Por ahora, la mejor película argentina de la temporada, una comedia dramática (categoría artificial, es cierto, pero útil en este caso) donde un drama, una situación triste y compleja se resuelve finalmente con un humor natural. Tres hermanas conviven en un caserón: alguna vcz allí hubo padres que ya no están y luego una abuela que murió poco tiempo atrás. Las tres jóvenes son diferentes: una carga sobre su espalda la obligación de ser el sostén de lo que queda de esa familia, otra desconfía y no encuentra un lugar, la tercera, la más chica, decide optar por una liberación a un clima ciertamente opresivo. Se trata, ni más ni menos, de la historia de tres personas jóvenes agobiadas por el peso de un ayer difícil y cargado de ausencias, y de las diferentes actitudes para seguir adelante. Desde el sexo o el amor (soluciones por las que optan respectivamente la menor y la mayor, aunque la segunda de modo más renuente) hasta la rebelión contra el duelo obligatorio y por decreto que, en el momento más liberador del film, encarna la del medio, la que desconfía, la que busca razones espurias para justificar una actitud de enfrentamiento. Puede leerse la película como una solución a tanto discurso seudo político sobre la memoria inmóvil, pero esto es secundario: se trata de cómo vivir después de la muerte, de qué pasa después de un duelo. En un marco de misterio y de cosas dichas a penas o mencionadas a medias, la película más liberadora del año.