Hace dos años Martín Piroyanski dirigió No me ama, un encantador cortometraje que en cierta medida habilitaba el entusiasmo ante la proyección de Abril en Nueva York. El mismo Piroyanski ya es en sí una presencia cinematográfica virtuosa, con su físico elástico y a la vez tímido, con un rostro incapaz de mostrarse impasible, como si sus enormes ojos siempre estuvieran gritando, deseando, muy lejos de la tan transitada “abulia de las jóvenes generaciones” que ha obsesionado al cine nacional de la última década. Pienso en su compleja interpretación en la reciente La araña vampiro, pero sobre todo recuerdo cómo su perfecto timing cómico encendía Mi primera boda para acabar adueñándose de la película toda. Hablo del Piroyanski actor porque lo considero un talento y porque creo que tiene como pocos un pulso reconocible, una ansiedad particularmente fotogénica que supo explotar a su favor al realizar y protagonizar No me ama, un corto tan sencillo como redondo e ingenioso. Por el contrario, Abril en Nueva York es una película indecisa, construida a partir del culto a la improvisación, un piso que aquí no siempre alcanza para solventar el interés narrativo, ni ofrece tampoco el riesgo suficiente como para leer la propuesta desde un plano más experimental.
Hecha entre amigos, en poco tiempo y con poco dinero, la película se presenta como una comedia romántica con algunos trazos tristes aunque reversibles. Cuenta una historia de amor entre dos argentinos recién instalados en Manhattan: Valeria (la bella Carla Quevedo) trabaja en un restaurante y estudia teatro, mientras Pablo (Abril Sosa) se dedica a tocar la guitarra, beber y vagar por la ciudad. De hecho, la chica mantiene a su novio, y él a ella no la trata nada bien. Pronto aparece un tercero, un yanqui alto, rubio, exitoso y galante a quien el mismo guión se ocupa de rotular como cliché (y por aquí había una simpática veta autoconsciente que el film nunca busca explorar). En un primer momento, la forma en que Piroyanski registra el espacio cerrado de la convivencia me remitió a un film norteamericano que se proyectó en Mar del Plata hace unos años, Nights & Weekends, una delicia minimalista en donde solo dos personajes logran sostener el relato en base a la sutil tensión que crece en la intimidad. La diferencia es que aquélla era una película elaborada, con personajes maduros y una narración que sabía a dónde quería llegar en su retrato de un amor contrariado. Tal vez no debamos pedirle tanto rigor al film argentino. De alguna manera, su devenir disperso podría ampararse en el hecho de que en su nueva vida los protagonistas están "probando suerte", y dado que ni ellos ni el relato tienen un eje claro, Piroyanski elige entonces confiar en la efectividad de los episodios humorísticos aislados (que son escasos, por cierto). Sin embargo, el principal problema de Abril en Nueva York no reside en esta impronta de libre tanteo sino en la simplificación con la cual desliza ciertas cuestiones delicadas (la violencia del varón, la incertidumbre laboral) para luego relativizarlas y allanar sin dilemas el camino hacia el happy end. Estamos de acuerdo con que se trata de una película liviana y sin mayores pretensiones, pero eso no justifica que deba ser tan extremadamente naif.