Revisionismo histórico al estilo siglo XXI
Una vez entendido el título del film, no se aceptan quejas. Aquí el asunto tiene que ver con que el presidente de los Estados Unidos que murió asesinado por emancipar a los esclavos negros, en realidad estaba más atento a cazar a los vampiros que dominaban su país de Norte a Sur que por cualquier otra cosa.
Solo Tim Burton podría entender la necesidad de contratar a un talento extranjero -el ruso Timur Bekmambatov, autor de la franquicia «Guardianes de la noche»- para filmar tamaño ejercicio de revisionismo histórico, ideado por Seth Grahame-Smith, al que le permitieron adaptar su novela original, tal vez por el excelente trabajo que hizo con el guión de la última película de Burton, «Sombras tenebrosas»).
La trama adapta las regla del vampirismo a su conveniencia para que los no muertos puedan interactuar con sucesos históricos propios de la escuela elemental estadounidense. Además, sin importarle mucho las clases de historia, la película empieza a toda superacción, para mejor, aprovechando a tope el 3D digital como sólo lo haría un director ruso que nunca tuvo tantos juguetes tecnológicos a su alcance. Nada mejor en este sentido, ya que hay escenas nunca vistas en un film fantástico, empezando por una antológica estampida de caballos salvajes que sirve de marco a un duelo a muerte con un vampiro (todo en el más contundente 3D). Sin mencionar las distintas variaciones de matanzas de vampiros, o incluso los momentos épicos relativos a la guerra civil, condimentados con los exabruptos fantásticos que surgen del concepto general.
Lo mejor es que, a pesar del delirio que supone la premisa argumental que convierte a una figura histórica en cazador de vampiros, el director logra aportar imágenes y climas lo suficientemente fuertes como para que el espectador tema por la suerte del personaje protagónico mucho antes de que ocupe su fatídico lugar en el teatro donde lo asesinaron.
Tanto el actor Benjamin Walker como el film en general se sostienen mejor cuando el cazavampiros es un Lincoln joven aún no metido en política que cuando ya es Presidente en medio de la Guerra de Secesión. Pero aun en estos momentos, el delirio mantiene su insensata coherencia, logrando una gran ironía final sujeta a todo tipo de teorías conspirativas contemporáneas.