Esta producción nacional, ganadora de los festivales de cine de Locarno y Mar del Plata, entre muchos otros premios conseguidos en certámenes, se encuadra en una variable de calificación de películas que siempre articulaba el periodista y crítico Aníbal Vinelli: es ante todo un film festivalero.
Y no tiene nada que ver con que el texto fílmico sea una fiesta, sino que ese tipo de producto que puede ganar una competencia cinematográfica, le está dando la espalda al público. Pero esto no significaría nada si finalmente viéramos que sus galardones son justificados desde la construcción, la búsqueda estética, la creación y desarrollo de conflicto, no, el problema pasa por el snobismo a ultranza.
En Europa es muy común ver como se premian aquellas producciones que sorprenden por presentar realidades extremadamente ajenas a las que se viven en el primer mundo, no importa la calidad artística del producto. Por otro lado aquí, en Latinoamérica, la corriente esta en seguir la opinión instalada allá.
Pero ya lo mencionaba Mafalda, la genial creación de Quino, cuando decía más o menos lo siguiente, “los argentinos vamos a ser libres el día que hagamos como los europeos y no imitemos a nadie…” El film de la realizadora Milagros Numenthaler no sólo se encuadra en esa clasificación, sino que ante todo es un magnifico exponente del “nuevo” cine argentino.
El cine no “narrativo”, como si esto fuera posible, no, la realidad que es de pobre construcción y desarrollo, todo transcurre dentro de un mismo espacio físico, lo que podría denotar una sensación claustrofobia en contradicción, en este caso, con el titulo, pero al final vemos que nada de esto se produce, sólo aburrimiento, que no llega a ser extremo gracias a la performance de las tres actrices protagónicas que dan un ejemplo acabado de excelente actuación cinematográfica, aportando encanto, empatía, identificación, calidez, intensidad, compromiso con los personajes, pero no hay progresión dramática en el texto. Ellas y sus recursos histriónicos hacen que sigamos viendo los incidentes planteados, que el sopor no se apodere del espectador.
Presenta la historia de tres hermanas (¿huérfanas?) que se quedan absolutamente solas en el mundo dentro de la casona familiar, consecuencia de la muerte de la abuela.
La convivencia no es fácil, eso se intuye más no se muestra. La realizadora prefiere detenerse en los detalles de la escenografía, los objetos, mientras lo importante en cuanto a los sucesos están en el fuera de campo, nuevamente aquellos que se intuye, más de lo que se ve u oye. No se genera, desde los otros elementos que constituyen al quehacer cinematográfico, ni grandes climas, ni tensión dramática, no ayuda demasiado la fotografía, fría y distante por momentos, por otros sólo en función de mostrar por mostrar, ni el diseño de sonido que se siente presente en forma constante en lugar de pasar desapercibido y de esa manera ayudar a construir un algo, ni los diálogos, por momentos pueriles, en otros sentenciosos, pero siempre pretenciosos.
En algún momento se me cruzo por al mente, mientras veía este film, el recordado “Gritos y susurros” (1972) de Ingmar Bergman, una gran radiografía del universo femenino en ocasión de reunión de tres hermanas a partir de la enfermedad de una de ellas, con sólo miradas, gestos, con algunos pocos diálogos, concisos pero profundos y determinantes, apoyado por el diseño de arte es verdad, pero todo dependía de su responsable primario, quien aparte de ser uno de los genios del cine fue ante todo un gran dramaturgo, con todo lo que ello implica, y uno de los pocos filósofos en la historia de la cinematografía. Es muy bueno tomarlo como ejemplo, pero no creo que sea posible imitarlo. La producción que me ocupa parecería ser un intento de esto último mucho más que un homenaje o una inspiración.
Al final, al salir del cine, recordé la contradicción que genera el pensar en el creador de “Windows” (ventanas) de apellido Gates, (puertas), pero esto es sólo en función de un chiste.