Aballay

Crítica de Lucas Moreno - Bitácora de Vuelo

AY, ABALLAY

¿El Martín Fierro es entretenido? ¿Juan Moreira? ¿Don Segundo Sombra? La gauchesca es un género denso y abrumadoramente extemporáneo. Crayón para la identidad nacional. El gaucho, de haber existido, se afirmó por su completo desinterés para representarse en el arte.

Hoy es pura arqueología y nadie discute su extinción. Los gauchos aparecen en fechas patrias pero son de mentirita. A lo gauchesco, además de su representación imaginaria, se le suma su desorientación en el tiempo.

Estas dos problemáticas definen a Aballay como cachivache fílmico: excesivamente fabulatoria con la imagen del gaucho y terriblemente anacrónica en su estilo cinematográfico setentoso. Mal que Fernando Spiner no usara esto para crear una parodia desquiciada. La tragedia de Aballay es que con sus piojos tucumanos busca respeto y quiere desfilar como western bueno, autóctono, imponente, cuando es una película colegial para analizar en sexto año.

Decir que el western hace de Aballay un caso de aculturamiento sería una sentencia moral tontísima, pero acá el choque entre contenido megargentino y formato ultramericano es un disparate. Los personajes hablan como paisanos pero piensan como lo exige un manual de guión hollywoodense. La estructura responde estrictamente al subgénero de venganza pero cada tanto se entreveran curiosidades antropológicas como la mezcla de paganismo/cristianismo o la enemistad capital/interior. ¿Qué onda? ¿Es una película con patrón extranjero, una película con ansiedad histórica o las dos cosas combinadas por un jubilado loco?

Más allá de su ideología confusa, Aballay se filmó a los ponchazos. La noche americana se ve más iluminada que un exterior de día, las actuaciones están todas desbalanceadas, la violencia pretende ser cruda pero es amarillismo de mala fe y la adaptación del cuento aburrido de Di Benedetto corresponde a pocas escenas, lo que genera un embrión de película dentro de la película. Tampoco entiendo qué quiso hacer el editor metiendo escenas con ralentis, fundidos y flashbacks desubicados.

Con más cinismo y menos miedo, estas vergüenzas se hubiesen usado a favor, logrando que Aballay se defina por lo que realmente es: una burla al imaginario gauchesco.