Pequeños triunfos cinematográficos
Apuntes sobre el notable debut de Milagros Mumenthaler.
El cine argentino entiende poco de mujeres. Fuera de los lugares tradicionales que se les asigna desde la cultura, son contadísimas las películas que miran a la mujer desde una óptica que no sea la del binomio madre/puta (aunque en la cinematografía local abunden las primeras y escaseen las segundas). Milagros Mumenthaler viene a poner en entredicho esa concepción de lo femenino; Abrir puertas y ventanas es sobre chicas que habitan un espacio incierto, de fronteras mal delimitadas, y la identidad que la directora les reserva también se da en esos términos ambiguos. Ni madres (o aspirantes a), novias, esposas, militantes políticas (el cine argentino está repleto), viudas retiradas, feministas, putas (o aspirantes a); las chicas de Mumenthaler son unos cuerpos en tránsito que no se dejan aplastar bajo el peso de las etiquetas más frecuentes. No es raro, entonces, que ni bien empieza la película, Marina (María Canale) decida que no quiere salir más con un chico; no se conocen los motivos, sólo su elección. Esa es una de las herramientas principales que despliega la directora: al presentar como opacas las razones de sus personajes, no sólo obliga a observarlas en vez de juzgarlas, sino que también conserva la pura indeterminación que es la cifra de Sofía, Violeta y Marina y del duelo silencioso que llevan adelante como pueden las tres.
Cuerpos, dijimos. También, ni bien empieza: un plano barre una habitación con las tres chicas iluminadas a medias por la luz del sol que entra por las ventanas. No hacen nada, una está tirada en el sillón y se despereza pero sin el gesto de satisfacción del buen sueño o del sexo consumado: no hay motivos a la vista para la mezcla de placer, aburrimiento y comodidad que transmite el gesto de Violeta (Ailín Salas). Así, para esquivar los estereotipos, la estrategia de la directora es construir a sus chicas, menos como caracteres con psicología, que como unos cuerpos que se mueven y disparan gestos al vacío, como lo hace Sofía (Martina Juncadella) cuando deja grabado un mensaje en la contestadora en el que espeta un sonorísimo "conchuda" sin estar segura de ser oída. Esa podría (debería) ser la tarea de un cine interesado en descubrir algo nuevo sobre mujeres (porque nunca hay "las mujeres" sino “mujeres”): empezar desde cero mirándolas cómo se mueven, escuchándolas hablar, observándolas en reposo.
Está bien, entonces, que los desnudos no tengan una carga sexual típica. O que la ropa, quintaescencia de lo femenino en la cultura popular, sea un tema esquivo que se toca siempre de manera tangencial y poco clara (hay vestidos de dudosa procedencia, vestidos que quedan mal, vestidos que son probados en plano único). O que los dos tópicos se crucen de forma extraña, como puede notarse en la ropa ajustada y escasa que sin ningún problema se calza Sofía para ir a rendir parciales. Ella es también la que queda con el torso desnudo mientras se prueba una prenda que no es suya: la imagen de Sofía en tetas es una de las menos eróticas en mucho tiempo, como corresponde a una película que no se sirve del desnudo femenino para excitar a un público probablemente masculino. La falta de carga erótica se explica a partir del lugar en el que la directora coloca al espectador: no se ve el desnudo a escondidas ni con planos detalles como si se estuviera espiando a través de un probador (y es que a eso se parecen muchas escenas de desnudo); el público comparte el mismo espacio con Sofía (la cámara se ubica cerca de ella y del suelo, a su misma altura); así, de un plumazo, se acaba la aventura de mirar algo prohibido a hurtadillas y la directora puede indagar en la angustia del personaje sin peligro de convertirla en un cómodo objeto de deseo. Abrir puertas y ventanas está hecha toda de pequeños triunfos cinematográficos como ese.
Desplazar la mirada varonil
Históricamente, las películas argentinas de todas las épocas no supieron o no quisieron correrse de los estereotipos femeninos más extendidos, y de la producción reciente (que incluye el masculinísimo Nuevo Cine Argentino) solamente unas pocas lo intentaron desplazando con éxito el peso de una mirada varonil. En Tan de repente, la ópera prima de Diego Lerman, una relación entre tres chicas empieza de manera amenazante y, tomando como escenario las calles de Rosario, se desarrolla como un vínculo inestable que puede terminar en amistad o en sexo. Hoy y mañana transcurre en Buenos Aires; Paula, debido a la crisis, se ve obligada a reaprender el viejo oficio después de no haberlo ejercido durante años. Alejandro Chomski no juzga ni explica a su protagonista, se limita a seguirla y a mirarla de cerca respetando su misterio. Algo similar pasa en Una novia errante, la película de Ana Katz en la que la directora compone a una chica perdida y sin rumbo en un pueblo que, como el propio personaje, se revela extraño e intrigante en cada plano. En el último BAFICI se pudo ver Las pibas, el último opus de Raúl Perrone en el que la rutina de dos chicas del conurbano que fueron pareja y quieren volver se cuenta desde un lugar de asombro, desechando hasta el último estereotipo posible.