Juicios colaterales.
La última película del realizador Tobias Lindholm pone el dedo en la llaga de la guerra como cuestión moral a partir de la controversia sobre las decisiones del comandante de una unidad de combate danesa apostada en Afganistán.
Partiendo de la superficie de la situación, una unidad que debe proteger a los habitantes de una localidad afgana de los talibanes que acechan el lugar por la noche, A War: La Otra Guerra (Krigen, 2015) propone la construcción de un drama alrededor de la inutilidad de la invasión a Afganistán, e incluso el daño causado por la ocupación prolongada. El escenario de la guerra tiene su contracara en la realidad de la esposa del comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk) y los tres hijos de la pareja, que afrontan problemas cotidianos. Al regresar de Afganistán, Claus debe enfrentar un juicio por la muerte de once civiles en una operación militar y volver a su vida ordinaria en Copenhague.
La primera parte del film desarrolla la guerra como un drama en el que todos pierden, un sinsentido que solo tiene a la muerte como única finalidad. En la segunda parte se expone el aparato judicial alrededor de la guerra, rodeado por fuertes leyes que responden al establecimiento de reglas para el combate y el respeto de los derechos humanos, llegando a una síntesis en la que ambos capítulos constituyen las dos caras de un mismo sistema de disciplinamiento y adecuamiento de la voluntad del hombre.
La perturbadora fotografía de Magnus Nordenhof Jønck contrapone las enormes planicies desérticas afganas y la desolación de la vida en el país asiático con la seguridad de una Dinamarca que se atreve a participar de la ocupación aliada. Los primeros planos de los actores y los diálogos de Lindholm se funden en la narración de una situación en la que la ley y la ética polemizan acaloradamente sobre derechos humanos en una discusión imposible de zanjar.
A pesar del interés de la propuesta y su buena puesta en escena, el principal problema de A War: La Otra Guerra no es la película misma sino la sobreexplotación de la temática. La nominación al Oscar parece en este caso una reparación respecto de la ficción anterior de Lindholm, El Secuestro (Kapringen, 2012), una extraordinaria película sobre el secuestro de un barco carguero danés por piratas somalíes en aguas internacionales, y del increíble guión de La Cacería (Jagten, 2012), escrito en colaboración con Thomas Vinterberg. En ambas se desarrollaban estas cuestiones morales de una forma más visceral, llegando hasta las heridas mismas que fundan la base de nuestra sociedad.
Afortunadamente, las buenas actuaciones y la gran capacidad de Lindholm para narrar historias que atacan los cimientos de nuestros valores morales salvan a la obra de caer en los clichés progresistas de los films de guerra y en los juicios militares respecto de los daños colaterales, que exponen una buena conciencia liberal occidental sin encontrar el resquicio en el que la naturaleza humana beligerante acecha como una bestia. En esta oportunidad, el cine danés merodea sobre esta cuestión con buenos diálogos y un buen guión, pero sin atreverse a ir más allá, aunque con un resultado aceptable en comparación con obras similares.