Chocando, sufriendo y compartiendo
Tres años después de su primer cortometraje, el actor Martín Piroyansky acaba de estrenar su primera película como director. Es una historia de amor filmada con talento y sensibilidad, también con buenas actuaciones.
El actor Martín Piroyansky debuta como director y guionista con una comedia romántica, un tanto desprolija pero vital, acerca de una pareja de argentinos residentes hace apenas unos meses en Nueva York. Es una deliciosa historia de amor enmarcada en una ciudad mostrada con todos los elementos del imaginario joven de la clase media porteña con posibilidades ciertas de visitarla en algún momento de sus vidas.
Y si bien es cierto que Piroyansky hace un recorte casi publicitario de las locaciones –el departamento de la pareja, el trabajo de ella, el metro (no subte), el vestuario cool y así–, también tiene claro lo que quiere contar. Esto es, una historia chiquita, con una pareja que se ama y a la vez va madurando en un entorno que no es el suyo pero que por educación, ganas de conocer el mundo y una clara aspiración cosmopolita, será uno de sus lugares afectivos por el resto de sus vidas.
Y en la pantalla ambos, Valeria (Carla Quevedo, gran futuro en el cine) y Pablo (Abril Sosa), hermosos, llenos de vida, un poquito trágicos, amándose desparejamente. Ella, adorable asistiendo a las clases de actuación, adorable como recepcionista en un restaurant y también cuando es rechazada en un casting, adorable soportando la bohemia de él, la falta de compromiso, su veta autodestructiva. Y el amor que tambalea, un tercero que aparece, Ben (Burns), tan neoyorquino, tan Ben, tan poco Pablo.
La frescura y también por lo que puede ser atacado el film de Piroyansky es que apuesta por un relato de actores, con la ambición de meterse en esa pequeña historia de amor desde la intimidad sin tener en cuenta otros elementos de la puesta, como un acabado final de los personajes o una cámara un tanto inestable. Sin embargo, todo lo que se puede cuestionar desaparece por el talento y la sensibilidad del director para retratar a sus criaturas amándose, chocando, sufriendo y compartiendo la felicidad de estar juntos. Dos o ambos parece ser la clave, juntos es cuando la película parece que todo lo puede.
Abril en Nueva York entonces es el prometedor debut de un director joven, con una mirada propia y afectiva del universo que le interesa contar, una claridad que algunos realizadores alcanzan después de varios intentos. O nunca.