Locademia de vampiros
Nacida directamente de la orfandad comercial generada por el fin de las sagas Crepúsculo y de Harry Pottter llega a nuestras pantallas la nueva “apuesta” de Marks Water, que toma como base la saga editorial creada por Richelle Mead y adaptada cinematográficamente por Daniel Waters.
El film resulta ser un híbrido que intenta mixturar las insatisfechas necesidades carnales de los vampiros teen con las anécdotas que pueden generarse dentro de una academia de entrenamiento de poderes especiales. Con una intencionalidad que de tan manifiesta resulta irritante, la propuesta es simple: lograr un relato que contenga todos los tópicos que el público adolescente consume como jóvenes atractivos, pulsión sexual desbordante, satisfacción carnal inexistente, léxico propio que genere sensación de pertenencia y posibilidades de proyección en caso de ser bien aceptado por el nicho etario al cual está dirigido. Estos son los elementos en los que se cimenta el relato de Mead para transpolar la esencia del vampirismo y morigerarla a través de situarla en un marco adolescente y más aún en una Academia de Vampiros.
Los vampiros son divididos entre diversas castas en base a su peligrosidad: así estarán los moroi, situados como los más inofensivos y pacíficos; los Dhampir que son los guardianes de estos y por último los letales Strigoi, auténticas máquinas de matar.
La historia se centrará en su inicio en la relación trabada entre una joven princesa moroi (Vasilisa Dragomir) y su fiel guardiana y compañera Rose Hathaway. Ambas han tratado de evadir los doctrinantes destinos de la Academia, huyendo, pero son recapturadas y obligadas a permanecer en las instalaciones institucionales vampíricas. Allí, Rose tendrá su objeto romántico y no será otro que Dimitri Belikov, su fornido instructor en las artes del combate cuerpo a cuerpo. En medio de los conflictos típicos de cualquier adolescente (inclusión, identidad, pulsiones sexuales y deseos) ambas jóvenes deberán también combatir contra una amenaza externa que se cierne sobre ellas atentando contra su estabilidad.
El relato de Richelle Mead nos ofrece un universo que atenta contra la esencia misma del vampirismo. La visceralidad, la voracidad o como en su momento Ridley Scott nos enseñara el ansia se encuentran fuera de la fuerza motora de estas jóvenes.
¿Y qué es un vampiro, sino un ser signado por la desgracia de destruir aquello que más ama y no poder saciar ni su sed ni su amor? Todos estos elementos que enriquecen el relato de estos maravillosos seres se encuentran ausentes en el film de Waters, que se muestra apenas un poco más elaborada del universo de Crepúsculo. Quizás los amantes de aquella saga no se sientan defraudados con el film, pero para el público en general comete el peor de los pecados en una historia de vampiros: no tener sangre y bien sabemos que sin ella no puede sobrevivir.
Tal vez sea hora que tanto autores como directores dejen de subestimar al público adolescente y comiencen a realizar historias que sean interesantes y vívidas, con pulso, con sangre y con latidos . Caso contrario estaremos frente a la terrible realidad de generaciones enteras que tendrán como referente a Crepúsculo, Cazadores de Sombras o films como éste. Por suerte siempre tendremos los clásicos que como los auténticos vampiros son eternos