Cristian Arriaga toma las mejores decisiones para su película. Cuando la historia de las Abuelas de Plaza de Mayo parecía ya haber sido contada en todas sus aristas, la voz de cada una de ellas emerge en primera persona para recorrer su pasado y presente, el de la búsqueda de sus nietos pero también el de su legado. La conciencia de la película Abuelas, que Arriaga erige con inteligencia, es la del paso del tiempo, la de la vejez de todas aquellas mujeres que caminaron en la plaza para luchar por el encuentro con sus nietos secuestrados, la de la memoria que se inscribe en sus cuerpos pero que aspira a prevalecer en el futuro.
Arriaga entrevista a las principales referentes de Abuelas de Plaza de Mayo sobre un fondo blanco despojado, apenas con el sonido de sus voces y su respiración. Cuentan quiénes son, dónde nacieron, recuerdan su infancia, sus romances de zaguán, sus trabajos y profesiones, el nacimiento de sus hijos. Los testimonios son emotivos porque son honestos, y la cámara respeta sus tiempos, sus inflexiones, sus silencios. Rosita Roisinblit intenta recordar la palabra que su marido pronunció cuando nació su hija; Estela de Carlotto afirma que llamaron Laura a su hija por la Laura de la película de Gene Tierney. Sus historias, las alegres y las desgarradoras, no tienen vestiduras, ni imágenes de archivo, ni música invasiva, solo esa única presencia que le da su cuerpo y su voz.
Abuelas consigue que esos relatos que son propios sean también compartidos, que sean inmortales en las imágenes, en la esperanza de aquellas que todavía no hallaron a sus nietos, en la convicción de la continuidad de ese espíritu de lucha cuando ya no estén.