Fresco y entretenido “Abril en Nueva York”
El tipo es un soberano pelandrún, por no decir otra cosa. No es que se sienta mal en una ciudad extraña, él es así de nacimiento. Puesta a considerarlo como posible pareja, cualquier mujer que se respete firmaría de inmediato al pie del conocido refrán "Más vale sola que mal acompañada". Pero ella lo ama.
Ella es bonita, de buen carácter, enojos breves, enorme capacidad para olvidar lo malo, es un sol, es la mujer ideal. Un yanqui alto, rubio, de estampa atendible la ve y se queda flechado. La japonesa de nombre francés que lo acompaña pasa automáticamente a la sección Fuiste. Al otro día el yanqui se tira un lance con la bonita de buen carácter. Pero ella ama al pelandrún.
Nada es eterno. Ni siquiera la infinita paciencia de la chica de enojos breves. Una noche, el injustamente amado sabrá lo que es sufrir. Al otro día también, y al otro. Deberá conseguir trabajo. Llorará por los pasillos en el trabajo, mientras el yanqui alto y rubio sonríe y se hace el chistoso, el buen amigo, y avanza sobre la mujer ideal. Que ahora no sabemos a quién ama, aunque sospechamos quién le conviene.
Estos hechos terribles le suceden en Nueva York a una parejita de tórtolos argentinos rodeados de gente variada, amén de un patrón y una médica que parecen amargos pero luego resultan humanos, y todo eso que hace a una historia romántica de inmigrantes en la Gran Ciudad. La historia es sencilla, efectiva, simpática, los intérpretes actúan con una sensualidad natural y convincente, las calles y demás locaciones son lindas de ver, la música se acepta, y el conjunto es fresco y breve, apenas 77 minutos.
Intérpretes principales, eficaces, Carla Quevedo, el debutante Abril Sosa, Matt Burns. Autor, el comediante Martin Piroyansky, que ya había hecho un corto delicioso sobre los padecimientos del corazón, "Ella no me ama", y acá se tira a la pileta con un largometraje hecho en menos de un mes, entre amigos (se repiten nombres de un lado y otro de la cámara), con un guión básico y diálogos escritos sobre la marcha. Hay frescura, un aire a lo Cassavettes pero sin neuras, y algunas evidencias de inocultable improvisación e irregular inspiración que no afectan el resultado. Al contrario, lo hacen más simpático.