LOS EJERCICIOS DE LA MEMORIA
En 2015, al cumplirse cien años del genocidio armenio, el cineasta Hernán Khourian realizó un taller de cine con alumnos del nivel primario y secundario del colegio Jrimian de Valentín Alsina a donde concurren jóvenes de aquella comunidad. El objetivo era que los propios chicos profundicen en la búsqueda de sus raíces y en los hechos trágicos que atravesaron sus familiares, con la aprehensión de términos como diáspora, pero que fundamentalmente piensen ese fenómeno personal y universal que es la memoria. El cine es tal vez el arte que permite un diálogo más fluido con la memoria, y de aquel ejercicio escolar surgió este documental, que es una suerte de fresco en el que una multiplicidad de miradas y voces se enfrenta a los recuerdos y a la angustia de su posible extinción. Con inteligencia, Khourian reproduce su trabajo sin un emprolijamiento formal que adoctrine y organice las voces, y utiliza recursos del documental moderno y experimental para asimilar ese caos en que puede convertirse el aula escolar cuando la curiosidad convoca a la energía y la imaginación de los chicos.
En Acá y acullá los chicos entrevistan a sus familiares, interrogan a sus padres y abuelos sobre qué saben del genocidio armenio a mano de los turcos, qué recuerdan, qué les contaron. Los testimonios nunca toman centralidad, sino que forman parte del estímulo audiovisual que propone Khourian: una fusión entre imágenes y voces que representan una de las nociones fundamentales del documental, la idea de que la memoria es algo individual que se entrelaza con otras memorias para construir algo universal y general. Así como los adultos transmiten a los jóvenes su conocimiento, serán los propios chicos los que volverán a ser comunicantes de un saber general hacia el futuro. Claro, la angustia aparece cuando ese conocimiento se ve limitado, cuando los datos del pasado comienzan a ser difusos, como en el caso del chico que se pregunta cómo ejercer la memoria cuando la salud de su abuelo impide la transmisión correcta de aquellos episodios. Ahí surge la duda sobre si la memoria no es algo finito, pero se fortalece la idea de lo general y su necesidad. Khourian no inhabilita ninguna idea ni forma de acercarse al objetivo. No adoctrina la imaginación de los pibes ni la ciñe a saberes institucionales. Sin embargo, a partir de una entrevista con la poeta Ana Arzoumanian aparece la mirada adulta que complementa el discurso más amplio y disperso de los jóvenes.
Pero la presencia de Arzoumanian es más interesante si pensamos que ella misma fue alumna de este colegio, y es indudable que funciona como un puente generacional, además de formar una espiral temporal inagotable. La semilla plantada en los alumnos de hoy puede convertirse en la reflexión sobre la comunidad armenia de mañana, representada en Arzoumanian. Una reflexión que, además, se permite cuestionar decisiones institucionales y resaltar la importancia de que la memoria se complete, incluso, con aquellos detalles del horror, que nos interpelan sobre nuestro pasado y nos fortalecen como comunidad. Porque si Acá y acullá tiene un gran mérito es el pasar sin transiciones de un “ellos” a un “nosotros”, de volver general algo particular como el genocidio armenio, y pensarnos también a nosotros en relación a nuestra memoria aunque no pertenezcamos a la comunidad armenia.