En los intersticios, entre una mirada distraída y el cielorraso
Abrir puertas y ventanas puede ser vista como una muestra de lo que el Nuevo Cine Argentino debió seguir siendo pero acaso ha dejado de ser. La directora Milagros Mumenthaler mete tres jóvenes hermanas en una casona a punto de venderse y en cierto modo parece proponer un estudio sordo acerca del desamparo y la ausencia. Por un momento la coreografía mórbida de los cuerpos que se juntan unos con otros, que se atraen, se apoyan y se repelen bruscamente con una mezcla de hastío y amor contenidos puede hacer acordar al cine de Lucrecia Martel. Pero enseguida la salida humorística repentina, los planos de una precisión sin alardes y la discreta sofisticación en el uso de la música –hay que ver la exquisita secuencia con la canción de John Martyn Back to Stay– se encargan más bien de acercar la película a la paleta de tonos que maneja con destreza la gran Celina Murga, solo que tal vez en una versión recargada y con la fuerza de una furia subrepticia que se palpa en cada escena. En medio de las horas muertas y de un tedio que se llena entre charlas no siempre afables, mirando telenovelas o cocinando fideos, hay una continua cualidad vibrante en la película, un hilo de electricidad que oscila entre el estallido y la angustia que buscan siempre refrenarse como si se tratara de un lento resquebrajamiento interior o alguna clase de impureza vergonzante. En Abrir puertas y ventanas hay tres actrices extraordinarias que hacen de sus cuerpos el centro real alrededor del cual parece construirse la película. Las chicas se mueven por los planos con la gracia de animales enjaulados mientras una corriente de energía, enervante y conmovedora por partes iguales, restituye para el cine su calidad documental y reveladora. ¿Cómo filmar un sentimiento de angustia que no se dice con palabras? A lo mejor filmando mujeres heridas, con un amor y un desconcierto que no les cabe en el pecho. En realidad la película de Mumenthaler ofrece respuestas tentativas y no concluyentes, tantea pistas, tira botellas al mar y espera, tal vez con la convicción íntima de que el futuro le pertenece. Abrir puertas y ventanas resulta ser la película más placentera del cine argentino de este año, la más fluida y quizá también la más secretamente emotiva; una refutación refinada y a la vez implacable del costumbrismo, pero también la evidencia cabal de que la imaginación es el alimento sustancial del cine.