El pase de antorcha nunca fue tan brutal ni afilado Ghostface está de regreso en la quinta entrega de la saga. ¿De que va? 25 años después de los brutales asesinatos en el pequeño pueblo de Woodsboro en California, un nuevo asesino ha regresado ¿podría tratarse del famoso Ghostface? El nuevo agresor que usa el mismo rostro, comienza a atacar a un grupo de adolescentes sacando a la luz el oscuro pasado del pueblo. No voy a siquiera intentar disfrazar el amor que le tengo a la saga Scream. No sería el fanático acérrimo del horror que soy hoy de no ser por la maravillosa deconstrucción del género estrenada en diciembre de 1996 que firmó el tristemente finado Wes Craven. Su trabajo, junto al guión maestro de Kevin Williamson, sentó precedentes para el futuro del slasher, reglas que hoy en día los muchachos de Radio Silence –Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett – recuperan para girarlas cual cubo Rubik y entregarlas a una nueva generación, mientras tienen la titánica tarea de homenajear al pasado mirando hacia el futuro. Tenían todas las de perder, pero Craven les debe estar sonriendo desde arriba porque la nueva Scream es una estupenda secuela escondida en las pieles de un reinicio. Una nueva entrega de la saga, once años después de la tibia recepción de la adelantada a su tiempo Scream 4, parecía poco probable. Sobre todo por la falta de su principal motor, Wes, y por extensión la carencia de un guión de Williamson. Pero se nota a la legua que Matt y Tyler son fanáticos y no iban a soltar la oportunidad de sus vidas. No hay mejor manera que rendir homenaje y al mismo tiempo sembrar un nuevo camino que dejar el asunto en manos de gente que sabe y ama la franquicia, una labor de amor y sangre que entrega sus dividendos mas brutales hasta el momento. Personajes nuevos y los legendarios se hacen presentes en el pequeño pero atribulado pueblo de Woodsboro, 25 años después de la masacre original perpetrada por Billy Loomis y Stu Macher. Como es costumbre, en la escena inicial un violento ataque hacia Tara – Jenna Ortega, gran talento juvenil que llegará lejos – da puntapié a la trama donde le/les asesine/s pondrán a un grupo de amigos en jaque, señalándose constantemente en busca del culpable. Un día típico en la serie, sin ir mas lejos, pero que irá desarrollando poco a poco las nuevas bases sobre las que se rigue esta recuela. Y digo recuela porque es el giro meta que propone Scream a secas, burlandose y al mismo tiempo siendo víctima de esos mismos vicios de reinventar una saga con años y entregas a cuestas. Hay un claro interés en reintroducir a Ghostface pero sin dejar de lado el legado de Sidney, Gale y Dewey, y el equilibrio entre lo nuevo y lo viejo es uno de los aspectos más logrados del guión de James Vanderbilt y Guy Busick. Scream le pertenece al nuevo grupo de jóvenes, con apariciones esporádicas de Neve Campbell, Courtney Cox y David Arquette, quien al vivir en Woodsboro tiene un acercamiento más directo con la nueva guardia. Todos tienen su momento de gloria, pero se extraña una participación más contundente, aunque no puede minimizarse su peso a lo largo de todo el film. El nuevo elenco funciona como una gran maquina aceitada, pero los aplausos de la platea se los llevarán hoy y siempre el eterno trío. El protagónico le cae en gracia a Melissa Barrera (In The Heights) quien guarda un temible secreto y al retornar al hogar del cual escapó hace años se destapa en una manera espectacular. Su revelación es el único gran punto de contención que tengo para con la nueva secuela porque me parece un tanto tirado de los pelos, pero subsecuentes visionados irán suavizando el golpe. El personaje de Barrera tiene que enfrentar mucho en poco tiempo, pero no genera esa devoción que sí tenía Neve con su Sidney para el final de la Scream original; su hermana Tara en cambio sí tiene ese factor X, demostrado con creces en la fascinante escena inicial, lo más cerca que volaron el dúo directorial de ese gustito a Craven que sí se extraña durante toda la película. No quiero caer en el facilismo de decir «Wes hubiese hecho otra cosa» pero los nuevos muchachos se manejan con brío en un terreno donde se sabía iban a ser comparados y mirados con la lupa, y hacen de su entrega en un altar que homenajea al mismo tiempo que se ríe de las nuevas convenciones del horror y el fandom tóxico que nunca está contento y siempre tiene quejas y opiniones. Por ese lado, la crítica es brutal y afiladísima, con líneas mas que inspiradas en boca de esa nueva diosa geek que interpreta Jasmin Savoy Brown. Y si hablamos de brutal y afilado, el nuevo Ghostface no tiene miramientos a la hora de clavar un buen cuchillo aserrado en la frágil carne de sus víctimas; el villano ha acumulado saña con el correr los años y no escatima momentos sanguinarios en el film. Lo que a Scream le falta es una set piece memorable. Craven lo logró en cada una de sus películas, siendo Scream 2 la verdadera clase maestra porque contaba con una avergonzante cantidad de ellas, pero contando la escena inicial y el desenlace, el resto apunta a mucho y no termina de convencer del todo. Quiero amar Scream con todas mis fuerzas, pero todavía no llegué a ese estadío. Es solamente la segunda de la saga que veo en cines, y si bien no la amé inmediatamente como si me ocurrió con Scream 4, sé que el amor llegará con el tiempo. Es un ajuste lógico debido a la falta de Craven, pero puede quedar tranquilo de que la tradición de no entregar una mala secuela de Scream sigue intacta. Todo lo que se propuso esta recuela lo ha cumplido, hasta monetariamente, así que no les extrañe que Ghostface vuelva antes de lo pensado.
La popular saga de horror regresa a la pantalla grande, ahora con un reboot que busca ser fiel al espíritu de los videojuegos. ¿De que va? Ambientada en 1998 en Raccoon City, aquella ciudad que alguna vez fue el hogar de la gigantesca farmacéutica Corporación Umbrella. Ahora se ha convertido en un pueblo agonizante en el Medio Oeste de los Estados Unidos. El éxodo de la compañía dejó a la ciudad desolada…con una gran fuerza maligna gestándose bajo la superficie. Cuando se desata esta maldad, un grupo de sobrevivientes debe trabajar unido para descubrir la verdad detrás de Umbrella y sobrevivir la noche. Resident Evil: The Final Chapter estaba en cines allá por Enero de 2017 cuando los estudios Sony Pictures y Screen Gems ya le estaban dando luz verde a un reinicio cinematográfico de la saga. Habiendo sido blanco de las críticas de los fanáticos acérrimos durante años por las aventuras de Alice (Milla Jovovich) – que no era lo mismo, que la fidelidad a la saga era un fiasco – los productores decidieron en ese mismo instante darles a los seguidores exactamente lo que ellos pensaban que necesitaban. Tengan cuidado con lo que desean, dice el dicho, porque para bien o para mal el resultado de ese ferviente deseo es Resident Evil: Welcome to Raccoon City, nuevo intento de apaciguar las aguas pero que se queda corto por razones obvias. Durante todos mis años formativos y aún hasta el día de la fecha, he comido y bebido todo lo que Capcom ha creado sobre la fatal corporación Umbrella, la ya mítica Raccoon City, el escuadrón S.T.A.R.S y todo aquel sobreviviente al apocalipsis zombie. Es una franquicia multimillonaria, y aún con sus altibajos, he sabido encontrarle esa astilla de bondad para con ella. Puedo decir entonces con conocimiento de causa, que la adaptación cinematográfica casi a cargo de Paul W.S. Anderson (Event Horizon, Mortal Kombat) fue uno de los entretenimientos de horror y acción clase B mas degustables que nos ha brindado el séptimo arte en los últimos años. La fuerza interpretativa de Milla de sacarle agua a las piedras magras de los últimos episodios de la serie la ha convertido en una verdadera heroína de acción, le pese a quien le pese. Separar a las películas de los videojuegos es una tarea ardua y, en mi caso particular, sigo un simple mantra: «Si quiero una adaptación al dedillo, para eso prendo la consola y juego a cualquier entrada de la saga.» Tan sencillo como eso. Pero el clamor popular quiso que tengamos un reinicio, pero a duras penas podemos decir que es un intento exitoso. El director Johannes Roberts viene de forjarse un nombre en el género con las entretenidas 47 Meters Down, su secuela Uncaged y la tardía secuela The Strangers: Prey at Night. Dirigir la nueva Resident Evil encaja perfectamente con la sensibilidad de horror comercial de segunda clase que desde la primera intro del videojuego la saga nos supo entregar. Pero que se sienta ideal para el trabajo no quiere decir que haya superado las expectativas, al contrario. El primer error, garrafal diría, es el de adaptar los inmortales dos primeros juegos de la saga y comprimir a sus historias y personajes en una sola noche. Durante décadas se han hablado de las misiones suicidas de Chris y Jill en la mansión Spencer y el encuentro fortuito de los desconocidos Leon y Claire en las destrozadas calles de Raccoon City. Lazo filial mediante, muy pocas veces todos los personajes han cruzado caminos en la linea narrativa, si es que alguna vez lo hicieron, por lo cual el remix rabioso de ambas tramas firmado de puño y letra por Roberts engatusa porque crea un universo completamente diferente pero dentro de los parámetros que conocemos, y por el otro agridulce porque desperdicia las historias individuales. ¿A qué voy con esto? Por mandato de producción, sin dudas, prefirieron sentar el precedente del origen de Umbrella en menos de dos horas,y por consiguiente, se pierden los matices que cada actor le pueda aportar a su personaje. Volviendo a lo mismo que explicaba al comienzo, de si quiero ver un calco para eso me pongo a videojuegar, la adaptación de Roberts tiene muchas cosas interesantes, a saber. Que Raccoon City sea una ciudad en ruinas por el éxodo de Umbrella me parece un excelente punto de partida, ya que refleja lo que le sucede a muchos pueblos chicos una vez que pierden su fuente de ingreso mas fuerte: se van marchitando y fenecen. Pero Umbrella no se va sin antes dejar un regalo en forma de una catastrófica enfermedad que se transmite a todos los ciudadanos mediante el suministro de agua. La heroína Claire Redfield (Kaya Scodelario) regresa a su pueblo natal para advertirle a su hermano Chris (Robbie Amell) al respecto. Pero Claire llega cuando el horno no está para bollos y todo se va al garete en menos de lo que canta un gallo. Junto a los hermanos se encuentran la aguerrida Jill Valentine (Hannah John-Kamen), el novato bueno para nada Leon S. Kennedy (Avan Jogia) y el duro pero misterioso Albert Wesker (Tom Hopper), todos encerrados en la ciudad moribunda tratando de sobrevivir. Las interacciones entre personajes que nunca se cruzan en los juegos genera interés, pero ninguno termina de lucirse porque tienen poco y nada con qué. Scodelario sorprendió en Crawl, pero le aporta escasa emoción a una Claire que se mueve de escenario en escenario sin mucho peso dramático de por medio. Jogia destaca como un Leon diametralmente opuesto a su contrapartida poligonal, mientras que nos dejan con ganas de mas Valentine y Redfield, al no tener casi aire para respirar. El gran problema de Welcome to Raccoon City es que tiene un muy buena primera parte, con el suspenso in crescendo de descubrir qué sucede en la ciudad, pero no lo compensa con acción. Los personajes se mueven de lugar en lugar coleccionando información, y los pocos destellos de acción se ven perjudicados por una iluminación pobrísima, culpa quizás de querer esconder el bajo presupuesto de la producción. Alguien confundió una fotografía oscura con suspense, y se nota. No esperaba ni de lejos el festín pirotécnico de las anteriores película, pero algo para ayudar al menos hubiese estado hermoso. Se menciona al pasar un incidente grande de Umbrella que los obliga a cercar la ciudad y disparar a matar a quien ose intentar escapar, se hace referencia implícita al virus T y explícita al virus G, pero la razón del brote final nunca queda clara, aún cuando la película intente explicarla pobremente. ¿Vieron el famoso meme de Leo DiCaprio señalando a la pantalla en Once Upon a Time in Hollywood? Bueno, Resident Evil es precisamente eso multiplicado por cien. Hay miles de referencias desperdigadas en el enésimo intento de fan service, pero caen en saco roto porque el cuadro narrativo apenas si puede sostener la cantidad de información y personas de dos historias entremezcladas en un solo producto. Hay puntales importantes como la aparición de ciertos gemelos malévolos y una misteriosa figura en la escena post-créditos que apunta hacia dónde irá la saga de sobrevivir a esta primera nueva entrega, pero la veo difícil. Roberts y compañía hicieron los deberes en cuanto a la caracterización de los personajes y escenarios que hicieron las delicias en las consolas, pero en el camino olvidaron que debían entretener a la audiencia que buscaba una historia en vez de un puñado de momentos coleccionables.
Warner Bros. le da carta blanca a James Wan para un desquicio de género único La nueva película del director de The Conjuring es un delicioso throwback a una era del cine de horror que ya había quedado para exhibición de museo. ¿De que va? Madison está paralizada por causa de visiones impactantes de asesinatos espeluznantes. Su tormento empeora cuando descubre que estos sueños de vigilia son, de hecho, realidades aterradoras. A estas alturas, varios estudios le deben al director malayo James Wan varios favores. Bajo el estandarte de Lionsgate se catapultó con la lucrativa franquicia Saw; para Sony trabajó con Insidious dirigiendo sus dos primeras entregas. Ya para Warner Bros. se asentó con las brillantes dos primeras partes de The Conjuring y ya para cuando el estudio lo eligió para dirigir la película en solitario de Aquaman, la estrecha relación entre el director y el estudio estaba bastante aceitada. Es por eso que Malignant es tanto un capricho de Wan como una concesión del estudio, un pequeño favor en retribución por los servicios otorgados y la ingente suma millonaria que les hizo ganar con sus jugadas ganadoras. Sino no se explica el haberle dado permiso para una obra de terror que dejará a mas de uno pasmado, a otros enfurecidos y, a quien logre entrar en código desde el primer momento, le parecerá un delicioso throwback a una era del cine de horror que ya había quedado para exhibición de museo. Muchos podrán decir que captaron el tono de Malignant con la particular escena inicial y sus créditos, pero la confirmación de que estamos ante un espectáculo fuera de serie viene mas tarde. Endemientras, tenemos a la indefensa Madison (Annabelle Wallis, abonada al multiverso Wan desde el spin-off Annabelle) quien embarazada sufre un violento ataque de su novio alcohólico. Es el detonante para una seguidilla de violentas muertes que ella podrá ver como espectadora, pero no podrá hacer nada por una parálisis que le impide siquiera alertar a las víctimas. La consiguiente investigación policial ofrecerá mas pistas, pero ninguna certeza absoluta de quién está detrás de estos horripilantes crímenes. Las comentadas influencias sobre el giallo italiano en la nueva película de Wan son notorias, pero no son las únicas. Revelarlas seria contraproducente para la sorpresa (tanto buena o mala) del giro en la trama, pero también el saberlo hubiese sido necesario para intentar codificar la visión que uno tenga sobre la misma. Siendo honestos: Malignant se va al carajo en su tercer acto, un movimiento audaz estilo salto de fe que no gustará a todos, pero el que pueda entrar en el juego que propone Wan, saldrá mas que satisfecho. La inmersión en el juego de cine de horror clase B es absoluta, juega en el terreno de esas películas de terror de las cuales nos reíamos en nuestra infancia y/ó adolescencia. James le hace un gran homenaje a ese estilo de cine, y lo eleva con un presupuesto que le permite jugar en las grandes ligas pero sin olvidarse del cine bizarro del cual esta elevando sus alabanzas. Claro está que el elenco no desentona con el nivel de descalabro y se prestan al juego demencial hasta el mismísimo final. La carta de amor de Wan hacia el cine mas berreta de los años ´80s es su película mas polarizante hasta el momento. Ya me he encontrado con gente que la odia y no terminó de verla, y con gente que la adora desde el comienzo. Por mi parte, si bien agradezco el entender la fina línea por la cual se balancea, me hubiese gustado que el código este presente desde el comienzo, o al menos mas visible, para no sentirme un tanto engañado por el aspecto promocional de la misma película. Hasta ahora casi todos los proyectos del malayo me encantaron, pero con Malignant habrá que ver si el paso del tiempo termina de posicionarla como un clásico de culto o un experimento cuasi fallido de parte del Midas del género.
Bernardo es el director de una funeraria, que dirige desde su casa. En la parte delantera recibe a sus clientes, mientras que en la trasera vive su familia disfuncional entre ataúdes, coronas y traviesos entes sobrenaturales que les visitan a diario. Me da orgullo cuando una película argentina recorre el mundo y regresa con su vuelta de la victoria a estrenarse en tierras nativas. La funeraria, ópera prima de Mauro Iván Ojeda, es una de ellas. Y tras tener su estreno privilegiado en la plataforma de streaming norteamericana Shudder, dedicada completamente al género del horror, la combinación entre el terror puro y el psicológico arriba a salas selectas y a medios digitales para asustar con una historia de fantasmas y apariciones a la cual demasiados condimentos narrativos quizás le hayan jugado una mala pasada. El inmueble del título entonces es el escenario principal donde se desarrolla la acción. Los protagonistas de la historia son una familia ensamblada a la cual iremos conociendo poco a poco, y la película nos irá diciendo que las cosas no están del todo bien para ellos. Está Bernardo (Luis Machín), el ahora dueño del negocio familiar tras la poco comentada muerte del patriarca, quien lleva adelante el duro duelo y el peso a cuestas de la funeraria con Estela (Celeste Gerez), su mujer. Junto a los dos se encuentra la hija de ella, Irina (Camila Vaccarini), una tempestiva adolescente que discute todo y es víctima de sucesos paranormales de los cuales se queja con una parsimonia absoluta en vez de un pánico incipiente. El ambiente familiar no es el óptimo, las rencillas verbales están a la orden del día, y el trío reacciona al caos sobrenatural con una apatía y cansancio increíbles. Acostumbrarse a vivir así debe ser una tarea titánica. La Funeraria, película, Luis Machín Admiro de Ojeda la capacidad de ir adentrándose en el relato con ritmo y aciertos narrativos, dejando que el espectador vaya sumergiéndose en esta pesadilla interpretando datos, escenas y conversaciones. El público es partícipe de lo que sucede minuto a minuto y las pistas sobre la maldición se van recogiendo fotograma a fotograma. La raíz del mal llegará, pero los más impacientes deberán esperar su turno mientras que el terror psicológico hace de las suyas angustiando a la familia que ni siquiera puede utilizar el baño de noche porque es territorio tomado por las ánimas. Pero La funeraria falla cuando todos sus elementos forman un engrudo que llega a una conclusión no ilógica pero densa. Al drama familiar sobre las dificultades de formar una familia con hijos ajenos se le suman problemas maritales, la sombra de un exmarido abusivo, problemas psicológicos individuales, desidia para con la tercera edad y, sobre todo, un trasfondo de artes oscuras que terminará siendo el catalizador del acto final para entender toda la historia. Atentos, no está nada mal querer unificar todos estos conceptos pero la película un poco los desperdicia con un final atolondrado, donde se pone en boca de una médium (Susana Varela) el quid de la cuestión. Una explicación rebosante de mala leche de lo que viene ocurriendo desde el comienzo, que resulta un intento amateur de explicar todo cuando hay cosas que es mejor no explicarlas. El desenlace explota la actividad paranormal a la décima potencia, pero errores crasos como un personaje que se rehúsa a claudicar terminan siendo hilarantes, y una escena onírica con baile incluida apunta a generar catarsis emocional pero en ningún momento se siente como una conquista consagratoria. Al final, La funeraria prometía una mixtura interesante de subgéneros pero se queda corta al aterrizar con soltura en su tramo final.
Hablando mal y pronto, Ari Aster me voló la peluca con su terrorífico debut Hereditary. Fue una de las pocas películas cargadas con expectativa desde su estreno en el festival de Sundance que cumplió lo que prometía, una pesadilla que sobrevolaba encima de una familia en pleno dolor por la pérdida de su matriarca. Y bueno, más cosas les pasan que no conviene adelantar, para aquel que no la vio. Una vez llegada a las salas de cine la productora A24 ya estaba más que satisfecha, con lo cual le dio luz verde al siguiente proyecto del joven debutante, que apenas un año después ve tiene su espeluznante estreno bajo el título Midsommar. Quizás esperaba algo más en sintonía con el horror que Toni Collette y compañía alcanzaron con Hereditary, pero me complace decir que su segundo largometraje es una pesadilla diametralmente opuesta que, una vez finalizada, cumple la misma función que su predecesora: perturbar y desconcertar, tanto física como psicológicamente.
No hay director dentro del cine independiente argentino con un nombre de la talla de Raúl Perrone. El Perro, como se lo llama con afecto dentro de sus sets de filmación, se ha creado una entidad propia con el paso de los años y con cada nuevo fascinante proyecto ha cimentado las bases y condiciones de su cine de bajo presupuesto. Filmadas en la ciudad que lo vio nacer, Ituzaingó, películas como Labios de churrasco, P3ND3JO5 y Favula, entre otras, se caracterizan por una inventiva superlativa realizada con los más mínimos recursos disponibles que se destacan por su originalidad e irrepetibilidad. Perrone siempre ha sido muy hermético en cuanto a su estilo de cine y receloso de intrusiones durante sus grabaciones, con lo cual el trabajo de Martín Farina (Fulboy, El Hombre de Paso Piedra, Mujer Nómade) en su nuevo documental El profes10n4l es doblemente meritorio, tanto por su valor intrínseco como el testimonio que recoge de una de las grandes incógnitas de la cinematografía local. Retratada por momentos durante los rodajes de CUMP4RSIT4 (2016) y CINICOS (2017), El profes10n4l toma el estilo mosca en la pared para recopilar todos los vicios de Perrone dentro del set, donde ejerce un control casi absoluto sobre su producción y lo que quiere plasmar en celuloide. Con métodos que ahora se podrían considerar arcaicos (conmueve la utilización de la pantalla croma) y mucho temperamento, el Perro conduce sus ideas a buen puerto, y quizás lo más destacado es saber el porqué de su recelo hacia un documental de sus making of. Perrone no esconde su mal carácter -y tampoco Farina hace la cámara a un lado- cuando las cosas no salen de acuerdo a su visión cinematográfica, y más de una vez desliza comentarios mordaces e irónicos. Nadie parece sentirse amedrentado al respecto, lo cual es destacable porque los parates entre escenas son frecuentes debido a los comentarios constantes del Perro sobre directivas a su elenco sobre cómo interactuar entre sí, un sobresaliente momento cuando le anuncian que la intermitencia de unos tubos de luz afectarán la calidad de las escenas, y otras rabietas que harán la delicia del espectador. Pero nunca hay que dejar de destacar que Farina no filma con saña para desenmascarar a un ídolo del cine independiente, sino que El profes10n4l es correr el telón misterioso y presentar el costado más humano de un gran interrogante, totalmente prolífico, que es uno de los mejores exponentes de cine autóctono, quien no parece cejar en su empeño de seguir filmando frente a toda adversidad.
Desde lo que parecen tiempos inmemoriales, el Joker -o Guasón, como lo conocemos localmente-, fue, es y será uno de los villanos más vitales en el folclore de Batman y Ciudad Gótica. Habrán pasado otros antagonistas en la historia comiquera del Hombre Murciélago, pero es el imprevisible lunático que se disfraza con ropaje de payaso el que tanta fascinación ha creado en el público consumidor, y al que finalmente se la da su momento en solitario con Joker, el gran viraje hacia terreno dramático del director de comedias Todd Phillips (Road Trip, Old School, The Hangover), que desde su glorioso paso por el Festival de Cine de Venecia ha cosechado tantos laureles como detractores en un film más que interesante, pero complicado de deconstruir y, mucho más, de debatir. Sería importante aclarar de entrada que Joker no es una película de superhéroes, por más que pertenezca al universo de DC Comics. Es un desprendimiento puro y duro, con apenas algún que otro lazo conector, más por obligación contractual de la casa matriz que por otro motivo. La historia que se cuenta es un estudio psicológico realista sobre la mitificación del Guasón a través de los tumbos personales de su protagonista, una persona desequilibrada mentalmente arrojada a los feroces fuegos que se cuecen en la desorganizada y roñosa Ciudad Gótica, que atraviesa una crisis a punto de estallar. No esperen ver grandes escenas de acción ni héroes en spandex, mucho menos comedia desternillante á lá Marvel. Todo lo contrario, con pocos detalles de entretenimiento es un adentramiento que puede resultar deprimente. Lo que hace Joker es centrarse en la demoledora vida de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) un hombre cuarentón que padece severos trastornos psicológicos. Cuidando de su anciana madre casi postrada (Frances Conroy) y trabajando como payaso a sueldo, él sueña con convertirse en comediante, impulsado por la adoración al anfitrión de talk show Murray Franklin (Robert De Niro) y los constantes comentarios de su madre, quien dice que su tarea en este mundo es esparcir alegría allí donde vaya. Pero es más fácil decirlo que hacerlo en medio de una ciudad al borde del abismo, con una brújula moral girando sin sentido, y un problema de huelga con los recolectores de basura que dejan acumular pilas y pilas de desechos en las enfermizas calles de Ciudad Gótica. La ciudad está sucia y corrupta, tanto interna como externamente, y en ese caldo de cultivo, en esa tormenta perfecta de caos y locura, es que nace un villano a la fuerza. La reimaginación áspera y cruda del origen del Guasón cuenta con un apartado visual espectacular. Phillips parece que ha estudiado fervientemente el cine de Martin Scorsese y entrega una aproximación bastante acertada del mismo, en donde se respiran aires tóxicos de una ciudad en pedazos a partir de una magnífica fotografía, y una banda sonora que abruma y aplasta con cada toque musical. En este escenario turbulento es donde se maneja Arthur, yendo de la mano de un guion escrito por el mismo Phillips y Scott Silver, quienes constantemente arrojan a su protagonista a través de un mar de azotes físicos y psicológicos. Es un proceso para nada agradable de ver, con apenas algunos destellos de luz en medio de tanta oscuridad, y es un esquema repetitivo donde se pone el dedo en la llaga tantas veces que puede terminar por aburrir. Es el costado más polémico del film, uno que propone revisar el papel de la violencia tanto en la trama como en la vida real, y esgrime el interrogante de si un asesino despiadado se nace o es el producto natural de una vida de maltratos constantes. Joker puede parecer capaz de contestar un tópico tan al rojo vivo como éste, pero si la miramos de cerca nunca termina de responderse a sí misma. Donde realmente se esconde su brillantez es en la brutal interpretación de Phoenix, que mediante el método actoral que lo caracteriza se mete de lleno en papel, piel y hueso mediante. Joker es una máquina de clips introductorios a la multitud de premios que sin duda cosechará a partir de su estreno comercial, ya que su trabajo es descomunal y hace olvidar completamente cualquier traspié narrativo. Era de esperar, ya que Joaquin es uno de los mejores actores de su generación y cada nuevo rol es una oportunidad para demostrar sus dotes camaleónicas. Basta nomás el ver la primera escena para entrar en calor con su Arthur Fleck, y conforme transite su camino irá transformándose poco a poco en el asentado villano que ya conocemos. La revisitada fachada de payaso que tanto se difundió en el proceso de marketing es el punto de quiebre, uno que me gusta equiparar a la labor de Natalie Portman en Black Swan. Una vez que los protagonistas se deshacen de sus ataduras, es una pura clase maestra de actuación de antología, por más regodeo que Phillips haga de su demacrada figura. Sé que muchos lo compararán al legendario Heath Ledger, pero hay que entender que son diferentes versiones y que ambas pueden coexistir dentro del mismo medio. Una película como Joker debe haber sido difícil de vender como proyecto, pero el resultado es de alguna manera fascinante. ¿Es una película de superhéroes? No lo creo, solo toma un personaje del canon para explorar el costado más dramático y humano del mismo. ¿Es un drama de prestigio? Sin dudas quiere serlo, a toda costa, y tiene las herramientas para lograrlo, pero de no ser por la emblemática interpretación de Phoenix, sus constantes y repetitivos actos de violencia verbal, psicológica y física no serían tan llevaderos como lo son en un film de dos horas que pretende iniciar una conversación madura, cuando no tiene por sí sola la madurez necesaria para lograrlo. Es un avance dentro del universo cinematográfico de DC porque recurrió a un camino nada transitado y le abre la puerta a adaptaciones más maduras, pero su pesimismo constante y el peligro latente en su mensaje no la dejan convertirse en el legado al que apunta llegar.
El choque entre tradiciones del Viejo mundo y la corrupción del actual es el epicentro de la nueva película de Ciro Guerra y Cristina Gallego, que siguen con grandeza los pasos marcados por la superlativa El abrazo de la serpiente. Una maravillosa cruza entre retrato etnográfico de tribus indígenas colombianas y el género gángster, Pájaros de verano fascina desde su simbolismo onírico y puesta en escena, pero pierde fuelle cuando se acerca a una narrativa convencional para resultar más asequible al público corriente. Úrsula (Carmiña Martínez) es la matriarca todopoderosa de un clan, una persona completamente influyente debido a su estatus de lectora de sueños, profecías y demás yerbas. Cuando se celebra el matrimonio de una de sus hijas y su yerno Rapayet (José Acosta), comienza una escalada rauda en el tráfico de drogas y, al beneficiarse de los frutos de dichos negocios turbios, las costumbres comienzan a dejarse de lado para peligrosamente introducir una inusitada cuota de violencia en la familia. Establecida como una épica criminal dividida en capítulos -o cantos en esta ocasión-, Pájaros de verano resulta un resoplido de aire fresco en el subgénero, en donde se explora con una fuerza visual impactante un costado desconocido de la cultura colombiana, alejada de tanta sobreexposición con Pablo Escobar, la serie Narcos y un largo etcétera. La dirección de Guerra es un claro reflejo de la transición del pueblo wayuu, en el sentido que el film comienza como una hermosa radiografía antropológica de la tribu y sus ritos para irse tornando momento a momento en acción y persecución bien al estilo americano, hollywoodense y comercial. Es una fina línea que puede parecer que cae en los vicios del género, de lo cual no está exenta la historia, pero que resulta un movimiento audaz que paga sus dividendos en una película hipnótica y electrizante. Guerra sabe cómo transitar este giro y lo refleja, en una dirección compartida con su productora Gallego, en escenas que maravillan desde su puesta hasta la crueldad que representa el destino de una familia que fue alejándose de las tradiciones ancestrales. El folclore y la mafia son los pilares en los que se basa Pájaros de verano para sobresalir, y lo hace con creces. De costumbrismo a brutalidad sin miramientos, es un film que a veces se vuelve difícil de digerir, pero que se encuentra entre los mejores estrenos latinoamericanos del año.
No todos los días se estrena una película del calibre de Woman at War. En un panorama cinemático plagado de secuelas y refritos, lo nuevo de Benedikt Erlingsson (Of Horses and Men) es una refrescante combinación entre una lucha solitaria contra el sistema afín a una Erin Brockovich con pinceladas fuertes de una Misión Imposible en los hermosos parajes de Islandia. Es un caso muy especial, que me atrapó particularmente desde su avance, y supuso uno de esos casos en los cuales dicho adelanto representa fehacientemente el producto final. Erlingsson ha logrado una amalgama maravillosa entre panfleto ambiental, vehículo de acción y lucimiento de su protagonista, comedia y drama, todo al mismo tiempo, con un tempo impresionante y resultados aún mejores. Bastan los primeros 10 o 15 minutos de metraje para adentrarnos en tema. En lo que es sin dudas una de las mejores escenas del film, Halla -una fascinante Halldóra Geirharðsdóttir, todo un descubrimiento- recorre a campo traviesa los áridos pero bellísimos campos de su Islandia natal. Lo que sorprende es su determinación para sabotear una enorme torre eléctrica que abastece a una fundidora de aluminio para, acto seguido, darse a la fuga perseguida bien de cerca por un helicóptero policial. Es un momento que quita el aliento y casi pone a la actriz a la altura de Tom Cruise y sus desquiciadas escenas de riesgo como Ethan Hunt, y una vez que evade la captura, regresa a su rutinaria vida como una directora de coro. Es un cambio brusco que descoloca para bien, y quizás no subraye el tono comédico del mismo gritándolo a los cuatro vientos, pero es el ritmo que maneja la historia de Erlingsson, que en menos de un cuarto de hora ha plantado las semillas de la narrativa y del rumbo de su película como un maestro indiscutido, y eso que es su segundo largometraje. Como si no fuese poco que la feroz Halla sea una incansable activista y efusiva directora coral, un sueño suyo está a punto de cumplirse y podría complicar su nueva agenda extremista: ser madre. Una petición la acerca a una pequeña de 4 años, pero ¿cómo podría esta hermosa nena ucraniana introducirse en una vida al margen de la Ley? Es el gran acertijo que Halla y Woman at War lleva a sus espaldas, dilucidándolo en el camino con presteza y encanto. Woman at War, Mujer en Guerra Hollywood no tiene este tipo de ideas, y le toca al resto del mundo plasmarlas en la pantalla grande. Los hilos en apariencia inconexos de la historia se entrelazan de manera armónica con suficientes toques distintivos para hacerla única, pero también con puntos en común para que su relato resulte universal. No por nada Jodie Foster se hizo con los derechos para una adaptación americana que dirigirá y protagonizará. Pero hay algo completamente satisfactorio y único en la cual los elementos de Woman at War comienzan a integrarse, como la ingeniosa introducción de una orquesta presente en pantalla, acompañando a la protagonista en su trayecto, mientras que un coro femenino aparece en las escenas de cariz mas emotivo, y coalescen cuando las vidas de Halla se trenzan de manera irreversible una vez que el nudo narrativo está a punto de resolverse. Es un aspecto narrativo, auditivo y visual que se ha visto pocas veces y encaja a la perfección con el tono que le imprime su director, aparte de separarla del resto por su inventiva y decisión. Y qué decir de la fotografía de Bergsteinn Björgúlfsson, un trabajo brutal que captura los paisajes de Islandia de una manera que quita el aliento. Pero el gran peso de Woman at War recae en la demoledora labor de Geirharðsdóttir, que se devora la historia por completo con una labor dual, ya que también interpreta a su hermana gemela, la practicante de meditación Åsa, con la cual genera un contraste interesante en cuanto a cuestiones filosóficas. Es un papel consagratorio que le exige mucho, pero la actriz islandesa sale tan o más empoderada que su Halla, y lista para llevarse al mundo por delante en sus próximos proyectos. Cuando no está compartiendo pantalla consigo misma, recibe apoyo secundario de Jóhann Sigurðarson como Sveinbjörn, un campesino con el que podría o no estar emparentado, que la ayuda en momentos poco auguriosos y siempre va acompañado de su leal perra llamada Mujer. Woman at War fue la enviada oficial de Islandia a Mejor Película Extranjera de los pasados premios Oscar, y es fácil de ver el porqué. De naturaleza aventurosa, osada en su mensaje, y completamente poco convencional, es un triunfo del cine alternativo que no deberían dejar pasar si buscan una de las mejores películas europeas de los últimos meses.
Desde el momento en que el estudio Laika apareció en nuestras vidas hace ¡diez años! con la maravillosa Coraline, no pudimos hacer nada más que aplaudir la excelencia y esperar con ansias lo próximo en animación stop-motion. En el camino tuvimos ParaNorman, The Boxtrolls y Kubo and the Two Strings, todas absolutamente nominadas al Oscar a Mejor Película Animada, y con justa razón. El amor de Laika por su arte no parece conocer límites, excepto quizás el monetario. Si bien toda la filmografía goza de una saludable recepción crítica, no es un factor que se haya visto trasladado a la taquilla, donde apenas si cada una de ellas ha logrado recuperar sus costes de producción. Missing Link, la quinta producción del estudio, es la más ambiciosa de todas y se nota en sus maravillosos escenarios, pero desafortunadamente peca en una historia simple y sin muchas variables y/o sorpresas en su narrativa.