Empecemos por los finales del filme que, a esta altura, es por demás conocido, o bien podría intuirse.
En el primero, aclarando que éste Abraham Lincolns, el presidente de los Estados Unidos de América, es ubicado allá por los años 1860/1865, cuando muere.
El Segundo final esta dado por el propio filme, en el que nuestro héroe de bronce no era un luchador de ideas claras contra la esclavitud, sino que su lucha estaba orientada a hacer desaparecer del territorio de los EEUU cualquier vestigio de vampiros chupasangre. También lo logra, pero a medias. La leyenda al final de la narración dice que los vampiros emigraron hacia América del Sur, Europa y Asia.
Tal desacierto de pavadas parece estar en consonancia con lo que el deterioro de la cultura en general, y de la educación en particular, en el denominado material para adolescentes. Equilibrar hacia abajo, no vaya a ser que se engendren adolescentes pensantes.
Todo esto produce engendros como versiones idiotas de grandes textos, como, por ejemplo, llevar a la orbita vampirezca la historia de “Romeo y Julieta” en eso que se llama “Crepúsculo” (2008). Igualmente, dentro de esta variable, podemos encontrar la tergiversación del personaje lógico deductivo de Sherlock Holmes en un patotero de armas llevar, y mucho más cercano en el tiempo, pero con la misma excusa de cine para “adolescentes, sintetizando la vida real de un genial escritor en un sinfín de acciones que nada tenia que ver con Edgar Allan Poe.
El director Timur Bekmambetov le pone más énfasis a todos aquellos elementos que llevan a la acción de los personajes, pero sin justificarlos demasiado.
Al joven Abraham Lincoln sólo lo mueve la sed de venganza. Él fue testigo del asesinato de su madre en manos de un vampiro humano, o en los colmillos, para ser más exactos.
Un argumento demasiado débil para sostener un relato centrado en una figura mítica de la historia de la humanidad, no sólo por lo que lucho contra la esclavitud en su país, sino también por sus conceptos de democracia y de libertad. Nada de esto ni siquera se insinúa en esta realización.
Pero el joven Lincoln, en su ansia desesperada de justicia por mano propia, se topa con Henry (Dominic Cooper), un experto en como matar vampiros, quien terminará siendo su maestro y mentor en la materia.
Todo esta muy poco desarrollado, mal estructurado, puesto sin otro objetivo que la funcionalidad estética, y ese oficio del manejo masturbatorio de la cámara, con los ralenti y la violencia excitante. Para colmo realizado con una solemnidad que, a priori, desde el tiíulo no se podía preveer pues daba la sensación, también a priori, de intentar ser un texto irreverente.
A punto tal que las subtramas, como al historia de amor entre Lincoln y su esposa, o la de su ascenso político, quedan fagocitadas por la solemnidad con que trabaja la idea de una invasión de vampiros en el gran país del norte.
Hace unos años los chicos identificaban a Beethoven con un perro San Bernardo, culpa del filme “Beethoven” (1992). Espero que los adolescentes de hoy no crean que Lincoln fue un Van Helsing americano la versión para este continente de la obra “Drácula” de Bram Stocker, y eso que ambos tienen el mismo nombre de pila.
Si en cambio hubiese trabajado desde el absurdo otro hubiese sido el resultado. Todo aquello que transita hacia el tedio podía haberse transformado en risueño. La mala configuración, construcción y desarrollo de los personajes, la casi nula situación de conflicto común con un antagonista, Adam (Rufus Sewell), interesante desde la presentación, algo así como el vampiro jefe, quien parece ser el único en darse cuenta que esto no va en tono de seriedad.
Demasiado poco, sólo algo de falso virtuosismo en la constitución de algunas imágenes, algo de la vedete actual el 3D, y mucha sangre injustificada.