LAS HERMANAS
En su ópera prima, la directora Milagros Mumenthaler construye un relato de sobria brillantez y emoción contundente. Una maravilla que con gran humildad termina por convertirse en una obra gigante.
Escribir sobre Abrir puertas y ventanas evoca, como siempre al redactar una crítica, las imágenes de la película. En este caso, eso produce inevitablemente una emoción enorme. Cada escena, cada situación, cada detalle se convierten en un armado brillante que desemboca en un final inolvidable. Hay películas que muestran todo su juego desde el comienzo; otras, como ésta, van postergando esa construcción hasta llegar al final. Pero todo el camino conduce a esa emoción profunda, visceral pero también intelectual que nos produce la historia. Tres hermanas viven en una vieja casa donde, desde el comienzo de la película, claramente falta algo. O falta alguien. El relato arranca “empezado”, una situación que marca la decisión de la directora de invitarnos a descubrir eso que no está a partir de detalles. Como Ozu, como Kawase, Mumenthaler filma la ausencia, un arte complejo que requiere confianza y talento. Una ópera prima no siempre trae tanta osadía, y es saludable que alguien se atreva a tanto sin tampoco hacer por eso un film pretencioso.
Qué placentero es un film cuando nos invita a descubrir cosas cuando esas cosas están frente a nosotros, pero no son subrayadas por nada ni por nadie. Hasta las estaciones del año pasan frente a nuestros ojos sin ser mencionadas. Cada una de las hermanas tiene un universo completo definido por lo que dice, pero más aun por la palabra que no pronuncia, por las cosas que hace, por cómo se para o por cómo reacciona frente a todo. Y la cámara… esos movimientos lo dicen todo.
Pocas veces una cámara ha podido con tanta claridad narrar historias y emociones. Abrir puertas y ventanas no es una película críptica, está hecha con el corazón, es inteligente y lúcida. Si no se alcanza a leer todo lo que dice esa cámara (obviamente bajo las órdenes de la directora) no será tan fácil dejarse llevar por la emotividad y la grandeza de esta película. En una película en la que desde el guión intencionalmente nos falta información, pero la cámara no deja de darla en ningún momento. Cambian los objetos, las estaciones, las actitudes, los pensamientos. Milagros Mumenthaler filma la ausencia, filma los sentimientos, filma las ideas, los dolores, los miedos. Filma todo lo que no se ve, pero que a través de su mirada y de los inolvidables rostros (y cuerpos) de las actrices se hace presente. No es un acto de magia, es una lección de cine.