El pasado 10 de octubre se estrenó en Argentina la ópera prima de Martín Piroyansky, protagonizada por Abril Sosa y Carla Quevedo. Valeria (Quevedo) y Pablo (Sosa) son una pareja argentina de artistas recientemente instalada en “La gran manzana”. Ambos repletos de ilusiones, de metas profesionales, agradecidos de estar juntos. Como toda pareja normal, sufren desencuentros y discordias insignificantes que, finalmente, generarán una obvia ruptura. Las actuaciones de ambos podrían verse de forma individual o en conjunto: tanto Quevedo como Sosa demuestran una naturalidad y una espontaneidad que sólo un guión de Piroyansky puede generar. El relato transcurre como en cualquier historia de amor repleta de clichés, hecho que incluso los mismos personajes se reconocen en la ficción. El tercero en discordia (Ben, una especie de caballero norteamericano perfecto), la diferencia de intereses y las presiones de la rutina serán moneda corriente en esta trama, dotada de una simpleza que la permite avanzar sin sobresaltos.
Las locaciones y, consecuentemente, las situaciones que en éstas se generan, son sumamente naturales y espontáneas, dejando entrever cómo la historia misma se va desarrollando al tiempo que va encontrando su emplazamiento físico. Este film simula ser un documental en cuanto al proceso en el que fue desarrollado, en un contexto de amistad y voluntades creativas, tanto por parte de Martín como del resto del equipo técnico y el elenco. El guión, por su parte, posee esa chispa necesaria que sólo puede ser lograda a través de la interacción dinámica de éste y la instancia de rodaje. Los aspectos narrativos parecen haber sido circunstanciales, y he aquí la pizca de realismo místico que el director aporta a todos sus proyectos. Tocar alguna fibra del espectador siempre es un buen objetivo y Piroyansky lo ha logrado acudiendo a reacciones y situaciones estándares.
La comedia romántica funciona muy bien en los momentos en que la fórmula se apoya sobre lo primero; es que Martín si algo ha hecho siempre es comedia y se sirve de situaciones cotidianas, de la burla y las ironías para acompañar a una fotografía de Pix Talarico (que también asumió los roles de productor y productor ejecutivo) con una iluminación tan mágica como idealista. La banda sonora, a cargo de Fernando Samalea y Les Mentettes (liderada por Sosa) acompaña como un telón las acciones durante 78 minutos de manera agraciada y llevadera. La desilusión amorosa es plasmada por este joven director como una secuencia de encuentros y desencuentros, de casualidades y bohemia, de guiños cómicos y diálogos sumamente realistas, que permiten esa identificación del espectador con las historias de la gran pantalla. Un lugar común, muchos lugares comunes. Un proyecto preciso que merece la expectativa por aquellos que lo podrán secundar.