Aballay

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Poderoso western gauchesco

Varias alegrías nos regala esta pavorosa historia de tiros, degüellos, cabalgatas, raros paisajes, un penitente, una venganza, y una chinita. Primero, es una obra de género popular con varias puntas de reflexión, muy bien hecha, dinámica, y bien actuada según las exigencias del género. Luego, le encuentra la vuelta a cierta narrativa argentina y universal, reuniendo tradición y atractivos del western, guiños y gozosas exageraciones del spaghetti, y narrativa criolla capaz de discernir algo humano y profundo más allá de la barbarie gaucha y el resentimiento compadrito de hace un siglo largo.

Otra cosa: al fin, luego de los rodajes fallidos de «Zama» y «El juicio de Dios», y algún otro trabajo, nuestro cine hace una buena versión de un texto de Antonio Di Benedetto. Claro que se toma sus libertades. Una reprochable, es que el personaje monta todo el tiempo un solo caballo, sin dejarlo descansar, pobre animal que no tiene la culpa. En el cuento, el hombre considera esto y va cambiando de montura. Más destacable es que acá Aballay no comete su crimen una noche de alcohol, sino en pleno día, bajo la embriaguez de la soberbia. Encima ya cometió otros. Pero éste es el que le duele, como al asesino Santos Pérez solo le duele la tremenda desgracia que le causó al niño, según imagina Sarmiento en su «Facundo».

Bien puede anotarse ese capítulo entre las influencias a veces inconscientes absorbidas por el director Fernando Spiner, como los ralentados de Tonino Valerii, con doble i, el salvajismo de los westerns más sangrientos a uno y otro lado del océano, los rostros marcados de los personajes de Lucas Demare, Hugo Fregonese y Sergio Leone, el tempo de este último, el odio inagotable del hombre civilizado capaz de volverse una bestia en los films de Anthony Mann. Esto último pesa para que el protagonista del relato ya no sea Aballay, sino el niño que por su culpa creció huérfano y ahora quiere matarlo aunque le digan que el asesino se ha vuelto un santo. Pero ahí está, casualmente, la originalidad del relato. Es muy difícil encontrar una historia donde el asesino se haya arrepentido hasta tal punto que vuelva injusto su castigo. Y así precisamente lo imaginó Di Benedetto.

Pero entonces, ¿quién es el malo de la película? Ah, ese personaje también aparece, le dicen El Muerto, y es tan malo que el propio diablo le escaparía. El bueno, que no es tan bueno, debe enfrentarlo y salvar a la chica, tras lo cual viene otra pelea, una herida terrible, y un final propio de ese tipo de películas que, después de mostrarnos cosas espantosas, terminan con una música «pum para arriba». En este caso, una conocida y querida marcha de 1902, para que todo el público salga bien alegre festejando. Todo, mérito de Spiner, que de joven disfrutó los spaghetti recién salidos de la moviola mientras estudiaba en Italia. Y también, lógicamente, mérito de su equipo y de su elenco, Pablo Cedrón y Claudio Rissi a la cabeza. Ojalá hiciéramos más películas como ésta.