El giallo existe y los hermanos Luciano y Nicolás Onetti lo dignifican, o al menos han intentado pintar esta aldea de amarillo una vez más con Abrakadabra. Un epígrafe de Houdini servirá como disparador para una trama de asesinatos separados por treinta años, en dos épocas que involucran a un mago famoso y a su hijo. Pero el argumento es lo de menos. Lo que inunda la mirada es el profundo trabajo de apropiación que llevan a cabo los hermanos, una asimilación completa de las reglas del género que abarca todas las aristas posibles: la música, la coloración, la lengua, los variados ángulos de cámara (esa exquisita esquizofrenia del giallo en cuanto al punto de vista), las mujeres y el sexo, los cuchillos, los muñecos y los asesinos misteriosos con guantes y sombrero. Todo forma parte de un combo donde la sangre aparece sin pedir permiso en medio de acordes que caen como golpes.
La experiencia de Abrakadabra como objeto fílmico nunca abandona el sentido del homenaje en un marco de lúdico anacronismo, saludable, donde lo importante es explotar la materialidad del cine en lo que tiene de sensorial. No es un cine que jode con mensajes grandilocuentes sino que apuesta por la diversión y recupera toda la dimensión de una modalidad que parece haber quedado anclada en el tiempo. Sin embargo, pese al buscado italianismo nunca se pierde de vista el color local a través de sutiles signos (una inscripción en una puerta de un baño, por ejemplo), lo que le confiere al resultado una curiosidad adicional.
La invitación al goce sensorial de los asesinatos más allá de toda cuestión moral (principio genérico por excelencia) está garantizada en esta historia cuyo protagonista vive una pesadilla cotidiana con los fantasmas del asesinato de su padre. Hay resoluciones de puesta en escena que emulan a la perfección los clásicos exponentes, pero tal vez una de las fallas más visibles de la película es la moderada preparación de la atmósfera que anticipa los crímenes. Se nota una falta de fuerza previa, ese trauma infaltable que rodea a la situación del asesinato. De todos modos, esta débil perturbación es compensada con otras resoluciones visuales donde la vinculación sexo/muerte/penetración actualiza los momentos más felices de Bava, Argento, Martino, entre tantos. Y la magia a base de cajas con espadas suma un punto más en ese juego freudiano donde la muerte es homologada al pico del acto sexual.
Más allá de algunos inconvenientes en el guion, la principal virtud de los hermanos Onetti es la apuesta por mantener la vigencia del giallo, con creatividad y concibiendo el espacio cinematográfico desde un lugar festivo, combinando las raíces del teatro del Grand Guignol, con su representación naturalista del horror, con crímenes que evocan el esplendor de un género que supo ser hijo del más bello artificio en los sesenta y los setenta fundamentalmente.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant