Los vampiros están muertos. O al menos de momento. Una de las oleadas de seres fantásticos más icónica de los últimos años finalmente ha llegado a la temida etapa del cansancio y cada nueva película que se lanza al mercado es una estaca al corazón del espectador que alguna vez supo apoyar con fervor a los seres sensibles a la luz.
Al ver el trailer de Vampire Academy, fueron los nombres de Mark Waters y su hermano Daniel Waters los que llamaron la atención al instante. El primero, director de la archireconocida Mean Girls, y su hermano, el guionista de la comedia negra Heathers a quien -gran sorpresa- se le atribuye la historia de Batman Returns. Con semejante currículum y tras ver la oleada de pop chicloso visto en el avance, tenía bastantes esperanzas de que al menos resultara una iteración vampírica decente. Por desgracia, el resultado final es un film que oscila entre lo mediocre y lo ingenioso, con un tono que no termina de consolidarse y que se apoya bastante en la camada importante de fanáticos de la saga de libros de la autora Richelle Mead, a los que claramente está dirigida esta propuesta.
Desde la escena inicial ya se nota que algo va mal. La cantidad de información expositoria que debe presentar el guión a los neófitos de la saga es casi abrumadora. Sí, quizás haber dejado varios detalles a interpretación del espectador hubiese sido mejor, pero nunca hay que olvidar que es una película masticada y sobreexplicada para una platea joven y de carne fresca, por lo que la ingesta visual de nuevos datos se vuelve una catarata importante para otro sector demográfico más entrado en años. Una vez que el carro de la exposición haya partido, lo que queda es un refrito poco vistoso de alguna de las tramas que supieron fascinar en la saga Harry Potter -peligro en la escuela, donde el enemigo está operando desde muy cerca-. Varios personajes son sospechosos y las dos protagonistas deben surfear una marea de viejos conocidos para intentar esclarecer quién o quiénes les quieren hacer daño.
En medio de la tibieza narrativa, de idas y vueltas amorosas y escaramuzas estudiantiles, surgen la historia de amor para nuestras féminas -una con un musculoso y adusto instructor/guardaespaldas de la academia, la otra con un misterioso y herido compañero de clase- y escuetas escenas de acción, donde la mano del director claramente demuestra que no está a la altura de las circunstancias. Los efectos por computadora tampoco ayudan a crear un ambiente sugerente y tiran abajo la atmósfera de la que, mayormente, se vale el film. No todo está perdido, ya que el hallazgo que resulta ser Zoey Deutch -la hija de Lea Thompson, la eterna mamá de Marty McFly- se carga la película al hombro con su rapidez para captar el diálogo lleno de bromas y referencias culturales escrito por Waters, y entregarlo en la pantalla grande en un flirteo constante con la cámara y con los secundarios que la rodean. Me gustaría decir que el resto del elenco le juega a la par, pero su compañera Lucy Fry es una cara bonita y no mucho más, Sarah Hyland de Modern Family juega muy bien su papel de nerd casi insufrible y el ceñudo Danila Kozlovsky cubre con creces el papel de galán escandinavo. Los adultos vinieron por el cheque y el catering, ya que al ver al alguna vez glorioso Gabriel Byrne y a la belleza de Olga Kurylenko actuar, dejan en claro lo incómodos que están en este mundo ficticio.
De haberse adaptado inmediatamente cuando el primer libro de la saga vio la luz del día -el año 2007, antes de la locura Twilight- Vampire Academy quizás hubiera podido tener una chance de captar una audiencia mucho más amplia. Lamentablemente, estamos en 2014, y ya con un esfuerzo básico no es suficiente cuando el subgénero está tan vapuleado por sucesivas oleadas de seres pálidos con colmillos. Mitad entretenida, mitad soporífera, no es extremadamente mala pero tampoco es lo genial que prometía su interesante avance.