Penar en lo alto
En su cuento "Aballay", Di Benedetto trata sobre la culpa. Cómo un hombre perseguido por la mirada de un niño al que dejó sin padre busca algún tipo de consuelo al imponerse a sí mismo una penitencia por los crímenes cometidos, al modo de los monjes estilitas que se subían a una columna por el resto de sus vidas, dedicados a la oración y a purgar sus culpas. En el valle tucumano no había columnas, así que Aballay se subió a su caballo para no bajarse más.
El director Fernando Spiner decidió que su filme trate sobre la venganza. Tal vez porque es más cinematográfica y taquillera que la culpa, sentimiento que requiere un tratamiento más filosófico y menos pirotécnico. Entonces Spiner quita del centro de la escena a Aballay y pone al chico, ya crecido, que busca vengar a su padre, muerto a manos de bandidos sanguinarios en el desierto tucumano.
Y ahí va el porteño Julián, casi en sus veinte, a la caza de esos hombres cuyos rostros lleva dibujados a carbonilla desde hace años. En el camino se encuentra con Juana, muchacha codiciada por El Muerto, antiguo secuaz de Aballay, hoy amo y señor de un pueblo al que tiene sometido por la fuerza y la violencia. El Muerto es uno de los buscados por Julián, junto con Aballay.
Spiner consigue hacer una de cowboys pero a la argentina, con personajes propios, autóctonos. Explora un mundo olvidado hace décadas por los realizadores, el de un país violento y sin ley. La formidable fotografía da a los valles tucumanos el protagonismo necesario, los convierte en un personaje más, en el fondo único de una aventura potente, narrada con solvencia.
En lo actoral, Claudio Rissi se lleva todos los elogios. Su composición de El Muerto, cruel, impiadoso, sanguinario, es tan perfecta y llena de matices, que está a la altura de los mayores villanos del cine mundial. Pablo Cedrón, por su parte, hace de la economía de recursos un festival para el espectador atento. Su composición de Aballay es sobria, un elogio de lo mínimo para obtener lo más. Grata sorpresa es la creíble composición que hace Moro Anghileri de su Juana. Gestos, tonos y acentos precisos, además de una belleza natural impactante hacen de su particpación algo encomiable. Desafortunadamente, Nazareno Casero no está a la altura de las circunstancias. Su Julián carece del nervio y la actitud que la historia impone. Abúlico, y para colmo con el continuista en contra en un par de escenas, hacen que su actuación no sea tan creíble pero sin llegar a molestar en el todo.
El "Puma" Goity y el "Negro" Fontova tienen breves pero decisivas participaciones, en tanto la incorporación de lugareños como extras dan mayor veracidad al relato que Spiner conduce sin altibajos. Una de género, una película argentina que tiene algo para contar, con estilo, profesionalismo y calidad, como debe ser. Si son pocas pero son así, mejor.