La realidad de Cielo
El relato de Abzurdah está configurado a partir de un choque de realidades donde el recorte lo establece el personaje de Cielo (Eugenia Suárez), una adolescente que se enamora perdidamente de un hombre mayor que ella al que conoce a través de Internet (Esteban Lamothe), para luego decantar en la obsesión y finalmente en la autodestrucción, de la mano de la anorexia. La clave del film es que nunca renuncia al punto de vista de su protagonista, jamás lo elude, siempre deja que ella sea -no sólo a través de la voz en off, sino también, por ejemplo, a través de su mirada u oído- la que conduzca la narración. Y eso es lo que da su tono y su impronta a la película.
Todo el universo está construido a partir de la interpretación de Cielo, que es exagerada, desbordada, antojadiza, definitivamente hiperbólica e idealizada (en este aspecto, el tema Trátame suavemente, de Soda Stereo, cumple una función tanto estética como identitaria). Ella misma lo admite, desde el mismo comienzo: “no soy normal”, afirma, casi como una declaración de guerra. Cree también lo que quiere creer, y por eso confiará en las promesas vacías del hombre que ama -un personaje que no tiene entidad propia más allá de lo que ella pueda otorgarle, que es todo y nada a la vez-, enredándose cada vez más en una relación tan extendida en el tiempo como imposible en su verdadera concreción. Pero Abzurdah, sin renunciar a la subjetividad de Cielo, se las arregla para dejar un universo a su alrededor que es también exagerado, puro artificio: esos noventas donde transcurre la historia están marcados por los estereotipos, lo efímero y la superficialidad, por el deseo de perfección y lo banal, por una maternidad negadora (no parece muy casual que la madre de Cielo esté encarnada por una estrella como Gloria Carrá, muy asociada a una serie emblemática juvenil como era La banda del Golden Rocket) y una paternidad excesivamente concesiva.
Cielo nunca es juzgada por el film, porque hay una consciencia cabal de que ya alcanza con la forma en que ella se juzga a sí misma, tanto física como emocionalmente, dejándola que se explique, en sus múltiples errores, fracasos e intentos por consolidar una identidad. Un ejemplo es cuando descubre que el vomitar es el método perfecto para anular el dolor: es una escena simple, sin vueltas, sin grandes discursos, pero también, a su manera, totalmente lógica. Hay que decir que en ese verosímil que se va cimentando es fundamental la actuación de Suárez: está realmente muy bien, totalmente comprometida con el papel, con una fortaleza llamativa para cargar sobre sus espaldas todo el peso del relato, pero principalmente con el tono justo para que su performance no quede ni exagerada ni distante.
Es cierto que Abzurdah, en su último tercio, cuando tiene que abordar de lleno los conflictos provocados por la anorexia de Cielo, cae en una discursividad un tanto alarmante, como si le preocupara demasiado bajar línea respecto al tema y hasta sintiera culpa por sólo contar la historia de una joven que ama al extremo y quiere que la amen de igual forma. También que la resolución que encuentra es tan apresurada como forzada, como si se le acabara el tiempo para contar el camino de vuelta para lo que parece ser sólo un viaje de ida. Aún así, a pesar del tobogán de las instancias decisivas, no deja de ser una pequeña sorpresa, un film con un atrevimiento y compromiso llamativo para una producción destinada a conquistar a un público supuestamente cautivo a partir de la devoción por el exitoso libro de Cielo Latini en el que está basado. Eso no deja de ser una muy buena noticia, y tanto la directora Daniela Goggi como el guionista Alberto Rojas Apel pueden enorgullecerse por eso.