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Esta es una recomendable película de terror y ciencia ficción que se hubiera beneficiado con otro título que no mencionase la palabra “zombi”. En los 90 el cine de género casi había desaparecido en la Argentina. Por eso, las comedias casi no tenían gags, los policiales como mucho tenían un tiroteo, y hasta un psychothriller de la era de “Seven” mostraba sólo un tajito en un cadáver. Esa tendencia no se ha revertido del todo, y basta señalar que incluso “El secreto de sus ojos”, de Campanella, tenía una sola escena de acción y suspenso, la formidable persecución en el estadio. Esto es lo que pasa con esta buena película de Martín Basterretche, un muy interesante film de zombies al que, sin embargo, le falta mordida. La trama está muy bien planteada para ir generando intensidad sin que decaiga: un centro de investigaciones llama al mejor alumno de un genio en infectología que ha enloquecido al tratar de curar su esposa enferma, al punto que empezó a experimentar con ella y luego desapareció junto con los aparatos importantes de su laboratorio. Así que el alumno, un medico forense, se convierte en detective y descubre que hay un spa en una playa perdida y solitaria, la pista para encontrar al profesor. Eso lo lleva a una hostería cercana, donde se van desencadenando los hechos. Pero cuando arranca la epidemia zombie de verdad, la falta de muertos vivos comiendo tripas al estilo George Romero decepciona un poco. Aquí hay un original nuevo concepto de zombie desatado por una humo químico, y nadie se almuerza a su prójimo. Hay acción, pero no gore, pero la película se puede recomendar por el prolijo estilo narrativo, la excelente dirección de arte y fotografía y las actuaciones buenas y parejas, como la de Matías Desiderio y Clara Kovacik.
A pesar de que ya no hay grandes películas de terror gótico inglés al estilo Hammer, cada tanta salen pequeñas producciones inglesas, escocesas y, como ésta, galesas. “Jack in the box” es un tipico juguete clásico que consiste en una caja que, de repente, se abre para asustar con un payaso medio ominoso. Aquí hay un pobre hombre que, en el campo y en medio de la nada, encuentra enterrada una de estas cajas, un objeto de colección muy caro. Está claro que el muñeco que saldrá de adentro será un verdadero monstruo del infierno. Casi literalmente, dado que el argumento luego va explicando que era un tipo de caja diseñada para contener entes malignos, que ahora han quedado libres para hacer sus fechorías. Todo es bastante elemental, pero hay lindos sustos y algunos momentos atractivos en lo visual. Y lo mejor es el diseño de la caja y la actuación de Robert Strange como el muñeo maldito.
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Si durara 85 minutos y estuviera filmada en blanco y negro con el formato cuadrado de los films de los años 40, esta nueva Batman sería buena. Pero así como es, genera la siguiente pregunta. ¿Realmente hace falta que una película de Batman dure tres horas? La respuesta es obvia. No, no hace falta. Y es una pena, porque la idea de hacer un Batman más oscuro que las películas de Tim Burton, que lógicamente por la época tenían que diferenciarse estéticamente de la colorida serie de la década de los 60 con Adam West, llena de detalles pop y humor naif que servía tanto para chicos como para adultos. Pero estamos en 2022 y ya han pasado tantos Batman por el cine que es difícil agregar algo nuevo. Acá hay algunas novedades, pero que van mas para atrás que para adelante. Por ejemplo la química entre la Gatúbela de Zoe Kravitz (la hija de Lenny Kravitz) y el enmascarado Robert Pattinson es la menos interesante en toda la historia del personaje, empezando por el detalle de que ella no es una auténtica villana sino una mujer en busca de venganza. Siguiendo con la corrección política del caso, Colin Farrell, en su versión del Pingüino tomado justo en el momento previo a convertirse en el mítico archivillano que en mejores tiempos encarnaron Burgess Meredith y Danny DeVito, ni siquiera fuma sus típicos habanos. En cambio el que está un poco mejor, aunque habla demasiado, es Paul Dano como un Acertijo menos extrovertido que el que compuso Jim Carrey a las órdenes de Joel Schumacher. Pattinson tiene un gran problema: luce exactamente igual y con las mismas expresiones -o mejor dicho, la ausencia de ellas- tanto cuando tiene máscara que cuando hace de Bruce Wayne. En cambio. la trama sobre Wayne/Batman tratando de investigar el pasado corrupto de su propia familia es interesante, y da a lugar a buenos momentos que mezclan al superhéroe con climas de film noir, un poco volviendo a las verdaderas fuentes del personaje. Sólo que a medida que se va estirando exageradamente el argumento va perdiendo su interés. Lo que es original y creativo, aunque de un modo un poco alarmante, es la fotografía monocromática, aunque no tanto como para lucir auténticamente en blanco y negro -tiene destellos a color, como el rojo en momentos culminantes- con uso novedoso del formato de pantalla ancha, ya que ubica casi siempre en el centro a los personajes y deja en los costados imágenes desenfocadas, casi como para que alguien pueda ver la película en su Smartphone sin perderse casi nada.
Las películas basadas en videogames suelen tener mala prensa, lo que muchas veces es totalmente justificado. Pero esta superproducción basada en el taquillero juego de Playstation no deja de ser entretenida gracias al dúo protagónico, al despliegue de efectos especiales y a una catarata de imágenes espectaculares. Tom Holland, más conocido como Spiderman, es un huérfano buscavidas que no parece tener mucho en común con Indiana Jones, pero que cuando es abordado por el mercenario Mark Walhberg para encontrar a su hermano perdido, que justamente desapareció en algún lugar del planeta buscando un tesoro de Magallanes, quiere ir a la búsqueda de antiguos galeones españoles hipotéticamente llenos de oro. Ambos van a Barcelona –y de ahí a muchos lugares exóticos más- y se meten en una trama intrincada que los enfrenta a Antonio Banderas, un villano que sin duda daba para más. Dirigida por Ruben Fleischer, el de “Tierra de zombies” y “Venom”, esta versión para cine de “Uncharted” por momentos navega en piloto automático pero también tiene escenas de acción imaginativas, por ejemplo una caída de un avión o cuando aparecen los famosos galeones. Para pasar un rato divertido, “Uncharted” está bien, aunque los gamers quizá sigan prefiriendo el juego original.
En los principios de la animación, personajes del primer Walt Disney o incluso íconos de los hermanos Fleischer, como Popeye, podían hacer cosas muy atrevidas, incluyendo vestirse de bomberos para hacer locuras peligrosas. Eso se acabó hace tiempo, y se entiende que el género de los bomberos se adecua más a series adultas como “Rescue Me” que al cine infantil, básicamente por el lado más dramático que supone la tarea de apagar incendios. Pero esta coproducción franco-canadiense aprovechó este hueco temático en el cine de animación para armar una excelente película sobre la hija de un jefe de bomberos que sueña con seguir la profesión de su padre aunque él se lo prohíba. Corren los años ’30 y un extraño fenómeno de incendios y bomberos desaparecidos en los teatros de Broadway ayudan a que la protagonista se ponga un bigote falso y utilice el viejo truco de hacerse pasar por hombre para lograr su cometido. Hay gags divertidos, buena descripción de los personajes y sobre todo una serie de escenas vertiginosas que recuperan algo de aquella vieja animación alocada a la que nos referíamos antes. Sólida en lo técnico a todo nivel, con imaginativos backgrounds neoyorquinos y una variada paleta multicolor, la ambientación de época y la banda sonora jazzera son otros puntos fuertes de esta recomendable película animada. Mayor logro aun dado que los codirectores son debutantes, pero antes Thedore Ty fue animador en “Kung Fu Panda” y, más extrañamente aun, Laurent Zeuton fue el productor del film de culto “La muerte de Stalin”.
La ingeniosa intriga policial de Agatha Christie, la buena labor de Kenneth Branagh como actor y director, los atractivos del lujo, la elegancia y el glamour de los ’30 revividos en la pantalla, también el atractivo de un paseo virtual en gran pantalla por algunas ruinas egipcias, y, por supuesto, la muy atractiva Gal Gadot luciendo los diseños de Paco Delgado y ganándose el favor de los espectadores en su papel de víctima de un amor y posible victimaria, esos son los principales puntos a favor de esta nueva versión de “Muerte en el Nilo”. Podría agregarse, también, la duración. Dura menos que la versión anterior, y eso que le pusieron un prólogo inesperado, medio discutible. El mismo sirve a una caracterización más profunda del detective Poirot, y un poco también al fondo filosófico de la trama, que no todos los seguidores de Christie habrán de compartir. Pero los tiempos cambian, y las relecturas se imponen. Aclaración: no se traiciona el texto original, solo se agregan algunos detalles, miradas nuevas para un público nuevo, ajeno a las mentalidades de otras épocas. Es lo que hizo Branagh, por ejemplo, con “La flauta mágica”, que él mismo presentó en 2007 en el recordado Pantalla Pinamar. Ahora, ¿esta película es mejor que la de John Guillermin, de 1978? No, simplemente es distinta (¡pero cómo se extraña a los inefables Peter Ustinov y David Niven en los papeles de Poirot y su amigo el coronel Race!). Pequeña historia: en Pinamar Branagh resultó ser un tipo sencillo y agradable, armado solo con sus palos de golf, capaz de aceptar las excesivas muestras de afecto, agacharse a acariciar los perros callejeros, y hablar de las Malvinas con conocimiento de causa. Decía Malvinas, nunca Falklands (se entiende, es nacido en Belfast, Irlanda del Norte).