Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro
(“La abuela”)
Impresiona la tanta emoción contenida en la ópera prima de Cristian Arriaga. Además esta no se desvía hacia el llanto fácil. De hecho apenas al final, llora solo Ledda Barreiro, una de las diez mujeres entrevistadas, fundadoras de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. El propio realizador respeta su fragilidad y le pregunta fuera de campo si quiere parar la grabación.
Rosa Roisinblit, Ángela Barili, Sonia Torres, Aída Kancepolski, Emilie Flores, Buscarita Roa, Ledda Barreiro, Estela de Carlotto, Delia Giovannola y Bertha Schubaroff nos templan a la hora de narrar las desapariciones y reencuentros de sus familiares cercanos. Su entereza brinda una aceptación saludable frente a los dolores. Lucas Pérez, dp y camarógrafo, aprovecha la personalidad tras cada rostro sin recurrir a primerísimos primeros planos. En ellas no hay resignación como tampoco autoengaño ni condescendencia. Además como revela Torres, hay una necesidad terapéutica de saber qué les pasó exactamente a sus familiares desaparecidos hace más de cuarenta años incluso si no llegan a reencontrarlos en el resto de sus vidas.
Arriaga cumple casi por completo tal necesidad testimonial. Sin el prólogo de pocos minutos de duración, toda la obra constaría de ellas hablando en dos planos y un formato de la imagen que brinda equilibro. Esta confianza en las narraciones de sí mismas junto con la dirección de fotografía brinda una calidez ambigua a la manera de ser de estas mujeres. Por un lado, su cercanía tan franca nos desgarra como espectadores que solo podemos imaginar los tormentos de sus vidas en medio de la dictadura cívico militar. Por otro, la calma incluso sonriente en algunas permite una reconciliación íntima frente a estas historias traumáticas.
Por esto mismo, el prólogo escrito por Osvaldo Bayer y Arriaga atenta contra la claridad narrativa latente en las diez entrevistadas. La narración de Liliana Herrero viene a presentar con excesos literarios a abuelas que como mostrará el resto de la obra, no necesitaron de poses ni de palabras de otros antes que las suyas y las de sus aliadas. Incluso si creemos que estas imágenes iniciales introducen un símil de que las abuelas son como un puente entre la historia de un país y una familia, esto ya se podría ver con el título. Abuelas, así sin determinarlas a una plaza o un país, nos invita a escucharlas como raíces de una genealogía. Y en este sentido, no puede ser fortuito el “así” pronunciado en el prólogo, coincidente con un plano detalle de la tierra.
Esta complicidad con las entrevistadas se ve además distraída con ciertas decisiones de montaje. Hay cortes constantes de plano medio a primer plano. Además ciertos efectos sonoros ejemplifican lo narrado por estas mujeres, como redundando en la fuerza de sus voces y la capacidad de nuestra imaginación. Algunas interrupciones abruptas en sus testimonios no concatenan sus alianzas con las otras narradoras. De todas maneras, su desahogo cuando cuentan las desapariciones de sus hijas y los reencuentros con sus nietos nos conduce a una sutil catarsis o la posibilidad de esta.
Al final, la autoría de Arriaga sobre su obra como director, co-guionista, productor ejecutivo, montajista y diseñador de sonido, está presente también en la canción “Abuela” de los créditos finales. En ella también participaron Oscar Giunta, Ricardo Mollo, Nahuel Antuña, Gustavo Santaolalla y Montoya Carlotto. De haber delegado por lo menos el montaje en otras manos, la complicidad de estas abuelas sería más efectiva como lo ha sido en la vida cotidiana y la necesidad de contexto se afianzaría más allá de lo técnico.