Algo que no cierra…
Ingmar Bergman es el mejor denominador que existe para hablar de relaciones íntimas en espacios cerrados. Lo primero que pienso cuando veo a tres hermanas, prisioneras de una casona antigua, repleta de fantasmas de familiares, es justamente en la obra maestra del realizador sueco, Gritos y Susurros (1971). Bergman no solamente era una verdadero genio en la creación de climas, de tensión, sino un dramaturgo consumado, capaz de crear los diálogos más potentes a partir de situaciones cotidianas. Diálogos en donde los personajes, generalmente reprimidos, expresaban sus dudas existenciales. Otras obras como Persona o El Silencio también muestran situaciones similares. La colaboración en la fotografía de Sven Nyqvist y las interpretaciones de Ingrid Tuhlin o Liv Ullman apoyaban la dirección. No hay planos forzados o caprichosos en Bergman. Todo símbolo, toda metáfora es rebuscada, pero impactante, estimulan la reflexión.
Lamentablemente, en Argentina muchos realizadores tratan de emular a Ingmar. Será porque nos identificamos con su filosofía acaso. Porque entendemos los climas fríos o simplemente porque nos seduce su estética. O la combinación de todo. El problema es que se emula mal. El teatro de los años 80, moralista, con necesidad de dejar un mensaje es muy bergmiano. La excelente repercusión de los textos creados en estos años, llevaron a que en los 90, la estética teatral de los 80, se trasladara al cine. De ahí sale ese espanto cinematográfico llamado Convivencia, que desperdicia el talento de Luis Brandoni y José Sacristán en una puesta aburrida y obvia.
Abrir Puertas y Ventanas me hizo acordar a todo esto. Sentí que regresé 20 años al pasado del cine nacional. De hecho, hasta que no vi un reproductor de DVD y un calendario del 2006, pensaba que la acción sucedía en los años 90.
Sofía, Marina y Violeta son tres hermanas que viven en una casa de Olivos (justo frente a la residencia presidencial, ¿tendrá algún significado?) que pertenecía a su abuela, recientemente fallecida. La única que sale de la casa es Marina: trabaja, estudia en la facultad. Marina se ocupa de la casa. Violeta deambula. La comunicación entre las tres no es la mejor. Existe un vecino codiciado que impulsa el lívido de las protagonistas.
El problema principal del film es su pretenciosidad. El hecho de que los diálogos son más ampulosos de lo que verdaderamente pretenden ser. Claro, lo que importa es lo que no se dice. El conflicto es que la ausencia y el duelo no parecen generar tanta tensión. No conmueve tanto como uno podría imaginarse. Y esto es consecuencia de una puesta en escena demasiado fría y distanciada. La fotografía (y especialmente la post producción de imagen) es destacada. La película tiene “lindos” colores, es atractiva visualmente, pero los encuadres no tienen demasiado ingenio. El recurso de que cada escena empiece en una puerta y cada plano contenga una ventana de fondo, se agota rápidamente. Ya entendimos, la película se llama Abrir Puertas y Ventanas. Hay puertas y ventanas por todas partes. Se puede pensar una relación metafórica, de hermandad entre puertas y ventanas, relacionada con las protagonistas, pero algo no cierra con los encuadres. Son obvios y poco profundos.
Hay críticos que la compararon visualmente con el cine de Lucrecia Martel. Más allá de que no soy demasiado fanático de dicha realizadora, no puedo dejar de admitir que los encuadres, la fotografía y el clima que genera Martel están mucho mejor realizados, justificado e intelectualizados que en los de esta obra. El colorido vestuario está medio alienado de las escenas. Posiblemente, lo único que une a ambas directoras es el meticuloso diseño de sonido de sus películas. Poder escuchar cada detalle, pero en diferentes niveles. Que cada sonido infiera en el clima, en la narración de alguna forma. Igualmente, el mejor trabajo nacional realizado hasta la fecha es el de La Rabia de Carri.
Las escenas se suceden. El conflicto va in crescendo pero la acción es reiterativa, monótona. Entiendo, que es parte de la intención. Pero algo no funciona. No se logra la empatía, la emoción necesaria. Da la sensación de artificio. Ni siquiera los trabajos más esterilizados de Bergman me generaron esta sensación.
Mumenthaler no oculta una fuerte de inspiración teatral en la puesta en escena. Las interpretaciones de Canale y Juncadella hacen énfasis en este tono. Ambas, realmente tienen momentos intensos y profundos. El conflicto entre las dos genera un poco de tensión, pero los diálogos, el ritmo que le imponen, le quita credibilidad a las escenas. Son demasiado literales. Falta espontaneidad. Y eso se traduce en la puesta en escena también.
Bob Rafelson también es un notable ejemplo de un realizador que usa personajes teniendo conflictos en espacios cerrados. Sin embargo, la transparencia en la narración, permiten que el ritmo y los climas generados sean más efectivos y dinámicos.
Acá, la sensación de pesadumbre se transmite por accidente u oposición a lo que pareciera que se quiso generar la directora.
Fría, obvia, pretenciosa, Abrir Puertas y Ventanas encontrará seguramente un público más intelectual que aprecie aquello que a mí no me cerró.
Una curiosidad. En un momento dado del film, las protagonistas piden que les traigan una película a la casa. Dicen: “cine argentino, no”. Yo me preguntaba, ¿por qué los personajes rechazan el cine nacional? En el contenido del film se puede encontrar la respuesta.