contención y de apoyo para ambos. Falta poco, pero la espera agota, y no es sino con un dejo de incertidumbre, porque después de todo el hombre fue a la guerra. La crianza sola supone también librar su propia batalla entre la educación y el consuelo en casa frente a la ausencia de la figura paterna.
“A war: La otra guerra” va montando paralelamente una cotidianeidad en la cual la medida del peligro (doméstico o bélico) se da proporcionalmente y con la misma intensidad, como por ejemplo las escenas de desactivar una bomba en el desierto montada con la de correr al hospital luego de la ingestión de medicamentos por parte del más chico de los hermanos.
La película nominada al Oscar 2016 por Dinamarca se divide claramente en dos partes: la primera, alimenta el dilema ético y moral que se plantea; en la segunda, a partir de un operativo con víctimas civiles como resultado de una decisión clave de Claus en medio de un ataque Talibán.
Lo que se hizo, lo que se debería haber hecho, y las consecuencias legales, morales y éticas que se producen, son los tres vértices dramáticos por los que transita el texto cinematográfico y la dirección de Tobias Lindholm. Algo así planteaba Brian de Palma en “Pecados de guerra” (1992), ambientada en Vietnam, sólo que en aquél caso se trataba de la aceptación de la crueldad en tiempos de guerra y el cuestionamiento del comportamiento humano en ese contexto. “A war: La otra guerra” aborda el dilema ético desde la culpa de Claus partiendo de la base de la aplicación de un código militar que exige identificación clara de objetivos militares.
El realizador logra hábilmente instalar la problemática en el espectador como para que éste tome una posición frente al tema, agregándole subrepticiamente un mensaje sobre el egoísmo y la corruptibilidad del razonamiento cuando lo individual le gana la pulseada a lo colectivo. Con elementos narrativos experimentados en las dos últimas producciones de Kathryn Bigelow, y algo de “Francotirador” (Clint Eastwood, 2014) en cuanto a la ausencia en cumplimiento del deber, ésta producción logra el objetivo de interpelar a la platea sobre varios temas con el cine bien realizado como herramienta principal.